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“El Acuerdo Provisional es el fruto del largo y complejo diálogo institucional de la Santa Sede con las autoridades gubernamentales chinas”

por Vatican News
Iglesia en China

El cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, ha seguido el delicado y complejo camino de la Iglesia Católica en China desde 1992, año de su llegada a Hong Kong. En esos mismos años comenzó el «deshielo diplomático» entre la República Popular China y la Santa Sede, con los primeros contactos entre representantes de la Secretaría de Estado y el Ministerio de Asuntos Exteriores en Beijing. Compartimos una síntesis de la entrevista que concedió al periódico L’Osservatore Romano.

– Eminencia, desde hace algunos años usted está al frente del Dicasterio de la Santa Sede competente para la evangelización, con especial referencia a los llamados territorios de «misión». ¿Cuál es el valor pastoral que ve en el «Acuerdo provisional sobre el nombramiento de obispos», firmado entre la Santa Sede y el Gobierno chino el pasado 22 de septiembre?

– Me siento especialmente interpelado por el valor pastoral del Acuerdo Provisional, precisamente por la competencia que tiene el Dicasterio que dirijo para acompañar a la Iglesia en China; pero no creo que pueda decir más y mejor de lo que el Papa Francisco escribió en su Mensaje a los católicos chinos el pasado mes de septiembre. Cito literalmente: «… el Acuerdo Provisional… es el fruto del largo y complejo diálogo institucional de la Santa Sede con las autoridades gubernamentales chinas, inaugurado ya por San Juan Pablo II y continuado por el Papa Benedicto XVI. A través de este camino, la Santa Sede no tenía – y no tiene- en mente otra cosa, que no fuera la realización de los objetivos espirituales y pastorales propios de la Iglesia, a saber, apoyar y promover el anuncio del Evangelio, y lograr y preservar la unidad plena y visible de la comunidad católica en China» (n. 2).

Y más aún: «El Acuerdo Provisional firmado con las autoridades chinas, aunque limitado a algunos aspectos de la vida de la Iglesia y necesariamente perfectible; puede contribuir -por su parte- a escribir esta nueva página de la Iglesia católica en China. Por primera vez, introduce elementos estables de colaboración entre las autoridades estatales y la Sede Apostólica, con la esperanza de asegurar buenos pastores para la comunidad católica» (n. 5).

En definitiva, compartiendo una cierta perplejidad expresada por muchos por las dificultades que aún quedan y por las que pueden revelarse en el camino, siento que en la Iglesia católica de China hay una gran expectativa de reconciliación, de unidad, de renovación, de una reanudación más decisiva de la evangelización. No podemos quedarnos quietos en un mundo que, en muchos sentidos, corre a velocidades supersónicas pero que, al mismo tiempo, experimenta la necesidad urgente de redescubrir los valores espirituales y humanos que dan una esperanza sólida a la vida de las personas y una verdadera cohesión a la sociedad. En una palabra, todo esto es lo que el cristianismo puede ofrecer a la China de hoy. 

-Eminencia, usted citó el «Mensaje del Papa Francisco a los católicos chinos y a la Iglesia Universal» del 26 de septiembre de 2018. ¿Existe alguna discordancia o correlación entre este Mensaje y la «Carta del Papa Benedicto XVI a los católicos chinos» del 27 de mayo de 2007? ¿Qué ha cambiado entretanto?

– Mire, en la Carta del Papa Benedicto XVI, que usted ha mencionado con razón, además de muchas otras enseñanzas preciosas, hay dos cosas que se afirman sustancialmente: La primera es que la condición de clandestinidad se justifica en la medida en que es necesaria para la protección de la vida y la defensa de la fe en circunstancias adversas.

La segunda es que, incluso en situaciones difíciles y complejas, pueden tomarse decisiones y opciones en la medida en que no falte la capacidad de discernimiento pastoral, que es responsabilidad del Obispo, en vista del mayor bien de su propia comunidad diocesana. En la Carta de Benedicto XVI ya existe la intuición de que la historia continúa, evoluciona y que, cambiando los contextos históricos en los que los hombres y los pueblos interactúan entre sí, la organización del pensamiento, la elaboración de conceptos y la interpretación de las fórmulas sociales que son la base de nuestras vidas también cambian verdaderamente. Lo que el Mensaje del Papa Francisco añade a la enseñanza válida y actual de Benedicto XVI, es quizás la atención a la sanación de la memoria para pasar página; es una mirada decididamente dirigida hacia el futuro para inspirar una planificación pastoral para la Iglesia en China.

