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Personas

por Carlos L. Rodriguez Zía
hombre y mujer

“Y creó Dios a los hombres a su imagen; a imagen de Dios los creo; varón y hembra los creó (….)”
Génesis, 1- 27

Desde hace un buen tiempo, la relación entre los hombres y las mujeres, la manera en qué convivimos, es una de las cuestiones principales de la agenda social. Lamentablemente, en gran parte, debido a que muchas mujeres han terminado siendo asesinadas, víctimas de la violencia ejercida por el varón. Otras, la siguen sufriendo.

También, desde hace un buen rato, oímos hablar, hablamos, de la necesidad de acabar con la discriminación que sufre y ha sufrido la mujer por su condición de tal. Causa con la que, como con cualquier tipo de discriminación (ex-convictos, inmigrantes, negros, etc.) todos debemos comprometernos a luchar contra ella. Hay varias iniciativas al respecto, como la del cupo femenino en las boletas de candidatos de los partidos políticos. Algunos entienden este tipo de medidas como una acción necesaria para comenzar a modificar una situación. Otros sueñan con alcanzar una igualdad total. Pero como cuando se plantea la búsqueda de la felicidad absoluta o la meta de pobreza cero, entiendo que la idea de buscar un estado de igualdad completa, un 50-50 claro y rotundo, entre la mujer y el hombre, no es un objetivo real. Si nos guiamos por la definición que el diccionario da de la palabra género, debemos decir que “es un conjunto de seres que tienen uno o varios caracteres comunes: el género humano”. Uno o varios, no todos. Si nos guiamos por el sentido común, veremos que el varón pertenece al género masculino, y la mujer al femenino. Algo que podemos comprobar fácilmente cuando rellenamos algún formulario con nuestros datos personales. Entonces, queda claro que los hombres y las mujeres no somos iguales, somos diferentes. Y está muy bien que así sea. Porque es esa diferencia es la que nos enriquece. A ambos.

Entonces, al meditar y conversar sobre este asunto, reparé en que el plano en que los varones y mujeres somos iguales es cuando nos pensamos como personas; no sólo como miembros de un determinado género sexual. Vuelvo a respaldarme en lo que dice el diccionario: “Persona: Individuo de la especie humana: Mujeres, hombres, niños y ancianos: todos somos personas”. Simple y claro. Si nos vemos como personas, podemos dejar de considerar si tal cosa me corresponde hacer porque soy varón o tengo derecho a algo por ser mujer. Si me ven (nos vemos) como personas, será una cuestión más que obvia el tener derecho a un trabajo digno, a un sueldo acorde a mi responsabilidad; y que a la hora de que se me considere para una tarea se me valore por mi capacidad y no por mi condición sexual. No importará si es hombre o mujer. Interesará saber si esa persona sabe hacer su trabajo. Creo que llegar a ese estadio será un punto de superación del estancamiento que significa plantear el asunto en términos de igualdad entre géneros. Así ya no nos cuestionaremos si, por ejemplo, La Corte Suprema de Justicia de La Nación debería estar conformada por tanta cantidad de hombres y de mujeres. Querríamos que la integraran las personas mejor calificadas para llevar a cabo esa labor. Si en un momento sus integrantes son todas o en su gran mayoría mujeres, será porque son las personas indicadas. Y viceversa. Y si queremos que haya representantes de ambos géneros, resultará ser de esa manera, como dijimos al principio, porque es una situación que nos beneficia y enriquece. Porque tan negativo como discriminar a una mujer por su condición sexual es favorecerla por eso. Además, en honor a la igualdad, de los estereotipos sociales no nos libramos ni mujeres ni varones. Recuerdo que la última vez que acompañé a mi esposa a la peluquería y ella –encantada con el peinado que se había hecho- le comentó a la peluquera que tendría que ir a peinarse más seguido, la artista de los cabellos le dijo que sí, que tenía que hacerlo. Que aprovechara ir a los sábados a la tarde, cuando yo me iba a jugar al fútbol. La peluquera me había aplicado la estereotipada ecuación sexual: hombre + sábado a la tarde= jugar al fútbol. Aclaro: a mí no me atrae jugar al fútbol. Aparte, soy de madera (curiosidad: madera es un sustantivo femenino). Prefiero verlos a Messi o a Dybala. O trabajar en la huerta de casa con mi esposa.

Ante esto, ¿qué podemos hacer los católicos? En verdad, nada extraordinario o sobrenatural. Simplemente, comportarnos y tratarnos mutuamente como personas y recordar lo que se dice en el libro del Génesis: que Dios nos creó a su imagen y semejanza, a ambos, mujer y hombre. Sin distinciones. O tener presente cómo se comportó Jesús. Fue misericordioso con la mujer a la que querían lapidar como comprensivo con el hombre rico que no se animó a comprometerse más. El veía personas. A las personas creadas por Dios.

 

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