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Cuidado con los prejuicios, quitan la pasión

por Pbro. Carlos Padilla E.
prejucicio

Quiero aprender a cambiar con la experiencia del camino sin miedo a reconocer que antes no estaba en lo cierto

A veces tengo opiniones ya formadas sobre una realidad que aún desconozco. Me creo lo que otros dicen.

O lo he leído en los libros y creo que por eso es más verdadero que lo que no aparece escrito en ningún sitio. En la película Captain Fantastic uno de los hijos interpela a su padre: “Sé todo lo que he leído en los libros. Pero no sé nada de la vida. No me has enseñado a vivir”. Él le había enseñado a leer, pero no le había preparado para la vida. A veces lo que leo me pesa demasiado. Casi más que lo vivido.

Lo que yo creo sobre la vida se ha ido formando en mi corazón con el paso de los años. Las lecturas me ayudan a formarme, a crear imágenes sobre la realidad. Pero la vida es mucho más que lo que leo. No es sólo lo que leo. Lo que veo alimenta mis ideas. La vida es más fuerte, más honda. La realidad es más dura que la misma ficción, aunque parezca imposible.

¡Cuántas imágenes recibidas condicionan mi forma de pensar más que lo que yo mismo he leído! Mi experiencia, lo vivido. No sólo que he visto. Creo que mi vida consiste en transmitir a los hombres mi propia experiencia de vida. Es la misión de todos en este camino que Dios nos confía.

Leía el otro día: “Jesús no sabe hablar sino desde la vida. Para sintonizar con Él y captar su experiencia de Dios es necesario amar la vida y sumergirse en ella, abrirse al mundo y escuchar la creación”. Quiero hablar desde mis experiencias vitales, no sólo desde mis teorías.

Hay personas que tienen teorías para todo. Tienen una experiencia y elaboran una teoría. Lo hacen desde la vida, desde su experiencia. Una vez firmes sus teorías se convierten en principios innegociables. Tampoco quiero caer en eso. No quiero vivir con dogmas.

Quiero que lo que yo vivo se convierta en experiencia fundante de mi vocación. Pero no quiero algo rígido. Quiero que mi experiencia sea un tesoro fantástico que puedo compartir en el camino de la vida. Pero sin imponérselo a nadie. No me quiero guardar mis experiencias por miedo al rechazo, al olvido. Otros pueden aprender de lo que yo vivo.

El padre José Kentenich aprendió mucho leyendo en otras vidas, en el misterio escondido en cada corazón que se le confiaba: “Anteriormente se me preguntó de dónde provenía esta riqueza de corazón y de espíritu, debo decirles: Sin ustedes yo no sería hoy lo que soy. Si quieren saber cuál es la fuente de esa riqueza de espíritu y corazón, aquí la tienen”.

Aprendo de otras vidas, de mi propia vida. Más que de los libros. Me gusta pensar que mi vida, mi experiencia, pueda hacerse historia contada, parábola, cuento, del que otros aprendan. Mi vida como una forma, una más, de entender el amor a Jesús y el seguimiento de su camino.

Mi método, un método posible, no el único. El método que cada uno descubre en medio de los tropiezos y de los logros. ¿Cuál es el método que sigo cuando vivo y amo? ¿Cuál es mi camino para seguir los pasos de Dios?

Quiero detenerme a pensar en todo lo que vivo. Que no pasen las cosas de largo. Que pueda aprender de mis vivencias. De mis amores y desamores. De mis éxitos y fracasos. De mis luces y mis sombras.

Hay juicios que constituyen mi camino. Pero luego tengo tendencia a hacer juicios con facilidad. El otro día vi un anuncio en el que se hablaba del prejuicio y del posjuicio. 

Se definía el primero como un juicio previo por lo general desfavorable sobre la realidad. Y el posjuicio como juicio posterior por lo general favorable después de haber vivido. Y resaltaba la importancia de probar ante la duda.

Resaltaba así algo cierto: “Los posjuiciosos saben que para conocer una cosa de verdad hay que vivirla. Vivir nos llena de posjuicios”.

Normalmente juzgo la realidad por mis vivencias anteriores y me lleno de prejuicios. Eso hace que en ocasiones me dé miedo enfrentar realidades nuevas. Mis prejuicios me limitan y no aprendo nada nuevo. No me dejo interpelar por la vida, por miedo a perder mi seguridad. Tengo una idea hecha, preconcebida, sobre lo que me conviene y sobre lo que no me gusta.

Quiero pensar que soy capaz de pasar de un prejuicio a un posjuicio con facilidad. Que no soy tan rígido. Una madre me contaba feliz cómo veía que su hijo era flexible y sabía cambiar sus juicios sobre las personas. Las conocía mejor y ya no pensaba lo mismo que antes sobre ellas. Esa mirada abierta es positiva. En realidad, cambiar es de sabios.

Tal vez Dios me ha dado un alma algo flexible. Y por eso no me encierro en mi juicio creyendo que es el único válido. Sobre todo cuando ese prejuicio mío puede aislarme o limitarme.

Miro a las personas y las juzgo con frecuencia, antes de conocerlas. Interpreto lo que hacen y juzgo. Las miro por fuera y emito mi juicio. Veo cómo visten, cómo hablan, cómo se comportan. Y condeno o acepto. Mi prejuicio me aleja de algunas personas a las que podría llegar a querer y valorar si venciera mis ideas preconcebidas. Los prejuicios levantan barreras infranqueables.

Quiero aprender a vivir más mis posjuicios. Vivir más y no dejar de vivir por miedo. No quiero rechazar lo que prejuzgo. Quiero experimentar que sé cambiar de opinión. Reconocer mis errores iniciales. Mis prejuicios infundados que me limitan.

Creo que los prejuicios evitan que viva con pasión la vida. Son creencias limitantes que me impiden acercarme a lo nuevo, a lo desconocido, a las personas. Me impiden vivir con alegría, con naturalidad, como un niño. Me quedo en mi opinión formada y rígida y condeno, aparto de mí con facilidad.

¿Qué abundan más en mí, los prejuicios rígidos o los posjuicios que surgen de mi experiencia de vida? Quiero tener un corazón flexible en el que los prejuicios no sean definitivos.

Quiero aprender a cambiar con la experiencia del camino sin miedo a reconocer que antes no estaba en lo cierto. Eso se llama conversión. Aceptar con humildad mis juicios erróneos. Cambiar porque he visto que no estaba en lo cierto, así de simple.

Ser así me alegra. Me hace humilde. Quiero aprender a vivir da de esta manera. Sin juicios rígidos sobre la realidad. Sin tantas teorías.

 

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