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Hablar contigo, Dios

por Carlos L. Rodriguez Zía
Monte de los Olivos

¿Qué es hablar con Dios? La pregunta es, desde un principio, extremadamente amplia, inconscientemente pretenciosa y con una respuesta automática y de perogrullo: depende de la experiencia de cada uno. Pues, la experiencia, mi experiencia, es lo que deseo compartir con los lectores de Misioneros Digitales Católicos.

Para empezar, debo reconocer que a lo largo de mis 51 años de vida, en numerosas oportunidades me he sentado en el banco de una parroquia a  rezar o hablar con Dios, para contarle lo que me pasaba. Pero la verdad sea dicha, no sentía ninguna conexión. Y no era porque no había una buena señal.  

En los últimos tiempos me he dado cuenta de que la situación se ha modificado. Lo percibí el último Viernes Santo, cuando al filo de la medianoche me acerqué a mi parroquia y durante un buen rato estuve sentado frente al Santísimo, haciendo tres cosas: leyendo La Biblia (El cuarto poema del siervo del Señor, Isaías 53; y el Salmo 23), rezando y charlando con Dios. Ante el monumento y las plantas de olivos que buscaban recrear el lejano Monte de los Olivos, realmente me sentí cerca de Jesús, acompañándolo en esas horas difíciles, aunque como les sucedió a los apóstoles, por momentos a mí también me venció el sueño. Pero, aunque es difícil transmitir una vivencia de estas características en palabras, lo que viví es que no estaba mirando un cofre de metal –el que se ve en la foto que acompaña estas líneas – sino que estaba al lado de Jesús, contemplando y agradeciendo el sacrificio, el gesto de amor, que estaba realizando por y para nosotros. Esa vez, verdaderamente, sentí que conversaba con Dios, con su Hijo, cuando le decía  “Dios mío tal cosa o Padre tal otra”. O cuando leía y releía los primeros versículos del Salmo 23: “El Señor es mi pastor, nada me falta. En prados de hierba fresca me hace reposar, me conduce junto a aguas tranquilas y repone mis fuerzas”.

Ese momento no fue como el que vivió Moisés o Abraham. Fue, como les sucedió a los apóstoles, parte de un proceso, de un caminar siguiendo los pasos del Maestro. Los primeros frutos de transitar el camino  junto a él, de escuchar sus palabras y no comprender. En más de una oportunidad, seguramente Jesús me habrá preguntado: ¿Carlos, todavía no entiendes?

Unos días después, charlando con el párroco, el Padre Juan, le compartí esta sensación. La de sentir que al decir «Dios me pasa tal cosa», o simplemente, «Dios mío, Dios mío», realmente sentía que estaba hablando con el Padre. Me dijo: “¡Qué bueno, Carlos!”

Tiene razón.

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