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¿Qué es una romería a la Virgen y cómo se hace?

por Lorena Bais

La palabra romería viene de «romero», tal y como se designaba a las personas que peregrinaban a Roma. Después, el significado se extendió y en la actualidad una romería es la visita a un santuario de la Virgen María.

El mes de mayo es el mes dedicado por la Iglesia católica a la Virgen María, en el hemisferio norte, y se le llama también Mes de María. ¿Por qué? Porque es el mes más bonito del año: es el “mes de las flores”, en plena primavera; es el mes en que los niños y adolescentes reciben los sacramentos de la Eucaristía o Primera Comunión y de la Confirmación en pleno Tiempo Pascual; es el mes de los poetas, de los Juegos florales; el mes de los enamoramientos; es el mes de clima templado,  cuando la vegetación está exuberante y el calor todavía no agota los cuerpos por el sudor.

El mes de mayo es también tradicionalmente el mes de las romerías a la Virgen. Las romerías son manifestaciones de religiosidad popular, tan querida por el papa Francisco, son un caminar hacia un templo o ermita dedicado a la Virgen y pedirle favores, darle las gracias, y manifestarle el amor, el cariño, la ternura de los hijos hacia su Madre.

El origen de la romería se remonta al siglo VI en el corazón de Europa. Se popularizaron en el Medioevo las peregrinaciones que iban a visitar las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo y se les llamó “romeros”, derivado del latín Romae. A los que peregrinaron hacia la tumba del Apóstol Santiago se les llamó “peregrinos”, que viene del latín “peregrinus” (el que va o viene del extranjero). Los peregrinos a Tierra Santa (Palestina) se llamaron palmeros.

Fue en los últimos siglos del primer milenio en que se erigieron muchos templos dedicados a la Virgen María, Madre del Redentor, y se iniciaron peregrinaciones o romerías. Uno de los primerísimos santuarios europeos de la Virgen fue Nuestra Señora de los Ermitaños de Ensiedel (Suiza), donde son conocidas ya romerías en el siglo VI y que popularizó Carlomagno.

Hoy en el siglo XXI son muchísimas las ermitas, iglesias, templos, santuarios, basílicas y catedrales dedicadas a la Virgen María, que durante el mes de mayo reciben la visita de romeros que van a rezar a la Virgen.

No existe una fórmula para hacer una romería, sino que esta arranca del amor, cariño y veneración que los hijos tienen hacia su Madre del cielo. La romería es un acto de piedad personal hacia la Virgen. Se va a Ella para rezarle, a pedirle favores o a darle las gracias por favores recibidos.

La romería tiene también un valor penitencial, para que los romeros cuando  visitan a la Virgen puedan “ofrecerle algo”. Muchas veces la ermita o santuario están situados en peñascos altos y hay que subir por caminos sinuosos hasta conseguir besar a la Virgen.

Sin embargo, la práctica más común es la oración que más le gusta a la Virgen, como Ella pidió en apariciones como en Fátima, hace ahora cien años: el rezo del Santo Rosario.

La romería de mayo es una visita a la Virgen hecha con amor filial. Lo que hacía San Josemaría era rezar tres partes del Rosario: una, en el camino de ida; otra —que solía ser la correspondiente al día de la semana, con las letanías—, en el santuario o ante la imagen de Nuestra Señora que había ido a visitar; y la tercera, en el camino de regreso.

Se pueden ofrecer a Santa María pequeños sacrificios por las necesidades personales y de toda la Iglesia: hacer a pie al menos la última parte del trayecto; aceptar con alegría las incomodidades del camino o las inclemencias del tiempo; privarse del pequeño refrigerio que sería normal en un paseo, etc.

La romería de mayo tiene un marcado espíritu apostólico. Las romerías no solo se dan en los grandes santuarios, que en realidad reciben centenares de miles o millones peregrinos durante todo el año, sino en las ermitas y santuarios más pequeños, situados en pueblos o villas de no muchos habitantes, donde se mantiene viva la tradición popular de la romería en el mes de mayo en honor a la Virgen María.

Decía San Juian Pablo II en Fátima: «Una manifestación particular de la maternidad de María, la constituyen los sitios donde Ella se encuentra con los hombres, las casas donde habita; lugares donde se nota una particular presencia de la Madre. En todos estos lugares se cumple de modo admirable el singular testamento del Señor crucificado. Allí, el hombre es confiado a María, allí acude con presteza a encontrarse con Ella como con la propia Madre; le abre su corazón, le habla de todo; la recibe en su propia casa, es decir, le hace partícipe de todos sus problemas». 

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