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El Espíritu Santo viene a nosotros a vivificarnos

por Card. Rubén Salazar Gómez
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Estamos hoy en Pentecostés, la fiesta que cierra el tiempo pascual; se han cumplido 50 días desde el día en el que celebramos la resurrección del Señor, desde el domingo de pascua. Y Pentecostés es una palabra que significa precisamente 50: son los 50 días; y con esta fiesta se cierra el ciclo de la pascua.
 
Escuchemos con suma atención el relato:

Lectura del santo Evangelio, según san Juan 20, 19-23
 Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos, y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
 “Paz a ustedes”. Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado, y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: “Paz a ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”
Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo; a quienes les perdonen los pecados, les quedan perdonados, a quienes se los retengan, les quedan retenidos” .
Palabra del Señor

 

 

Transcripción La voz del pastor 20 de mayo de 2018

El día de Pentecostés, que era una fiesta judía, que se celebraba a los 50 días de la Pascua, los apóstoles experimentaron de una manera especial la presencia salvadora de Cristo resucitado en su corazón, por la fuerza del Espíritu. Y se sintieron lanzados, podríamos decir así, lanzados a la misión.
 
Hasta ese momento, el Evangelio nos dice que ellos habían estado llenos de miedo, escondidos, encerrados porque no se sentían capaces de enfrentar la hostilidad del ambiente en que vivían. Pero a partir de este momento, los apóstoles se van a lanzar al mundo con valor, con fuerza, con libertad absoluta porque saben que el Señor resucitado está en su corazón, que el Espíritu mismo de Dios es el que los guía, el que los alimenta, el que los empuja.
 
Por eso hoy nosotros tenemos que tomar conciencia de tres cosas: la primera, que también nosotros hemos recibido el Espíritu como lo recibieron los apóstoles. El día de Pentecostés nosotros lo hemos recibido en nuestro bautismo, en nuestra confirmación, lo recibimos cada vez que nos acercamos al sacramento de la penitencia, cada vez que celebramos la eucaristía recibimos permanentemente el espíritu del Señor. Entonces tenemos que hacer caso a lo que esa presencia del Espíritu significa en nosotros.
 
En segundo lugar, que si hemos recibido el Espíritu, nuestra vida tiene que transformarse porque no estamos animados, sencillamente por, solamente por, nuestro pecado, por nuestras pasiones, por nuestro egoísmo, por nuestro individualismo; sino que el Espíritu viene a nosotros a vivificar, nos ha transformado. San Pablo tiene expresiones sumamente claras sobre lo que significa la presencia del Espíritu en el corazón del cristiano: es una fuerza transformadora vivificadora; es como arrancarle el corazón de piedra para darle un corazón de carne, según la profecía de Ezequiel, a aquel que cree. Y, por lo tanto, hace lo capaz de una vida nueva.
 
Y en tercer lugar, ser misionero como los discípulos: salir a proclamar la presencia de Cristo resucitado en medio del mundo. Y esto lo hacemos especialmente a través de nuestra vida, pero todo esto no es posible sino en la medida en que de verdad permanezcamos unidos los unos a los otros. Permanezcamos como Iglesia, como comunidad. Hoy nos cuesta trabajo entender lo que significan estas comunidades, esta realidad de la comunión entre las personas. Fíjense ustedes que hemos ido desbaratando la familia, hemos ido desbaratando las amistades cercanas, hemos ido desbaratando los círculos de comunitarios, hemos ido desbaratando todo lo que significa vivir con otros en comunión, y con unas metas comunes, unas metas, unos propósitos asumidos por todos. Hoy hemos optado por una vida individualista, cada uno por su lado, cada uno haciendo lo que se le ocurra.
 
Y que el mundo vaya a la deriva no nos interesa, entonces hay que tomar conciencia de que, para que nosotros podamos vivir en plenitud esa realidad que nos da el Espíritu, tenemos que vivirla en comunidad. Para eso está la Iglesia y una expresión muy clara de la iglesia son las parroquias. La parroquia es esa pequeña comunidad, un territorio pequeño presidido por un sacerdote, en el cual los fieles pueden caminar juntos, recibiendo juntos la palabra del Señor, celebrando juntos los sacramentos, caminando juntos hacia Dios.
 
Vamos a pedirle al Señor que nos haga comprender hoy Pentecostés, como nos ha dado en su espíritu, cómo su espíritu nos vivifica, cómo su espíritu nos envía en misión y cómo su espíritu nos reúne en una familia grande, que es la iglesia para que vivamos nuestra fe y seamos misioneros del Señor.
 
La bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre. Amén.

 

Fuente: es.catholic.net

 

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