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“No le puedo hablar de Dios a una persona que tiene hambre”

por Carlos L. Rodriguez Zía

Hincha, seguidor apasionado de uno de los dos equipos de fútbol más populares de la provincia de Córdoba (Argentina), Belgrano, Lucas Jesús Rossi  está estudiando, preparándose para ser sacerdote, un pastor con olor a oveja como pide el Papa Francisco. Mate de por medio y mientras se esperanza con que dentro de un año su amado Belgrano vuelva a jugar en la primera división, conversamos sobre su sí al llamado que un día le hizo Dios.

A mediados del año 2014 la Argentina, en Brasil, perdió por uno a cero la final del Mundial de Fútbol ante la selección alemana. A lo ancho y largo de la Argentina, esto provocó tristeza y una gran desilusión. Como país que vive con pasión el deporte del balompié, Argentina se había quedado a un gol o a una serie de penales de consagrarse campeón del mundo. Por esa época, un joven de 20 años, estaba dando sus primeros pasos en pos de concretar su sueño de consagrarse,  no como campeón mundial de fútbol, sino como sacerdote. Meta que alcanzará cuando el equipo argentino esté –si logra clasificarse- buscando coronarse campeón en las tierras de Qatar.

Él se llama Lucas Jesús Rossi, ahora tiene 25 años, cursa el sexto año del seminario sacerdotal secular y desde el mes de marzo está destinado, por indicación del Arzobispo de Córdoba, en la Parroquia Nuestra Señor del Valle, de la capital cordobesa, donde yo colaboro como agente pastoral. Con él hablamos, de entre otros temas, de cómo un joven veinteañero, estudiante de Ciencias Económicas y de novio, un día imitó  a los doce apóstoles al pie de la barca: escuchó que Dios lo llamaba, dejó sus redes familiares y lo siguió.

-Lucas, para comenzar te pido que te presentes a la comunidad de lectores de Misioneros Digitales Católicos.

Lucas Rossi
Lucas Rossi

-Lo que les cuento es que mi familia se compone de cinco integrantes. Mis padres, que están casados, yo y mis dos hermanos varones. Yo soy el mayor con 25 años,  mis hermanos tienes 23 y 22 años y se puede decir que los tres hemos nacido milagrosamente porque en un principio a nuestra madre le habían dicho que era estéril. Ese era el diagnóstico.  Por eso el segundo nombre de los tres es el de Jesús. Fue su forma de darle a Dios las gracias. Tuve una infancia muy feliz pero pobre, muy pobre.  Al punto de tener que salir a cartonear un tiempo, es decir a buscar cartón, tergopol u otras cosas en la calle para vender. Después mejoró la situación. Pero atravesar esa situación de pobreza nos hizo muy unidos como familia.  

– Es decir que cuando te hablan de pobreza, sabes qué es.

-Gracias a Dios tuve esa experiencia.

-Pero en algún momento esa situación te debe haber enojado.

-Sí. En un momento yo me preguntaba por qué no podía hacer esto o aquello. Uno no lo entiende. Pero después, siendo más grande, en la pobreza se descubre y valora lo que uno tiene.  Que son sobre todo los vínculos familiares. Tal vez no tuve materialmente lo mismo que mis amigos o mis primos; pero sí puedo decir que tuve mucho amor. Tuve unos padres que a su modo han sabido siempre amarme y cuidarme.  Eso es una gracia. Quizás la pobreza me ayudó a descubrirlo  Mi casa está en un barrio muy humilde, de esos  en lo que nadie se quiere meter.  Ni la policía. Vi muchos asaltos y tiroteos.  Ahí también descubrí cómo  Dios me fue cuidando. Allí tenía dos grupos de amigos. Uno que muy metido en la droga y otro más vinculando a la Iglesia. Por eso veo y pienso que Dios me rescató, porque  la oferta del primer  grupo era  tentadora. Yo tenía 12 o 13 años  Edad que te invita a romper las reglas. Edad en la que uno quiere conocer todo.

Seminrio
Lucas, compartiendo una celebración con dos compañeros del seminario.

-¿Venís de un familia muy vinculada a la Iglesia?

