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¿Quiénes son y qué hacen los diáconos en la liturgia?

por Lorena Bais
los diaconos

Diakonía es la palabra griega que fijará la función de los diáconos. Esta palabra significa servicio, y es de tanta importancia para la Iglesia que se confiere por un acto sacramental llamado “ordenación”, es decir, por el sacramento del orden.

Actualmente, la figura de los «diáconos transitorios o permanentes», es una gracia de Dios para la Iglesia. En algunos casos, los diáconos se preparan para el orden presbiteral, pero en otros, el diaconado es para toda la vida, casados o solteros, pero sirviendo a su iglesia con la vida.

En el libro de los Hechos de los Apóstoles del Nuevo Testamento, leemos que los propios apóstoles ordenaron diáconos –servidores- para atender a las viudas que lo precisaban. De hecho, constatamos que el diácono Esteban predicaba y servía. Repartía el pan de la palabra y el pan material.

El Concilio Vaticano II, en su reflexión Lumen Gentium sobre la Iglesia, decidió renovar el ministerio del diaconado, que desde hacía siglos solo se confería a quienes se encaminaban a la ordenación presbiteral. En unos cuantos textos fundamentales los Padres conciliares proponen la recuperación del ministerio, que posteriormente se concretará en las disposiciones pontificias y en la práctica de la Iglesia.

En el tercer capítulo de Lumen Gentium, n. 29, encontramos el texto central del Concilio: “En el grado inferior de la jerarquía están los diáconos, que reciben la imposición de manos “no en orden al sacerdocio, sino en orden al ministerio”. En efecto, fortalecidos por la gracia sacramental y en comunión con el obispo y su presbiterio, sirven al pueblo de Dios en la diaconía de la liturgia, de la palabra y de la caridad.

Corresponde al diácono, según la autoridad competente que se lo haya asignado, administrar solemnemente el Bautismo, conservar y distribuir la Eucaristía, asistir y bendecir el matrimonio en nombre de la Iglesia, llevar el viático a los moribundos, leer la Sagrada Escritura a los fieles, instruir y exhortar al pueblo, presidir el culto y la plegaria de los fieles, administrar los sacramentales y presidir el rito de los funerales y de la sepultura (se entiende sin celebración de la Eucaristía). Dedicados a las tareas de caridad y administración, que recuerden los diáconos la recomendación de san Policarpo: “Que sean misericordiosos, diligentes y caminen en la verdad del Señor, que se hizo servidor de todos…”.

Con el consentimiento del Romano Pontífice, el diaconado se podrá conferir a varones de edad ya madura, aunque estén casados, y también a jóvenes idóneos: pero para éstos, se mantiene firme la ley del celibato”.

Se califica como transitorios a aquellos diáconos a los cuales se les confiere este ministerio por un período limitado de tiempo, que usualmente se inicia luego de culminar sus estudios y se extiende hasta que el ordinario del lugar considera al candidato suficientemente maduro para ser ordenado presbítero por el obispo. En general, durante este tiempo los candidatos ejercen como diáconos en parroquias. Por lo tanto, es condición para ser presbítero haber sido ordenado con anterioridad en calidad de diácono transitorio (es decir, en tránsito hacia el presbiterado). 

En el Concilio Vaticano II, se restableció nuevamente el diaconado permanente. Este tipo de diaconado puede ser conferido a hombres casados. El diácono permanente debe ser considerado hombre «probo» por la comunidad, caritativo, respetuoso, misericordioso y servicial. Es determinación del obispo exigir que sea casado, y en este caso, la esposa deberá autorizar por medio escrito al obispo la aceptación para la ordenación del esposo (requisito indispensable). Un diácono casado que pierde a su esposa no puede volver a contraer matrimonio, pero sí puede optar a ser presbítero. Quien es ordenado diácono siendo soltero se compromete al celibato permanente.

Solo el varón («vir») bautizado recibe válidamente esta sagrada ordenación. El sacramento del Orden confiere un carácter espiritual indeleble y no puede ser reiterado ni ser conferido para un tiempo determinado. Se le puede liberar de obligaciones y de las funciones vinculadas a la ordenación y hasta se le puede impedir ejercerlas, pero no vuelve a ser laico nuevamente puesto que, desde la ordenación, se considera que el diácono queda marcado espiritualmente de forma permanente (de allí el término marca o carácter).

Debemos constatar que los diáconos con familia precisan la aprobación y el soporte de sus miembros, especialmente de la esposa. Viven de su trabajo civil o de su pensión, si están jubilados, y reciben ayudas puntuales del obispado para cubrir los gastos de su ministerio.

La instauración del diaconado ha sido un don de Dios para nuestra Iglesia. Demos gracias por ellos y agradezcamos su disponibilidad y su servicio a través de nuestra plegaria y nuestra acogida.

 

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