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Recomendaciones para una adoración comunitaria

por Pbro. Leandro Bonnin
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Consejos espirituales, estéticos y/o prácticos que pueden servirles a quienes hayan sido o puedan ser llamados a ejercer una adoración comunitaria.

 

Si yo tuviera que elegir algunos de los momentos más bellos que vivo cada semana en mi parroquia, no dudaría en escoger, en un sitio importante, alguna de las horas santas de Adoración al Santísimo con jóvenes y/o adultos. Tanto en mis anteriores parroquias como en la actual, Jesús me ha regalado poder vivir este tipo de experiencias en los últimos 7 u 8 años, y estoy seguro de que han sido momentos pletóricos de fecundidad espiritual.

Este hecho ha ocurrido en un contexto eclesial bien determinado. En la última década se han multiplicado en la Iglesia no sólo las capillas de Adoración Eucarística Perpetua, sino también estos espacios de Adoración comunitaria guiadas, donde algunos fieles o pastores conducen la oración de la comunidad reunida, a través de reflexiones, oraciones y cantos.

Como un acto de gratitud ante la delicadeza del Señor de llevarme por este camino, y habiendo aprendido mucho de otros hermanos, quiero compartir con ustedes algunos consejos espirituales, estéticos y/o prácticos que pueden servirles a quienes hayan sido o puedan ser llamados a ejercer este servicio.

Antes, una advertencia. Estas recomendaciones no implican ni en la acción ni en mi intención una condena o descalificación de otros modos de entender y vivir estos momentos, sino que sólo reflejan lo que yo mismo he podido ir aprendiendo.

Tampoco me referiré al momento propiamente “litúrgico”, que es la Exposición y la Bendición y reserva, sino sólo a la Hora Santa, una vez expuesto Jesús y antes de la Bendición.

El Espíritu Santo

“Nadie puede decir Jesús es el Señor si no es movido por el Espíritu Santo”, dice San Pablo en la carta a los Corintios. Y en la de los Romanos: “no sabemos pedir como conviene, pero el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, e intercede por nosotros con gemidos inefables”. Frente a estas afirmaciones, sería ingenuo pretender ser verdaderos adoradores sin la acción del Paráclito. El mismo Jesús, en el diálogo con la Samaritana, le dice: “los verdaderos adoradores… adorarán en Espíritu y en Verdad”. Tanto en la oración como en los cantos elegidos, es oportuno hacer un espacio al inicio para la Tercera persona de la Trinidad, Maestro interior de oración.

María

Ella es “Mujer Eucarística”. Es la primera que adoró. Es también maestra de oración. En algún momento de la Hora Santa, o en varios, es conveniente pedirle que venga a estar al lado y en medio nuestro. Más aún, se le puede pedir que nos ayude a adorar a Jesús estando en su regazo. Con su Corazón.

El protagonismo de la Palabra de Dios.

Cuando el Catecismo de la Iglesia Católica nos habla de las fuentes de la oración, nos indica que una de ellas es la Sagrada Escritura. El Directorio de Liturgia y piedad popular dice, en su punto 165: “…en estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración». 

La profunda unidad entre la presencia de Jesús en la Palabra y en el Pan consagrado no abarca sólo la celebración eucarística, sino que se puede prolongar –y es conveniente que lo haga- en la Adoración. Me parece conveniente que siempre se proclame un texto de la Escritura, especialmente de los Evangelios, aunque también se pueden encontrar otros preciosísimos de los profetas y de las Cartas apostólicas, y de cualquier libro bíblico. Un0 que puede ser usado con mucho provecho es el del Apocalipsis, el cual rezuma culto y alabanza al Dios Uno y Trino. Los salmos –recitados o cantados- pueden ser expresión espléndida de la oración de la comunidad.

Hablar de Jesús, hablar desde Jesús, hablar a Jesús.

Aquellos que guíen la Adoración, serán cuidadosos de alternar de modo adecuado las diferentes “orientaciones” de sus palabras. Algunas veces serán palabras que él o ella dirigen a sus hermanos, diciendo, por ejemplo: “queridos jóvenes, estamos delante de Jesús, Él nos ha llamado a su presencia”. Otras veces, teniendo cuidado de hacer notar el cambio de “dirección” –si es posible, puede realizar esto una voz diferente- pueden ser palabras dichas por Jesús a los allí postrados, como cuando se dice, por ejemplo: “querido amigo… yo sé que has venido cansado, que traes en tu corazón muchas cosas para entregar. Aquí estoy yo, tu Señor, tu Creador. Adórame y encontrarás tu perfecta libertad”. Por último, muchas veces –este es tal vez el modo que más tiempo debería ocupar- dará voz a la oración de todos, adorará y alabará en nombre de la asamblea: “Jesús, hijo de David, hijo de Dios, ten piedad de nosotros. Acuérdate de nosotros cuando llegues en tu Reino. Tú lo sabes todo, sabes que te queremos…”

Espontáneo-preparado

Otro elemento a tener en cuenta es la alternancia entre la lectura de un texto preparado y la oración espontánea. Quienes tienen mucha experiencia de conducir momentos de oración, pueden aventurarse a él con sólo la Sagrada Escritura. No obstante, y no sólo para los principiantes, puede ser valioso tener a mano algún texto que pueda servir de soporte y brindar materia a la oración cuando pueda faltar la inspiración. Algunas veces una profunda conmoción –tanto de alegría como de contrición- puede hacer que el que guía no pueda hacerlo adecuadamente, y tener un texto a escrito puede salvar la situación. Otras veces, `por otra parte, los escritos de los santos o de orantes que hayan ya hecho un camino, leídos con corazón orante, pueden enriquecer notablemente el momento.