-Mi familia no era muy practicante.  De vez en cuando se iba a misa. Pero a partir de una situación familiar muy fuerte, en la que se combinaron una situación económica muy dura y un problema de salud de mi mamá muy serio, la familia hizo un click. Una conversión familiar se podría decir. En Dios encontramos esa tabla, esa mano a la cual aferrarnos y en la cual sostenernos.

-¿Cómo fue el momento de tener que elegir entre los dos grupos de amigos?

-Fue difícil porque con el primer grupo, digamos de la calle,  la oferta de  vida era tentadora.  Pero yo vi lo que la droga les provocó. En tanto, con el grupo de la parroquia empecé a concientizarme  en el tema de las adicciones. Después  empecé a colaborar mucho con la catequesis en la parroquia San José de mi barrio. Un día el cura de la parroquia, que me vía muy comprometido, me ofreció dar catequesis en un barrio muy pobre. Allí, con mucho temor, con dieciséis años, fui con mi madre. Ahí empecé a dar los primeros pasos evangelizadores, en una realidad que no me era ajena pero que me cambió la vida. Me ayudó a valorar lo que yo tenía. Vi que había otros que estaban mucho peor que yo. Desamparados, sin amor, que es algo fundamental para un ser humano. En ese lugar sentí  el llamado a ser un instrumento de paz y amor.

 -¿Cómo se le habla de Dios a esas personas?

-Primero  lo que hay que hacer es llenarles el estómago. No le puedo hablar de Dios a una persona que tiene hambre. Las necesidades básicas deben estar cubiertas. Después se les puede hablar de Dios De un Dios que los ama; un Dios que los acompaña por medio de otros que son sus instrumentos. Pero lo primero es ir con un plato de comida. Después con la Biblia.  Hay que generar un vínculo, que no te vean como un extraño. Después de que cruzas ese umbral, ahí si le podes hablar de Dios. Y la persona pobre, una vez que lo lograste, que confía en vos, se entrega totalmente. Y al mismo tiempo te demandan. Ellos te estudian mucho. Hay que evitar creerse el gran mesías. No hay que ir con esa actitud de yo vengo aquí a transformar esta realidad. Hay que darse cuenta que también uno tiene que convertirse y cambiar un montón de cuestiones. Además, te das cuenta de que muchos de ellos tienen una experiencia de vida mucho más profunda de la que vos tenés.

-¿Cómo nace  la vocación sacerdotal?

-Nace de un encuentro con Jesús, con Dios. Después en el seminario, lo trabajas, lo profundizas. Igual que un matrimonio. La llamada a la vida matrimonial nace de un encuentro con Dios, de la decisión de dos personas de hacerlo parte de esa vida.

-¿Y cuándo llegó la gran pregunta vocacional?

-La experiencia de trabajar en los barrios humildes fue un antes y un después en mi vida. Me sensibilizó tanto esa realidad que me llevo a un discernimiento más profundo. Ya estaba estudiando la carrera de Ciencias Económicas y venía hablando de ingresar a la vida sacerdotal con un sacerdote pero sobrevolando el tema. Es más. Creo que me hice un habitante de la noche tratando de escapar de ese llamado.

El futuro sacerdote participando de la jornada mundial de oración por las vocaciones, realizada en mayo pasado.

-¿Pero por qué entendiste que la mejor respuesta a ese impacto que te provocó tu trabajo en ese barrio humilde tenía que ser asumiendo el rol de cura?  Porque como laico comprometido, también podrías haber ayudado a esas personas.  

-Esa es una pregunta que me hice muchas veces y que recién ahora pude responderme. En ese momento yo ya estaba muy enamorado de Jesús, de Dios, de su mensaje de amor y entrega. Entendí –entiendo- que Dios me invitaba a amar especialmente a aquellos que nadie amaba. Ahí descubrí esta vocación, esta actitud paternal de amar sin cerrarle los brazos a nadie. ¿A qué me refiero con esto? Me acuerdo de una experiencia que tuve con una niña que un día me abraza y me pregunta si quería ser su papá. Y también me sucedió que los chicos venían a mi casa para hablar. Ahí descubrí el llamado a ser padre pero de todos. Y ahí voy confirmando que el sacerdocio es un camino posible para desarrollar ese rol paternal.

-Tuviste que discernir en si eras padre de uno o más, o de todos.

