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MARCHAR POR LA VIDA

por Carlos L. Rodriguez Zía
Marcha por la Vida Cordoba Argentina

“Vos sabes cómo te esperaba/ Cuánto te deseaba/ No si vos sabes…”

Vos sabes, Los Fabulosos Cadillacs

Siempre las había visto con la ñata pegada contra el vidrio.  En su momento del televisor; hoy también de la pantalla de la computadora o del teléfono móvil.  Pero el pasado 25 de marzo, Domingo de Ramos, no apoye metafóricamente la ñata –manera coloquial en Argentina de referirse a la nariz- en el vidrio de ningún dispositivo electrónico y encaminé, por primera vez en cincuenta años de  vida, mis pasos al centro de la ciudad de Córdoba, capital de la provincia argentina donde vivo, para participar de la Marcha por la vida, en el Día del Niño por Nacer, a favor de la vida y en contra de una ley que legalice el aborto. ¿Por qué lo hice? Para responder (me) esta pregunta debo primero aclarar que no soy muy amigo de las manifestaciones, entre otras cuestiones, porque los comunicados finales que  leen los que las convocan terminan siendo una ensalada de pronunciamientos que no representan a todos los que asisten a ellas. O estas no tienen una consigna clara y terminan siendo la confluencia de distintos grupos que marchan cada uno  por un reclamo particular. También recuerdo que más de una vez dije en cinco décadas de vida que,  si un día participaba de una manifestación, lo haría para que en mi país no se legalice el aborto.

Entonces, con esa consigna clara, el Domingo de Ramos, a las 17 horas, me hice presente con mi esposa en la intersección de las avenidas cordobesas de Colón y General Paz para ser uno más que marchaba a favor de la vida, y caminar a lo largo de cinco cuadras hasta el múltiple cruce de las avenidas Hipólito Irigoyen, Vélez Sarsfield y Boulevard San Juan, punto final de la manifestación: que según ACI (Agencia Católica de Información) tuvo su numerosa réplica en doscientas ciudades de la Argentina.

Ese domingo 25 de marzo, entre los carteles que portaban los manifestantes, hubo uno que llamó mi atención y me dejó pensando.  En él se podía leer: “Vale toda la vida. Los quiero a los 2”. Entonces, pensé que los que marchamos el Domingo de Ramos no nos podemos  quedar en sólo decir NO al aborto y manifestarnos  para que  los legisladores argentinos  no  aprueben  una ley que destruye vidas. Sé que hay muchas organizaciones que no se quedan en esto y trabajan en concreto ayudando y asistiendo a las mujeres. Además de marchar,  me pregunto qué actitud tenemos ante la mujer, joven o no, que queda embarazada y desamparada. O en cómo nos comportamos ante la mujer, que por la  razón que fuera,  pasó por la experiencia de  un aborto provocado. ¿La abrazamos? ¿Tenemos una actitud de misericordia para con ella? Al preguntar (me) esto recuerdo la actitud que tuvo y que le dijo Jesús a la mujer adúltera: “Tampoco yo te condeno. Puedes irte y no vuelvas a pecar (Juan, 8,11)”. Al respecto, vale que recordemos que el aborto es considerado un pecado grave. Es decir, que puede ser perdonado.  También estuve preguntándome los días posteriores a la Marcha por la Vida si hablamos con nuestros jóvenes acerca de lo que significa ser padres. Si los preparamos para asumir la responsabilidad de gestar y criar a una persona. Si tenemos en cuenta que el ser padres es una vocación, una misión,  y no una etapa más de nuestras vidas. También pensé, mientras marchaba el domingo,  en que muchas personas que promueven o apoyan la legalización del aborto lo hacen  pensando en que es una buena  solución al drama de los abortos clandestinos. Están equivocadas. El acabar con una vida nunca puede ser la solución a nada.

 

Marcha por la Vida - Cordoba Argentina 25 de marzo 2018

Marcha por la Vida – Cordoba Argentina 25 de marzo 2018

 

Un día antes, a miles de kilómetros de donde me estaba manifestando a favor de la vida, a los 44 años, Arnaud Beltrame moría. Él era un miembro de la Gendarmería francesa, que en una ciudad del sur de  Francia, el viernes 23 de marzo, entregó su vida para que otros vivieran; al ofrecerse como rehén en lugar  de las personas que eran retenidas por un terrorista en un supermercado.  Murió para que otros vivieran. Como Jesús lo hizo por todos nosotros. Porque la actitud natural del ser humano, de la mujer y el hombre, es apostar a la vida, con todos sus recursos, de todas las maneras posibles. Eso es lo que mueve a una madre, a un padre, a confiar en Dios y seguir adelante aun cuando le dicen que ese embarazo es riesgoso o que para ese hijo que va a nacer con una discapacidad sería más “humano” abortarlo.

Esa actitud es la que debe movernos a tenderle la mano a la mujer que está embarazada –muchas veces fruto de una violación, una de las experiencias más terribles que una mujer puede vivir-  que se siente sola y desamparada Y decirle que no lo está. Que ahí estamos para contenerla, para ayudarla. Porque  apostar a la vida no es sólo marchar y decirle no al aborto. Hay que actuar, salir al encuentro, en auxilio del otro, como lo hizo el buen samaritano o el gendarme Beltrame. 

Y nunca condenar, porque todos somos pecadores. Nosotros, todos, estamos invitados, impulsados por Dios,  a tener un corazón misericordioso. A ponernos en  el lugar del otro, nuestro prójimo.

 

 


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