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El Señor hoy nos enseña a reconocerlo como nuestro salvador

por Card. Rubén Salazar Gómez
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El Señor hoy nos enseña a reconocerlo como nuestro salvador, por encima de las apariencias humanas, por encima de la fragilidad aparente con que él se ha manifestado a nosotros. Escuchemos el Evangelio y reavivamos nuestra fe:

 

Lectura del santo Evangelio, según san Marcos 6,1-6

En aquel tiempo fue Jesús a su tierra en compañía de sus discípulos. Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada:
–¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? ¿Y sus hermanas no viven con nosotros aquí? Y desconfiaban de él.
Jesús les decía:
–No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.
No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe.
Palabra del señor

 

 

Transcripción la voz del pastor 8 de julio de 2018

Cuando nosotros hablamos de Jesús de Nazareth como el hijo de Dios, como el salvador, como aquel que con su muerte y su resurrección nos ha dado la vida, es posible que muchos digan: “pero qué estupidez, esto es una cosa sin sentido. ¿Cómo un hombre cualquiera, un hombre que vivió hace más de 2000 años, un hombre cuyo registro ni siquiera aparece en los textos de historia de la época, un hombre que pasó totalmente desapercibido vaya a ser el hijo de Dios, vaya a ser el salvador del mundo?”

Esto puede ser que en el mundo de hoy, que somos tan orgullosos, pueda surgir con frecuencia un cierto desprecio hacia Jesús de Nazareth. Ese pobre judío que vivió por allá en esas peñas del Israel y que enseñó una doctrina interesante de pronto, pero que indudablemente no era más que un pobre diablo como todos nosotros somos un pobre diablo.

El Señor hoy nos invita a que tomemos conciencia de que nuestra fe en Él no se basa en las apariencias humanas. Él no quiso nacer como un emperador, como el hijo de un emperador en el palacio más importante ni ser la persona más importante del mundo. No, explícitamente (y yo diría por elección voluntaria absolutamente libre), Él quiso hacerse pobre, como el más pobre de los pobres. Él nació en una gruta en donde se tenían animales, en una pesebrera, como el hombre más pobre de los pobres y durante toda su vida Él vivió así en la pobreza. Nunca aceptó honores de ninguna clase. Hay un momento dado en que le dice a uno que pretende seguirlo: “los pájaros tienen nido, las zorras tienen madriguera pero yo no tengo donde reposar la cabeza”. Era esa es la realidad del Señor. Quiso aparecer en la humildad absoluta de nuestra carne en un himno de la Iglesia primitiva que aparece en la carta a los filipenses de san Pablo se nos dice que Él se anonadó, se vació, se humilló asumiendo nuestra condición como esclavo, como servidor absoluto de los seres humanos.

Pero precisamente ahí está la grandeza y ahí es donde se manifiesta el verdadero ser de Dios; el Dios que nosotros adoramos, el Dios que nosotros reconocemos, el Dios a quien nosotros seguimos, por medio de Jesucristo, nuestro Señor, no es un dios aparatoso, no es un Dios glorioso en el sentido humano del término, no es el dios que se impone por la fuerza. Es el dios humilde, es el dios callado que habla pero habla susurrando. Es el dios, por lo tanto, que viene a nosotros de una manera que, si no hacemos un esfuerzo por descubrirlo, no lo vamos a descubrir porque Él no se nos manifiesta de una manera estrepitosa.

Ese dios es el que nosotros tenemos que seguir y esto para nosotros es fundamental en toda la vida de Cristo, nuestro Señor, hay que contemplarlo a Él en todos sus gestos de humildad, de misericordia, de perdón. Es decir, como Él verdaderamente se hizo uno de nosotros, compartió la suerte nuestra (especialmente la suerte de los más pobres, de los pecadores, de los enfermos, de los que sufrían de alguna manera y así nosotros llenarnos también de esa misericordia de Dios)

Que el contemplar a Cristo humilde y humillado en su pasión y muerte nos lleve también a nosotros a mantener una actitud humilde. El mundo no es de los prepotentes, el mundo es de aquellas personas que son conscientes de sus limitaciones, que son conscientes de su creaturalidad; es decir, de ser criaturas por Dios y que por lo tanto no son dueñas de nada, que todo lo ponen al servicio de los demás.

Reafirmemos hoy nuestra fe en Cristo, nuestro Señor, en ese judío de hace 2000 años. Reconozcamos el rostro de la misericordia de nosotros en él, reconozcamos al hijo de Dios que vino a arrancarnos de la muerte y del pecado, y a darnos la vida. Reafirmemos nuestra fe.

La bendición de Dios Todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre.
Amén.

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