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Reevaluar la santidad. La verdad sobre nosotros mismos, los santos y los pobres

por Fr. Michael Della Penna
Reevalular la santidad

La nueva exhortación del Papa Francisco llamada Gaudete et Exsultate (Regocíjate y sé feliz) desafía a los católicos a dirigir una nueva mirada a nuestro modelo de santidad y a nuestro llamado a ser santos.

Para muchos católicos, los santos a menudo son inalcanzables. Se les ve como ejemplos sobrehumanos inalcanzables, tan alejados de nuestra experiencia cotidiana que, en lugar de inspirarnos, solo sirven para desalentarnos. Hemos colocado a los santos tan arriba, en un pedestal, que no solo están fuera de nuestro alcance, sino que incluso parecen estar fuera del contacto con la realidad; como si hubieran vivido en otro mundo en lugar de aquí en la tierra y ahora estuvieran demasiado lejos para relacionarse con nosotros.

El Papa Francisco, por lo tanto, busca “representar” un paradigma de santidad más accesible redireccionando nuestra atención a los “santos de clase media” que a menudo se pasan por alto y que frecuentemente se ocultan; “nuestras propias madres, abuelas u otros seres queridos” cuyas vidas “no siempre han sido perfectas, pero incluso en medio de sus faltas y defectos han seguido avanzando y han demostrado ser agradables al Señor”. Santa Teresa Benedicta de la Cruz afirma que estas almas no mencionadas han ayudado a dar forma a “los puntos de inflexión más decisivos de la historia”. El Papa Francisco destaca, por ejemplo, la paciencia y la perseverancia de los padres que “crían hijos con inmenso amor”, el trabajo duro de madres y padres para mantener a sus familias, y a los religiosos mayores que nunca pierden la sonrisa. Luego reitera el llamado universal a la santidad del Vaticano II y alienta, “cada uno a su manera”, a unirse a la muerte y resurrección del Señor “de una manera única y personal, muriendo y resucitando constantemente con Él”.

El Papa Francisco lleva a los santos a un nivel inferior recordándonos que “no todo lo que un santo dice es completamente fiel al Evangelio; no todo lo que hace es auténtico o perfecto”. Este comentario no pretende disminuir la grandeza de los santos, sino que es un intento de restaurar la imagen completa de su humanidad integral. Al hacerlo, el Papa espera fortalecernos en nuestra propia debilidad personal, en los errores y en los pasos en falso, para que podamos levantar nuestros ojos a Cristo crucificado, y decir: “Señor, soy un pobre pecador, pero puedes obrar el milagro haciéndome un poco mejor”. En lugar de desanimarnos por nuestras propias imperfecciones, siempre debemos mirar a Cristo “que ama en nosotros”.

Mientras que la mayoría de nosotros nos concentramos en construir nuestras virtudes y fortalezas, el Papa Francisco enfatiza que la esencia de la santidad no es “desmayarse en éxtasis místico” si no más bien “es un encuentro entre su debilidad y el poder de la gracia de Dios”. Podemos encontrar la gracia de Dios poderosamente en los momentos más dolorosos de la desesperación, o cuando “nos encontramos completamente solos y abandonados”, o mediante la humillación de “tocar fondo”; cuando nos encontramos con las limitaciones reales y definitivas de nuestro propio poder y existencia. Es, precisamente, en y a través de la experiencia de nuestro absoluto vacío e impotencia, que solo puede venir a través de una lucha con nuestro propio quebrantamiento, contradicciones, conflictos, inconsistencias y confusión interna que a nosotros, como el Hijo Pródigo, nos puede llevar a decidir regresar al Padre. Confrontar la realidad de nuestra propia pobreza interior y la incapacidad de salvarnos a nosotros mismos también puede liberarnos de caer en los errores del gnosticismo y el pelagianismo, que nos tientan a creer que podemos ‘saberlo todo’ y ‘hacerlo todo’ por nosotros mismos. Estas herejías están arraigadas en un apego a una autoimagen distorsionada y un ego inflado que sobreestiman nuestras habilidades, poniendo demasiada confianza en nuestro propio intelecto, esfuerzo o fuerza de voluntad. En un intento de diseñar nuestra propia salvación, podemos robarle a Dios su misterio y el poder transformador de su gracia. Dios reveló la paradoja de que su fortaleza se perfecciona en la debilidad, como a San Pablo, quien escuchó a Jesús prometer “Mi gracia es suficiente para ti”. El Papa Francisco señala acertadamente que a menudo encontramos nuestro verdadero valor a través de nuestras propias debilidades y fracasos;  la confianza y la dependencia de Dios “nos liberan de toda forma de esclavitud y nos llevan a reconocer nuestra gran dignidad”.

