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Hoy veo cómo los judíos no entienden a Jesús

por Pbro. Carlos Padilla E.
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Hoy veo cómo los judíos no entienden a Jesús. Pero sé que después de la resurrección los discípulos lo comprenderán todo

«Cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús». A veces sucede algo en mi vida y en ese momento no lo comprendo. Es como caminar en el bosque, en medio del claroscuro, entre árboles. Es difícil ver muchas cosas. Cuando salgo al claro y me elevo en la altura, veo con más claridad. Y encajan las cosas que antes no encajaban. Se me abrenlos ojos. Y comprendo lo que sucedió, lo que no comprendí en su momento. Veo entonces mi vida como una historia de luz. Y los momentos de oscuridad, o los que no comprendo, forman parte de esa historia de luz que descansa en Dios. ¡Cuántas veces me gustaría verlo todo claro! En el cielo acabaré de entender lo que aquí no entiendo. Pero a veces, en medio del camino, ¡qué paz me da ver ciertas cosas cuando rezo y miro hacia atrás con ojos limpios! Miro mi camino agradecido. Veo a Aquel que caminaba a mi lado aunque no lo veía. Veo a Jesús animando en mi alma, mientras no me daba cuenta. Así es en mi vida. Recibo una luz sobre algo que me sucedió. Una palabra que había guardado y de repente se llena de vida. Veo el camino recorrido. Me gustaría confiar más en medio de la noche, cuando no veo y me confundo. Confiar aunque no entienda todo. Sé que aunque no lo vea, mi historia descansa en Dios. Aunque no lo toque Él va conmigo. Mi historia es una historia de amor, una alianza con Dios. Siempre es así. Un camino de luz. Una historia sagrada. A veces me duele el alma cuando algo se rompe. Pierdo algo que pensaba que estaría siempre allí. Un trabajo. Una creencia muy arraigada. O pierdo a una persona a quien amo. Y no lo comprendo. Quiero que todo siga igual. Que nada cambie. Así fue en la vida de los discípulos. No quieren cambios.

Hoy veo cómo los judíos no comprenden las palabras de Jesús: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Juan tampoco sabía en ese momento lo que aquí explica para que yo comprenda: «Pero Él hablaba del templo de su cuerpo». Juan, como los discípulos, lo entendió mucho más tarde. Después del dolor y de la vida. Pero en ese momento, antes de la Pascua, no entienden nada. El centro de todo es el templo. Estaba lleno de gente. Allí se entregaban miles de ofrendas. Tanto tiempo había llevado levantarlo: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo». Toda la vida social y religiosa giraba en torno a esa explanada. ¿Cómo pensar en la destrucción de lo más sagrado de sus vidas? Todos miran el templo y no comprenden cómo puede ser destruido si es el centro de todo. ¡Cuánta vanidad la del corazón humano que pone su seguridad en unas pocas piedras que pretenden ser eternas! Pero todo se lo lleva el viento. En ese momento no comprenden las palabras de Jesús. Y menos aún un poco más tarde. Porque dentro de pocos días, Jesús será apresado y su cuerpo maltratado. Jesús en ese momento habla de su templo interior roto por amor. Jesús habla de un modo nuevo que cambia esquemas. No acepta lo que todos aceptan como bueno. No quiere que el lugar de oración sea un lugar de comercio, de mercadeo y negocio. Que el templo de piedra sea más importante que el hombre. Él ama la verdad. No es políticamente correcto. Él ama el templo. De niño iba con sus padres. Cada año con sus discípulos peregrinaba hasta allí. Allí fue presentado por sus padres. Allí se perdió cuando tenía doce años. Era un lugar amado para Él. Lleno de recuerdos. De oración.

Pienso en ese viernes santo en que Jesús fue juzgado al lado del templo, en el pretorio. Lo que sentiría Jesús al atravesar atado ese lugar tan amado. Por eso le duele ver que sea lugar de ventas y compras y no de oración. Porque lo ama y lo respeta. No se conforma. Pero más allá de ese edificio, Dios habita en el hombre. Eso dijo Jesús durante toda su vida. El templo es el hombre. Un día en Samaria, ante la mujer que le hablaba del templo de Jerusalén y el de Samaria, Jesús le dijo: «Llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en verdad». Juan 4, 23. Me encanta esta promesa. Más allá de las piedras. En el alma está Dios. Y de forma especial, en Jesús, en su cuerpo santo, habita Dios. Y su cuerpo será maltratado, roto, asesinado. Se llenará de heridas que serán para los hombres la entrada a ese templo. La mujer samaritana, enemiga de los judíos, creyó. Los que escucharon a Jesús ese día, no creyeron, no
dejaron espacio en su corazón para Él. Esa mujer no tenía nada que perder. Los judíos tenían el poder y poseían la verdad. No dudan de sí mismos. No había resquicio para lo nuevo. ¡Cuántas veces el «Esto siempre se ha hecho así» me ha cerrado la puerta a lo nuevo! Necesito ser pobre para volver a creer. La samaritana creyó sin conocer todo. Hoy, en medio de tanta gente que corre, va y viene, vende y compra, Jesús está solo. Sabe que se acerca su hora. Necesita orar. El templo no es lugar de paz. Él habla de una cosa y los que lo escuchan entienden otra. No le comprenden. No es fácil de comprender tampoco. Es el templo de Dios donde me encuentro con su abrazo. Por Jesús merece la pena dejarlo todo. Lo escojo a Él de nuevo como mi camino, mi vida, mi lugar, mi templo.

 

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