La santa de lo imposible
Santa Rita de Casia es la Santa de lo imposible. Fue una hija obediente, esposa fiel, esposa maltratada, madre, viuda, religiosa, estigmatizada y Santa incorrupta. Santa Rita lo experimentó todo, pero llegó a la santidad porque en su corazón reinaba Jesucristo.
Pocos santos han gozado de tanta devoción como Santa Rita, abogada de los imposibles. Su pasión favorita era meditar la Pasión de Jesús.
Santa Rita nació en 1381, un año después de la muerte de Santa Catalina de Siena. La casa natal de Santa Rita está cerca de un pueblito de Cascia, entre las montañas, a unas cuarenta millas de Asís, en la Umbría, región del centro de Italia.
Su vida comenzó en tiempos de guerras, terremotos, conquistas y rebeliones, países invadían a países, ciudades atacaban a ciudades cercanas, vecinos se peleaban con los vecinos, hermano contra hermano. Los problemas del mundo parecían más grandes que la política y los gobiernos pudieran resolver.
Nacida de devotos padres: Antonio Lotti y Amata Ferri, a los que se los conocía como los “pacificadores de Jesucristo”, pues los llamaban para apaciguar peleas entre vecinos. Sus padres sin haber aprendido a leer o escribir, enseñaron a Rita desde niña todo acerca de Jesús, la Virgen María y los más conocidos santos.
Rita al igual que Santa Catalina de Siena, nunca fue a la escuela a aprender a escribir o a leer. A Santa Catalina le fue dada la gracia de leer milagrosamente por nuestro Señor Jesucristo. Para Santa Rita su único libro era el crucifijo. Ella quería ser religiosa toda su vida, pero sus padres, Antonio y Amata, avanzados ya en edad, escogieron para ella un esposo: Paolo Ferdinando Mancini, lo cual no fue una decisión muy sabia, pero Rita obedeció. Quiso Dios así darnos en ella, el ejemplo de una admirable esposa, llena de virtud, aun en las más difíciles circunstancias. Después del matrimonio, su esposo demostró ser bebedor, mujeriego y abusador. Rita le fue fiel durante toda su vida de casada, encontró su fortaleza en Jesucristo, en una vida de oración, sufrimiento y silencio.
Tuvieron dos gemelos, los cuales sacaron el temperamento del padre. Rita se preocupó y oró por ellos. Después de 20 años de matrimonio y oración por parte de Rita, el esposo se convirtió, le pidió perdón y le prometió cambiar su forma de ser. Rita perdona y él deja su antigua vida de pecado y pasaba el tiempo con Rita en los caminos de Dios. Esto no duró mucho, porque mientras su esposo se había reformado, no fue así con sus antiguos amigos y enemigos. Una noche Paolo no fue a la casa, antes de su conversión esto no hubiera sido extraño pero en el Paolo reformado, esto no era normal. Rita sabía que algo había ocurrido.
Al día siguiente lo encontraron asesinado. Su pena fue aumentada cuando sus dos hijos, que ya eran mayores, juraron vengar la muerte de su padre. Las súplicas no lograban disuadirlos, fue entonces que Santa Rita comprendiendo que más vale salvar el alma que vivir mucho tiempo, rogó al Señor que salvara las almas de sus dos hijos y que tomara sus vidas antes de que se perdieran para la eternidad por cometer un pecado mortal. El Señor respondió a sus oraciones, los dos gemelos padecieron una enfermedad fatal. Durante el tiempo de enfermedad, la madre les habló dulcemente del amor y del perdón. Antes de morir lograron perdonar a los asesinos de su padre. Rita estuvo convencida de que ellos estaban con su padre en el cielo.
Tres veces desea entrar en las Agustinas de Casia y las tres veces es rechazada.
Por fin, con un prodigio que parece arrancado de las Florecillas, se le aparecen San Juan Bautista, San Agustín y San Nicolás de Tolentino y en voladas es introducida en el monasterio. Es admitida, hace la profesión ese mismo año de 1417, y allí pasa 40 años, sólo para Dios. Recorrió con ahínco el camino de la perfección, las tres vías de la vida espiritual, purgativa, iluminativa y unitiva. Ascetismo exigente, humildad, pobreza, caridad, ayunos, cilicio, vigilias.
Las religiosas refieren una hermosa Florecilla. La Priora le manda regar un sarmiento seco. Rita cumple la orden rigurosamente durante varios meses y el sarmiento reverdece. Jesús no ahorra a las almas escogidas la prueba del amor por el dolor. Rita, como Francisco de Asís, se ve sellada con uno de los estigmas de la Pasión: una espina muy dolorosa en la frente.
Hay solicitaciones del demonio y de la carne, que ella calmaba aplicando una candela encendida en la mano o en el pie. Pruebas purificadoras, miradas desconfiadas, sonrisas burlonas. Rita mira al Crucifijo y en aquella escuela aprende su lección. La hora de su muerte nos la relatan también llena de deliciosos prodigios.
En el jardín del convento nacen una rosa y dos higos en pleno invierno para satisfacer sus antojos de enferma. Al morir, la celda se ilumina y las campanas tañen solas a gloria. Su cuerpo sigue incorrupto. Cuando Rita murió, la llaga de su frente resplandecía en su rostro como una estrella en un rosal. Era el año 1457. León XIII la canonizó el 1900.