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Dejándose «atufar» por Dios (III Domingo de Cuaresma)

por Elena Fernández Andrés
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Me encanta cuando el Señor me sorprende. Y la verdad es que suele ser muy a menudo. Cuanto más nos acercamos al Señor y a su Amor, más nos damos cuenta del abismo de Misericordia que hay detrás y todo se convierte en una continua novedad y sorpresa. Y como este abismo es insoldable, infinito, inabarcable desde nuestra pobreza… pero puesto a nuestro alcance por su parte con profunda ternura y delicadeza… no hay palabras para expresar tanta gratitud.

Y hoy el Señor me ha sorprendido de nuevo. En miles de pequeños detalles. Me quedo con uno: la lectura del evangelio de hoy (que os invito a rezar con profundidad pues, como siempre, no tiene desperdicio. Aquí lo podéis encontrar: https://www.vaticannews.va/es/evangelio-de-hoy.html).

Como si lo escuchara/rezara por primera vez, me he quedado «enganchada» en la palabra estiércol. Desde hace unos días, en mi ciudad se nota el comienzo de la primavera. Andar por las calles se convierte en toda una maravillosa aventura llena de disparidad de olores, mezclando el aroma de las incipientes flores con el profundo «tufillo» del estiércol. 

Y hoy el evangelio me dice que, para que mi vida dé fruto, el Señor ve necesario echar estiércol en ella. Huele mal, está creado con excrementos de animales, si lo pisas vas dejando una huella negruzca… pero es necesario. Para Dios es necesario porque para mí es necesario.

Y en esa imagen del estiércol cada uno de nosotros puede poner tantas cosas… Nuestras pobrezas, nuestros pecados, todo aquello que nos hace sufrir y temblar, nuestras cruces…  

A mí me encantaría ser una eterna primavera: siempre llena de luz a raudales, de flores hermosas y aromáticas, de frutos frescos de colores vivos… Pero para ello necesito el estiércol en mi vida… Y si Dios lo ve necesario, ¿por qué me asusto cuando llega?

¿O por qué me asusto cuando llega a la vida de los demás? Creo que a veces «atufamos» cuando el Señor nos está arando, cavando y fertilizando con el estiércol. Nadie más interesado que Él en que demos fruto, así que lo hace a conciencia. Y que cave en nosotros para sacar las malas hierbas duele, claro. Y nos surge la queja, la tristeza, la frustración, la desesperanza o incluso el grito de dolor. Y queremos que Dios y que todo el mundo a nuestro alrededor se compadezca de nosotros y que nos tenga paciencia. ¿Pero somos nosotros pacientes y misericordiosos con el «tufillo» de estiércol de los demás? ¿Acaso nosotros no somos tan pecadores como ellos? (cfr. Lucas 13, 2). O más, mucho más…

Yo hoy le pido al Señor la Gracia de acercarme al hermano como tierra sagrada (cfr. Éxodo 3, 1-8a.13-15) en la que el Señor está trabajando. Sin juicio, sin queja, con profundo respeto por la obra maestra que Dios está haciendo en su alma. Porque, aunque ahora «me atufe», Dios está escavando en su vida para dar como fruto a un santo. Igual que lo está haciendo conmigo, porque mi alma también es tierra sagrada que Dios ama y que Dios trabaja para hacerme santa. Algún día oleremos a la santidad de Cristo, sólo hay que tener paciencia, como Dios la tiene con nosotros.Quiero dejarme arar por ti, Señor, porque quiero que hagas tu obra en mi vida. Como Tú quieras, al modo que Tú quieras. Como la Virgen María, como los santos. 

Canción: En tus manos
Autor: Jesús Cabello

Fuente: Nómadas del Espíritu 

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1 comentario

Andrea marzo 24, 2019 - 7:59 pm

Que excelente forma de graficar la parabola de la higuera. Mis felicitaciones a Elena , me llego al corazon

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