Seguramente el mejor ejemplo de ello en los evangelios sea Pedro, quien negó tres veces a Jesús y le pregunta a Jesús si realmente le ama. Este famoso diálogo es bien conocido, pero el significado real, que revela la humilde lección de cuán profundamente Pedro ha aprendido a comprender y abrazar su propia debilidad, está escondido en el griego. El diálogo se desarrolla de la siguiente manera: Jesús, usando la palabra agapao, le pregunta a Pedro: “¿Me amas más que a éstos? Se nos recuerda que agapao es la palabra griega que designa la forma más elevada de amor que es puro, incondicional, desinteresado, gratuito y sacrificial. Los griegos de hecho reservaron esta palabra para describir la perfección de cómo solo Dios ama en contraste con los amores menores, phileo (es decir, amor de hermano, hermana, cosas) y eros (es decir, amor sexual). Pedro, habiendo negado recientemente a Jesús tres veces, demuestra la humildad, la cual descubre a través de su traición, y responde con sinceridad que tiene un phileo hacia Jesús, una palabra que se traduce en un cariño humano tierno y afectuoso. Esta admisión genuina de su propia deficiencia y pobreza interna es un momento decisivo para Pedro que ha llegado a conocer la verdad sobre sí mismo y sus propias limitaciones. Jesús entonces le pide a Pedro que alimente a Sus corderos.

Cuando Jesús vuelve a preguntarle a Pedro por segunda vez si tiene agapao por él, Pedro responde que tiene phileo por Jesús. Jesús luego le pide a Pedro que alimente a Sus ovejas, o más exactamente, que “cuide, alimente o guarde” Sus ovejas. La tercera y última vez que Jesús hace la pregunta, sin embargo, hace algo que es tal vez más revelador y lleno de compasión. Cambia el verbo y le pregunta a Pedro si tiene phileo hacia Él. Este cambio monumental simboliza la tierna caricia misericordiosa de la kenosis divina de la encarnación, en la que Dios se hace humano y desciende a nuestro encuentro allá donde estamos. Pedro estaba triste de que Jesús le cuestionara si lo amaba de esta manera, phileo, y dice “Tú sabes todas las cosas, sabes que te phileo“. Jesús termina pidiéndole a Pedro que alimente a Sus corderos.

Santa Teresa de Calcuta nos recuerda que cada uno de nosotros, a pesar de nuestros “muchos fallos y faltas humanas, estamos llamados a servir, como” Dios se inclina y nos utiliza, a ti y a mí, para ser su amor y su compasión en el mundo; Él lleva nuestros pecados, nuestros problemas y nuestras faltas. Él depende de nosotros para amar al mundo y mostrar cuánto lo ama. Si nos preocupamos demasiado por nosotros mismos, no tendremos tiempo para los demás “.
De este modo, el Papa afirma que si bien “la primacía pertenece a nuestra relación con Dios”, “no podemos olvidar que el criterio último sobre el cual nuestras vidas serán juzgadas es lo que hemos hecho por otros”. Luego señala a Santo Tomás de Aquino, quien cuando nos preguntan qué acciones nuestras son más nobles y muestran mejor nuestro amor por Dios, sin vacilar nos responde que “son obras de misericordia para con nuestro prójimo, incluso más que nuestros actos de adoración”.

Esto, al final, es el camino de la sabiduría espiritual propuesta por el profeta Isaías para mostrar lo que le agrada a Dios: “comparte tu pan con el hambriento y lleva a los pobres sin hogar a tu casa; cuando veas al desnudo, cúbrelo”. Por supuesto, es el último comentario sobre nuestro juicio que se encuentra en Mateo 25, y que nos asegura que seremos juzgados por la forma en que amamos a Cristo en los demás. El Papa Francisco concluye recordando las enseñanzas de San Juan Pablo II sobre la importancia de aprender a ver a Jesús “especialmente en los rostros de aquellos con quienes Él mismo deseaba ser identificado” para que podamos ver “el rostro de Dios reflejado en tantas otras caras, porque en cada uno de nuestros hermanos y hermanas, especialmente en los más pequeños, los más vulnerables, los indefensos y los necesitados, se encuentra la misma imagen de Dios “.

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