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Ser cristiano y ser santo no es sino abrir el corazón al Señor

por Card. Rubén Salazar Gómez
la-voz-del-pastor-06-16-2018

El Señor nos presenta hoy dos parábolas muy importantes para que entendamos en qué sentido nosotros somos sus discípulos. 

Lectura del santo Evangelio según san Marcos

En aquel tiempo decía Jesús a las turbas:

“El Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.”

Dijo también:

“¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después, brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.”

Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Palabra de Dios

 

 

Transcripción la voz del pastor 17 de junio de 2018

 

El papa Francisco nos ha regalado una exhortación apostólica sobre la santidad hace poco tiempo y uno de los peligros que el Papa nos presenta como actuales y que nos impiden verdaderamente ser santos es lo que él llama (y lo que en la historia de la iglesia se ha llamado siempre) el pelagianismo. Es decir, la certeza de pensar que uno es el que actúa, que uno es el que se gana la vida eterna, es decir, que somos nosotros los seres humanos con nuestras capacidades, con nuestras fuerzas los que nos ganamos el reino de Dios.

Las dos parábolas de hoy vienen precisamente a decirnos que esto no es posible; es Dios el que actúa. Y actúa de una manera misteriosa porque muchas veces, precisamente, nosotros no sabemos cómo el Señor nos mueve, cómo el Señor permite que en nosotros vayan progresando las virtudes, la capacidad de entender su palabra, la capacidad de vivir cada vez

más de una manera coherente. Muchas veces no sabemos cómo el Señor actúa, muchas veces recibimos en la vida ciertos golpes duros, difíciles que nos hacen, a veces, recapacitar porque nos sacuden profundamente y nos sacan de nuestro conformismo, de nuestra rutina diaria.

El Señor actúa: Él es el que nos lleva. Ahí hay un misterio que no es fácil de entender. Porque es el Señor el que actúa, es el Señor el que salva, pero nosotros tenemos que aceptar esa salvación. Nosotros no podemos rechazarla, nosotros no podemos sencillamente decir: “Ah, sí eres tú el que haces, entonces yo me cruzó de brazos y hago lo que a mí se me antoja porque tú me salvas”. No, la salvación del señor, si nosotros la recibimos en el corazón, precisamente va transformando nuestra vida. La moral cristiana no es sencillamente el fruto de un esfuerzo ético, es mucho más. Es simplemente abrir plenamente el corazón al Señor para que Él actúe de tal manera que toda nuestra vida se vaya transformando porque se va llenando de la luz que Él nos da, se va llenando de la fuerza que nos da, se va llenando del amor que Él infunde en nuestros corazones por medio de su espíritu.

Entonces, ser cristiano y ser santo no es sino abrir el corazón al Señor para que Él actúe y de todo ese granito de mostaza (del que nos habla el Evangelio) chiquitico, pequeñísimo (que es precisamente lo que el Señor siembra en nosotros) hace posible que vayamos creciendo, que vayamos siendo cada vez más lo que el Señor quiere de nosotros. Tenemos que entender que toda nuestra vida tiene que ser un crecer en el amor a Dios y a los demás. Pero no como, sencillamente, resultado de un gran esfuerzo de parte nuestra sino de una gran apertura del corazón con la escucha de la palabra, con la reflexión en lo que el Señor quiere de nuestra vida y, sobre todo, con permitirle al Señor que, por los sacramentos (el sacramento de la reconciliación, el sacramento de la Eucaristía), nos vaya llenando permanentemente de su gracia.

Hay que confiar en Él, hay que confiar en Él. Somos pequeños, frágiles, pecadores, pero si confiamos en el Señor, si abrimos nuestro corazón al Señor, si nos adherimos al Señor, el Señor realizará en nosotros su obra de salvación.

La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.

Amén

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