Filósofos, poetas, enamorados, papas, historiadores… han escrito párrafos inmortales sobre la MUJER.
Yo no pretendo emularlos, ni igualarlos, sino más bien hacer un personal «magníficat» a quien las ha creado.
¿Cómo no dar gracias a Dios si los nueve primeros meses de mi vida los transcurrí en el seno de una de ellas?
Y ya después de nacer, una mirada femenina, unas manos femeninas, un corazón femenino, un cuerpo femenino y materno constituyó la experiencia primordial de lo que es el AMOR y lo que es la VIDA, con mayúsculas. Porque eso, ser amados y amar, es vivir. Y es en esa experiencia del amor donde comencé ya desde entonces a conocer a Dios.
Pero más allá de mamá, otras presencias y miradas femeninas atraviesan mi infancia y mi adolescencia, creando una atmósfera cálida, humana, de amor incondicional, de ternura dosificada en justas proporciones.
Presencias de abuelas fuertes, alegres y disponibles, un poco malcriadoras y sobre todo hipernutrientes…
De hermanas mayores inteligentes y fuertes, originales y talentosas, que alternaron enseñanzas domésticas, morales y literarias con abundantes peleas y retos, en respuesta justa a mis cabezudas manifestaciones de rebeldía.
De maestras jardineras y de primaria, y de profesoras increíbles, mujeres plenas y libres, hermosas de cuerpo y alma, que dejaron huellas indelebles cada una a su manera.
Y también de compañeras de curso y amigas de la primaria y la secundaria, en vinculación con las cuales de manera apasionante y misteriosa se fue desplegando mi propia experiencia de ser varón, en la vivencia también de los enamoramientos infantiles y adolescentes.
Aprendí a ser varón -así lo entiendo- gracias a la interacción con todas y cada una de estas mujeres niñas, adolescentes adultas y ancianas que Dios puso en mi camino (y no enumero las que conocí después para no aburrir)
Aprendí a ser varón no contra la mujer sino junto con ella. Viviendo la complementariedad en la familia, la amistad, el trabajo y el estudio, con gozo, incluso en medio de las infaltables pequeñas tensiones.
Por eso y por mucho más, doy gracias a Dios por haber creado a la mujer.
Y le pido que todas y cada una sean plenas, sean felices, sean amadas, sean respetadas, vivan dignamente, descubran y elijan dar lo mejor de sí mismas desde esa identidad hermosa que han recibido del Creador: ser, como mujeres, transparencia de su Ternura incondicional.
P. Leandro Bonnin
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