-Cardenal Filoni, alguien ha escrito que, al confiar las diócesis a obispos oficiales, previamente excomulgados, las llamadas comunidades clandestinas de China quedarán privadas de sus pastores, y se verán obligadas a rendirse, a adaptarse a ideas, normas e imposiciones que no pueden compartir en conciencia. Algunas personas también dicen que el destino de los católicos clandestinos será ser absorbidos por la comunidad oficial y desaparecer. ¿Qué opina de eso?

– En la cultura china, a la gente le encanta usar imágenes. Trato de dar una, en mi opinión, expresiva. En China la evangelización, de la que nació la Iglesia, era única; era una fuente de agua dulce que fluía y tenía una trazabilidad evidente. Luego, para acontecimientos históricos, fue como la caída de una gran roca desprendida de la montaña que interrumpió el flujo de agua; una parte de ella se inhibió, fluyendo bajo el suelo, otra, tras girar y girar salió a la superficie.

En los últimos veinticinco o treinta años, hemos empezado a hablar de un camino que podría devolver la unidad a las dos corrientes; hemos trabajado, hemos rezado y ha habido muchas iniciativas y gestos que hasta ahora han contribuido, a través de eventos alternativos, a promover la unidad. No fue fácil y aún no lo es. No podemos ignorar años de conflicto y malentendidos. Sobre todo, es necesario reconstruir la confianza, quizás el aspecto más difícil, en las autoridades civiles y religiosas responsables de las cuestiones religiosas y entre las llamadas corrientes eclesiales, oficiales y no oficiales.

En la constante consideración de la Santa Sede, siempre se ha dicho que en China no hay dos Iglesias, una «Iglesia patriótica» y una «Iglesia fiel» (jerga de uso común); sino que en China la Iglesia es una y las heridas que se le han infligido vienen de dentro y de fuera. En el contexto actual podemos decir que las energías para sanar del sufrimiento están ahí; la meta es alta y necesitaremos la contribución de todos para alcanzarla completamente.

-Eminencia, en China hay católicos que, después de haber sufrido tanto para permanecer fieles al Sumo Pontífice, ahora se sienten confundidos y, sobre todo, experimentan la amarga sensación de ser casi traicionados y abandonados por la Santa Sede. ¿Qué cosa siente que puede decirles?

 – A los católicos que han testimoniado la fe, quiero recordar ante todo el consuelo de Jesús que dice: «Siervo bueno, bueno y fiel, entra en la alegría de tu Señor» (Mt 25,23); ¡este consuelo no tiene precio, no tiene precio!

Es el más bello consuelo que se puede oír del Maestro. En todo caso, por parte de la Santa Sede y mía, deseo expresar un sentimiento de sincero agradecimiento y admiración por la fidelidad y perseverancia en la prueba, por la confianza en la Providencia de Dios, incluso en las dificultades y adversidades. Muchos, a lo largo de los años, han sido verdaderos mártires o confesores de la fe. Sólo un alma superficial o de mala fe podría imaginar que el Papa Francisco y la Santa Sede abandonarían el rebaño de Cristo, dondequiera y como quiera que esté en el mundo.

Por lo tanto, debemos trabajar más en la percepción de los fieles, a menudo influenciados por mensajes de los medios de comunicación que no son del todo correctos o equilibrados, que tienen dificultades para comprender la discreción que rodeó el diálogo entre la Santa Sede y la República Popular de China.

Es necesario un mayor respeto por estos hermanos y hermanas; nadie debe abusar de sus sentimientos. Sin embargo, entiendo las dudas; entiendo las perplejidades; a veces las comparto. Pero no comparto la actitud de quienes, manteniendo sus legítimas reservas, no sólo no se esfuerzan por comprender el punto de vista de los demás, sino que, sobre todo, corren el riesgo de no remar en sintonía con la barca de Pedro.