Participación de la asamblea en la oración

Sobre todo en los momentos en que el que guía invoca al Espíritu Santo y le habla a Jesús, puede invitar a la asamblea a hacerlo también en alta voz, no sólo con el canto, sino emitiendo su propia plegaria.  Puede hacerlo simplemente invitando a la asamblea: “alabemos al Señor, sin temor, sin vergüenza: Él nos escucha”, o bien, si es una asamblea poco habituada a esta manera, diciendo frases e invitando a los fieles a que las repitan todos juntos. El primer modo puede dar la impresión de un cierto desorden, pero es un modo legítimo y fecundo, que ha mostrado ya su capacidad de dar frutos.

Silencios

Es completamente vital que en una Hora Santa existan momentos de silencio. Silencio para escuchar el susurro de la Voz de Jesús, silencio para que cada uno, en ese clima, pueda hablar con Cristo. Es bueno que quien guía tenga una verdadera fe en la presencia del Espíritu, y no caíga en la tentación de querer monopolizar el diálogo con el Señor, como si dudara de que Él habla a los corazones… mucho mejor que nosotros.

Iluminación

En mi experiencia, la noche y la penumbra son en sí mismas una invitación a la intimidad con el Señor. En la noche, una buena iluminación de la Custodia que expone la Hostia consagrada puede ayudar a los adoradores a evitar todo tipo de distracción. La luz artificial puede ser usada con mucho provecho, sobre todo como reflectores puntuales que destaquen el Cuerpo santo. No obstante, la luz que emanan los cirios tiene un valor estético y simbólico inigualable. En un cirio que se consume delante del Santísimo hay toda una catequesis sobre la vida cristiana y la vida de oración. La luz de la llama simboliza la fe que ilumina; el calor, la caridad que adora; la orientación de la llama siempre hacia lo alto, la esperanza, que pese a cualquier dificultad tiende hacia lo alto. El cirio adora. Sí, aunque suene raro.

Cantos cortos

Siempre en esta lógica de la semipenumbra como espacio ideal para la Adoración, es conveniente tener en cuenta este factor al momento de elegir los cantos. Suele ser más conveniente y eficaz elegir alabanzas y súplicas breves, con poca letra, que se repitan una y otra vez, a las que incluso el que guía puede introducir para facilitar su memorización. Eligiendo este tipo de cantos, se puede favorecer mucho más la participación activa de la asamblea. Pocas cosas son más conmovedoras y estimulantes que oír a un grupo de creyentes cantar en alta voz a su Rey.

Lugar de los músicos, tonalidades y volumen de los instrumentos

Para los músicos, hay tres decisiones que son importantes, y que pueden favorecer u obstaculizar la eficaz participación de todos

a)      El lugar: sin juzgar otras opciones y siempre en mi experiencia, creo conveniente que los músicos siempre estén mirando hacia el Santísimo y no de frente a los adoradores, de modo que quede claro que estamos todos en la misma dirección, adorando a Jesús. Debe quedar muy claro, como dice un canto por allí, que Jesús es “la persona más importante en este lugar”. Si los músicos son capaces de hacerlo, es bueno que toquen a oscuras, como desapareciendo.

b)      Las tonalidades: si se pretende que la asamblea reunida adore cantando, se debe elegir con buen criterio la tonalidad en que se harán las alabanzas. Aquí se pide a los cantores una renuncien a su propia comodidad a favor de los demás. En este tema no soy experto, y las asambleas pueden tener registros distintos, pero creo poder decir que si un tenor entona un canto para que le quede bien a él –vamos a suponer, yendo de un Mi a un Fa- es probable que ni mujeres ni varones puedan seguirlo adecuadamente. Lo mismo, si una contralto elige entonar entre un Fa y un Fa, difícilmente los varones logren cantar con comodidad. Siempre según mi experiencia, los músicos deberían elegir las tonalidades de los cantos para que en lo posible la amplitud vaya entre un Do y un Do. Ese es un registro medio, en el cual con una cierta comodidad, cualquier persona afinada –y también los que no lo somos tanto- puede participar. Recordemos: no es un concierto. Los adoradores no vienen a escuchar a un solista virtuoso.

c) Volumen de los instrumentos: es de sentido común, pero no puedo dejar de decir que el volumen de los instrumentos no debe impedir que sean siempre las voces y la letra de los cantos los que destaquen. Incluso, en algunos momentos, cantar a capella permite aún más percibir la fuerza de uan comunidad que canta. Ah, y por favor, que los instrumentos estén siempre afinados…

Posturas y gestos corporales

En algunos momentos de la Hora Santa, puede ser más conveniente sugerir posturas corporales, como invitar a ponerse de pie o invitar a ponerse de rodillas. Y quiero insistir en este verbo: invitar. Nadie debe verse presionado a asumir determinada actitud corporal, excepto en los momentos en que está prescripto por las normas litúrgicas –el momento de la Bendición con el Santísimo. Lo mismo vale para los gestos, como puede ser el extender las manos, levantarlas o juntarlas. Se puede sugerir, pero no se debe forzar a nadie, y nadie debe sentirse como obligado por estas indicaciones.

 

 

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1 comentario

Elina Patricia Rufino junio 14, 2017 - 8:38 am

Un abrazo fraterno en el nombre del Señor Padre. Gracias Gracias Gracias por la orientación…Lo pondré en practica. Bendiciones

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