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La fe no es fácil

por Card. Rubén Salazar Gómez
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Continuamos, desde los dos domingos anteriores, con el capítulo sexto del Evangelio de Juan, el famoso capítulo del discurso del pan de vida, el alimento que el Señor nos da para que tengamos vida y vida eterna.

Escuchemos con suma de atención:
Lectura del santo Evangelio según san Juan
En aquel tiempo, los judíos murmuraban de Jesús porque había dicho: “Yo soy el pan de bajado del cielo”. Y decían:
“¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?”
Jesús tomó la palabra y les dijo:
“No critiquen. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos discípulos de Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.
“No es que alguien haya visto al Padre, a no ser el que esté junto a Dios; ese ha visto al Padre. En verdad, en verdad les digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida.
“Sus padres comieron en el desierto el maná y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo”
Palabra del Señor

 

 

Transcripción la voz del pastor 12 de agosto de 2018

La fe no es fácil; la fe, más bien, va en contravía de todo porque la tendencia nuestra es la tendencia a creernos autosuficientes. Nosotros creemos, desafortunadamente, que podemos bandearnos solos, hacer de nuestra vida lo que queremos. Y, por lo tanto, creer en que hay un Dios que nos creó del cual dependemos, que hay un Dios que nos ama, que viene a nosotros en la persona de Cristo nuestro Señor no es fácil.

Por eso, la fe no se alcanza simplemente con un razonamiento. No es porque yo logre ver (así como “dos y dos son cuatro”), sino que la fe es un don del Señor, es una gracia. Pero es una gracia que ilumina mi mente y que permite que yo descubra que es razonable lo que se me propone como adhesión a la persona de Jesucristo, que me muestra al padre y me da su espíritu.

Cuando los judíos, que estaban allí escuchando las palabras del Señor, se escandalizan de que el Señor diga que Él es el pan que ha bajado del cielo para dar la vida al mundo, yo creo que ahí hay un poquito un eco de todo lo que pasa en la humanidad. No nos sentimos a veces muy cómodos en reconocer que un personaje histórico por allá que vivió hace más de 2000 años, un personaje pobre, medio loco (según nuestras categorías humanas), que se le ocurrió reunir a unos pobres discípulos, que eran todos unos pobres pelagatos, pescadores… que ese sea Dios, la manifestación de Dios. Y entonces más bien como que nos sentimos incómodos y pensamos que es mejor prescindir de ese relato cristiano (como lo llaman también a veces), y pensar que es mejor que con cada cual construye a su vida como se le ocurra.
Por eso es bueno que nosotros seamos conscientes de que tenemos que cultivar nuestra fe. La fe es un don, es un regalo de Dios, pero es un regalo que tenemos que acoger. Y por eso acoger la fe significa que todos los días nosotros fortalecemos nuestro encuentro personal con el Señor. Ese encuentro personal empieza con escuchar su palabra y ese fue el encuentro personal continúa con acercarnos a sus sacramentos, especialmente al sacramento de la eucaristía. La santa misa, los domingos, es de una manera especialísima para que nos sintamos verdaderamente en unión con ese Señor que nos ama. Porque como lo dijo el papa Benedicto XVI en una frase ya famosa pero que a mí me encanta repetir porque refleja exactamente la realidad profunda de la fe: “Nosotros no somos cristianos porque hayamos descubierto una doctrina muy bonita o porque descubramos un panorama ético superior. Nosotros somos cristianos porque nos hemos encontrado con un acontecimiento con una persona, y ese acontecimiento, esa persona es Cristo nuestro Señor muerto y resucitado por nosotros”. Y dice el Papa: “que nos abre un nuevo horizonte y le da una orientación definitiva a la existencia”.
De eso se trata, de que nos encontremos personalmente con Cristo nuestro Señor. Y al encontrarnos con Él, al escuchar su palabra, al entrar en diálogo profundo con Él, al ver como Él transforma nuestra vida, entonces seamos capaces de darle nuestra adhesión permanente total. Una permanente adhesión que crece, que se fortalece, que se hace cada vez más fuerte y más clara, precisamente porque como es una relación personal, siempre es posible que sea mejor, siempre es posible que crezca, siempre es posible que recibamos nosotros más luz, más fuerza, más vida de ese diálogo nuestro profundo con Él, de ese encuentro personal con Él, que ese encuentro con el Padre y nos da su espíritu.

Qué bueno que de verdad nosotros fuéramos conscientes de que tenemos que cultivar nuestra fe. De que tenemos que hacer lo posible para que cada vez más la persona de Cristo nuestro Señor no sea una teoría, no sea sencillamente un personaje abstracto, sino un ser real. Un ser real con el cual dialogo por la fe, por el cual dialogo en la oración, con el cual me uno profundamente en los sacramentos, especialmente en los sacramentos de la eucaristía (en donde como su cuerpo y veo su sangre) y al mismo tiempo también en el sacramento de la penitencia o de la confesión (en el cual recibo el perdón de los pecados).

Ser cristiano no es sencillamente seguir una teoría, no es seguir una doctrina, no es sencillamente adoptar una serie de principios teóricos. Es fundamentalmente encontrarnos con una persona que nos ama y ser nosotros capaces de amarla. Es encontrarnos con una persona que viene a mí para llenarme de luz y de fuerza, y aceptar plenamente esa luz y esa fuerza en nuestra existencia. Esto requiere de nosotros humildad. Humildad para reconocer nuestros límites, nuestras debilidades, nuestras falencias. Humildad para saber aceptarlo y abrir nuestro corazón a Él. Pidámosle al Señor esa humildad profunda para que podamos creer cada vez más en Él.

La bendición de Dios todopoderoso: Padre, Hijo y Espíritu Santo descienda sobre ustedes. Amén.

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