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Hoy me fijo en las vírgenes prudentes de las que me habla Jesús.

por Pbro. Carlos Padilla E.
lamparas virgenes prudentes

« Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo »

 Hoy me fijo en las vírgenes prudentes de las que me habla Jesús . Cinco vírgenes que guardaron la alcuza llena: «Se parecerá el reino de los cielos a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo. Cinco de ellas eran necias y cinco eran sensatas. Las necias, al tomar las lámparas, se dejaron el aceite; en cambio, las sensatas se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas». Cinco vírgenes sensatas y cinco necias. El otro día leía que la sensatez es la actitud de los que muestran buen juicio y prudencia en sus actos. Y la prudencia tiene que ver con esa virtud que me enseña a decidir correctamente en la vida en los temas importantes. La prudencia es la virtud que ha de conducir mi vida. La prudencia me lleva a actuar, no me deja en un estado permanente de indecisión. La persona prudente y sensata valora la realidad antes de decidir. Ve los pros y los contras de una decisión. Valora la realidad y la aprecia como es. Muchas veces no veo la realidad como es sino como quiero que sea. O me dejo llevar por los prejuicios que tengo frente a ella. Al no ver la realidad en su verdad no puedo decidir bien. Quiero ser prudente. Eso me exige mirar mi alma antes de tomar cualquier decisión. Escuchar a Dios en ella. Ver lo que me dice. Ver lo que es más beneficioso para las personas que amo, para mí mismo, para el mundo. Me pregunto qué es lo que Dios quiere. Es prudente aceptar que las cosas son como son y que muchas veces la realidad me hará sufrir. El P. Kentenich recomendaba: « Sería prudente de nuestra parte inculcar a nuestras vocaciones, desde temprano, que no hay vida cristiana o vida sacerdotal sin sufrimientos » 8 . Miro las cosas como son y acepto el sufrimiento que forma parte de mis pasos. Es prudente mirar mi vida en su verdad. Quiero ser prudente y sensato a la hora de pensar en el mañana. Miro hacia delante y veo los desafíos que se me presentan. Son muchos. Mi sensatez me lleva a calcular, a sopesar, a medir. Evito así hablar más de la cuenta. Callo y escucho. Sé comportarme con las personas que buscan en mí un lugar de descanso. Veo los peligros y mido las consecuencias de mis actos. La prudencia evita que dé malos pasos, o que asuma riesgos excesivos. Quiero ser prudente, como las vírgenes que llenan la alcuza de aceite porque no saben ni el día ni la hora. Hacen cálculos y guardan. No se arriesgan a quedarse sin aceite. En la vida quiero ser así , prudente . Guardo pensando en el futuro cuando no tenga. Pero no me obsesiono. Pongo los medios necesarios para lograr el fin que anhelo. El realismo me ayuda a enfrentar la vida de una manera sensata. No hago locuras innecesarias. No pongo en juego la vida que Dios me ha da do por cualquier cosa. Me gusta ser prudente. Medir, pensar, calcular. Pero me da miedo ser demasiado prudente. Necesito algo de locura en mi sangre para perseguir grandes sueños. No me basta con ser prudente. A veces la excesiva prudencia me puede hacer temeroso y me lleva a la inactividad. Creo que el P. Kentenich no fue precisamente muy prudente en muchos momentos de su vida. Fue veraz siempre y decidió de acuerdo a lo que pensaba que era su misión. La suerte de profeta. Una misión grande sobre débiles hombros. Quiso s eguir hasta el final el camino soñado. Esa imprudencia lo llevó a un campo de concentración y al exilio en Estados Unidos. Confiaba en el amor protector de Dios su Padre. Para los más cercanos no fue prudente su actuar. Pero así son los santos. Su imprudencia santa mueve sus corazones por caminos peligrosos. Me da miedo convertirme en un hombre excesivamente prudente.
Me gustaría tener un corazón de profeta. Más audaz, más valiente. Un corazón capaz de soñar con lo imposible. Esa es la fe que me pide Dios. Me pide que guarde, que calcule, que sea prudente. Pero me pide que ame hasta el extremo. Que no me conforme con lo mínimo. Que ame sin medida, sin miedo. Que no viva calculando los riesgos de todos mis actos. Es la actitud de los santos la que quiero seguir. Una prudencia necesaria. Una imprudencia santa. Una audacia que me permita arriesgar en muchos momentos. No quiero vivir atenazado por los miedos que despierta mi sensatez. No quiero vivir pensando en todo lo malo que me puede ocurrir si amo en exceso. Me aburren a veces las personas demasiado prudentes. No se salen del camino marcado. No cometen errores. No exageran. No deciden nada fuera de lo normal. No se arriesgan. No son temerarias. Les falta sangre en las venas. Me parecen a veces funcionarios de Dios que han aprendido a amar en cuotas prudentes. No en exceso, porque luego se sufre mucho. Me recuerda lo que decía el P. Kentenich hablando de la espiritualidad: « Si las prácticas de devoción no están fecundadas por el amor, se convier ten en fríos automatismos que no duran mucho. Lo que no ha cuajado en nuestro interior, finalmente lo hacemos a un lado » 9 . Una prudencia sin amor convierte mi vida en una repetición monótona de gestos, de formas aprendidas pero vacías de pa sión. La prudencia es necesaria . Pero necesito que mi corazón esté lleno de pasión y de vida. Una locura santa. Una canción de Marina Rossell dice: « Sal de la cordura y entra en calma hasta la locura sana y salva y ven, conmigo a mecer la luna . Dale otra vueltita al sentimiento, sal de esta maldita fe en el miedo y ven, descúbrete en el desierto » . Necesito poner todo lo que llevo dentro para conseguir lo que sueño. Amar en exceso. No basta con ser prudente. Quiero que lo que haga esté lleno de pasión, de amor. Que no se quede en frías medidas. En pasos calculados carentes de luz .

 

[8] J. Kentenich, Niños ante Dios
[9] J. Kentenich, Niños ante Dios

 

Audio Homilia completa del  XXXII Domingo tiempo ordinario por el Padre Carlos Padilla Esteban

 

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