El Papa, junto con sus colaboradores, ha hecho, hace y hará todo lo posible para estar cerca de la Iglesia en China; no somos infalibles en los caminos, pero amamos verdaderamente a la Iglesia y al pueblo chino. Desde hace muchos años trabajamos y estudiamos todas las situaciones; ¡cuántas oraciones para consolar con ternura espiritual, para iluminar con la palabra de Dios, para animar con la serenidad del guía, para encontrar soluciones también a nivel diplomático! Invito a todos los que tengan la oportunidad, a trabajar juntos para llevar estos sentimientos y palabras a aquellos que los necesitan y se sienten abandonados. Para lo demás, siempre será verdad lo que canta el salmista : «El que siembra con lágrimas, cosechará con alegría» (Sal 126,5).

-Su Eminencia, ¿cuál es el proyecto de la Iglesia Católica en China? ¿Cómo ve usted, el futuro del cristianismo en ese país?

-Distinguiría entre estas dos cuestiones. En cuanto al proyecto de la Iglesia católica en China, diría que debe buscar ser cada vez más Iglesia, es decir, desarrollarse en la fe, la esperanza y la caridad, trabajar por los jóvenes, por las nuevas vocaciones, por el ecumenismo y el diálogo interreligioso, por la formación del clero, para ayudar a las necesidades de los que permanecen al margen del crecimiento.

Además, descubrir y dar cuerpo al «cómo» hacer esto, adaptando métodos y caminos, es sobre todo tarea de los católicos chinos. Aunque la Iglesia en China sea todavía un pequeño rebaño, el camino es el de la confianza que acompaña al sembrador que siembra la buena semilla en el campo: «No temas, pequeño rebaño, porque tu Padre ha querido darte su reino» (Lc 12,32). El plan, pues, es el que Jesús confía a los apóstoles: «Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mt 5,16). En todo esto, ayudará sin duda profundizar en los Documentos del Concilio Vaticano II y en el Magisterio de los Papas que lo han aplicado y enriquecido hasta nuestros días.

En cuanto al segundo aspecto, que es el futuro del cristianismo en China, aunque algunos sean pesimistas, quisiera decir que la historia de la Iglesia en China ya habla de sí misma. Me gusta recordar aquí a Xu Guangqi (mandarín, nombrado Ministro de Ritos de la Corte Imperial en la época de Matteo Ricci), quien explicó al emperador que le preguntó por qué se había hecho cristiano, la riqueza de los valores del Evangelio y su origen divino, porque esa es la fe que profesa el perdón de los enemigos.

Tengo, por tanto, una confianza realista en el anuncio del Evangelio. Creo que sólo la falta de verdadera libertad y las tentaciones del bienestar pueden sofocar buena parte de esa semilla sembrada hace muchos siglos. En todo caso, el presente nos sitúa en una posición de responsabilidad tanto en el anuncio del Evangelio como en la superación de las tentaciones de nuestro difícil momento.

-Cardenal Filoni, ¿tiene algún deseo particular que le gustaría expresar, en este contexto, a los católicos que viven en China y a los católicos chinos que por diversas razones de trabajo o de elección de vida están dispersos por todo el mundo?

– Sí. Es el Señor quien guía la historia. Por lo tanto, me gustaría desearles, en primer lugar, que afronten las posibles formas de crisis, sabiendo mirar siempre al otro con confianza, aunque algunos aspectos de los acontecimientos actuales se perciban como injustos y con dificultad. Repito, sin embargo, que nadie debe ver en el hermano reconciliado a un enemigo, sino un hermano por quien regocijarse. El Señor nos ha vencido con su perdón.

A los chinos, se sabe, que les gustan las similitudines. Quisiera hacer una reflexión más: si se quiere dar estabilidad a un trípode, se necesitan tres apoyos; de hecho, no se sostiene sólo con dos bases: por tanto en el acuerdo entre la Santa Sede y el Gobierno chino; se necesita un tercer apoyo, que es la participación y la contribución de los fieles en China, así como la de la comunidad católica en la diáspora.

Sólo con la contribución de todos podrá construirse la Iglesia del mañana, con respeto a la libertad, también por parte de las autoridades civiles, después de sesenta años de sufrimiento, divisiones e incomprensiones de la comunidad católica. La Iglesia, por tanto, necesita la participación libre y fecunda de todos para construir la armonía civil, social y religiosa y para el anuncio del Evangelio. ¡Dios necesita a la comunidad católica en China! «No nos dejemos privar de esta oportunidad», diría el Papa Francisco, con su feliz expresión de Evangelii Gaudium.

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