-Sí. Ser un padre exclusivo o de todos. Para eso es el celibato. Es para vivir la disponibilidad total. Tener la  capacidad de amar a todos. Que no es un rol más o menos importante que el rol de un padre de familia que tiene que donarse por entero a sus hijos.

¿Es decir que al celibato vos le encontrás un sentido práctico?

-Exacto. Por más que sea desafiante es muy necesario. Es desafiante porque sabes que no  tenés una mujer que te acompaña o el abrazo de los hijos, de que te digan papá. Súmale a eso que sabés que no vas a contar con el acto sexual. Con esa complementación con la mujer plenamente vivido en el matrimonio. Son realidades a las que uno renuncia conscientemente. Pero descubro que eso uno lo canaliza por otro lado y hoy en el sexto año de mi formación –me faltan tres- sé que soy plenamente feliz.

-¿Renunciar al acto sexual, a esa complementación plena con una mujer, es el  aspecto más determinante para responder a ese llamado que te hace Dios a ser sacerdote?

-No. Además de entrada, ni bien ingresas al seminario, la Iglesia te aconseja que pidas a Dios que te de la gracia del celibato. Porque el ser cura implica renunciar a eso. Uno lo sabe desde el primer día. Es algo que le Iglesia no te impone. Y renunciar al acto sexual, repito, a esa complementación plena con la mujer, no significa ser un reprimido. Yo en absoluto me siento o considerado así. Es verdad que vivirlo es difícil pero encontrás la plenitud por otro lado. Que venga una mujer y que te comparta su vida, para mí es algo que no tiene precio. O que venga un joven y que te cuente su historia durísima y te haga parte de ella. Que te conviertas en un guía de esa persona, no tiene precio. Tampoco el poder anunciar a Jesús por todas partes. Ni que hablar cuando he tenido la oportunidad de predicar un retiro. Ahí me descubrí plenamente feliz.

-¿Cómo fue la situación de decírselo a la familia y a tu novia?

-Con mi madre no costó tanto, pues ella estaba muy vinculada con la Iglesia. Con mi papá fue diferente. Él, que no había podido terminar la carrera universitaria –estudio unos años de arquitectura y después algunos de ingeniería- se proyectaba en mí, el hijo mayor Su sueño era que yo terminará la carrera de Ciencias Económicas  Le costó mucho que yo dejará la carrera, con todo el esfuerzo que había significado para la familia. También el dejar a mi novia, irme de mi casa. Él me decía que no me podía apoyar en algo que para él era un locura pero que respetaba mi decisión. Pero hoy es uno de los que más me ayuda a recorrer este camino. Luego vino el tener que decírselo a mi novia. Aunque ella  me sorprendió diciéndome que se lo esperaba porque cada vez que yo volvía de la parroquia o de estar con la gente de algún barrio humilde, ella veía que me brillaban los ojos. Le hablaba todo el tiempo de eso y nunca de la universidad o de las reuniones con mis amigos. Es verdad. Uno se llena la boca hablando de lo que más ama. E ingresé al seminario en el 2014. Ahora estoy en sexto año y me quedan tres de formación.

-¿Nueve años de formación sacerdotal no es mucho tiempo?

-No porque hay que estar muy formado porque acompañar a una comunidad. Meterte en la historia de vida de las personas es algo muy importante. No se puede jugar con eso. Ya vemos las consecuencias de sacerdotes que no han estado bien preparados y  han hecho mucho daño. Hay que tener un trabajo humano y espiritual muy profundo.

-¿Te afecto en tu  proceso de formación sacerdotal el escándalo de los abusos sexuales dentro de la Iglesia?

-Sí. Me provocó una crisis vocacional. Pero lo que agradezco a Dios es que el ingresar al seminario me ayudo a ver la realidad de la Iglesia. A no idealizarla. Soy consciente de que me va a tocar acompañar a un Iglesia muy herida.

-¿Qué clase de sacerdote querés ser?

– El sacerdocio que quiero vivir es uno cercano a la gente. No quiero ser el capataz de una parroquia, que los laicos estén a mi servicio. Por mí formación, por mi identidad de cura secular, me imagino en el ámbito de una parroquia, en donde encuentro una especial oportunidad de evangelización.

 -Última pregunta: ¿De qué pobres habla la Iglesia cuando dice que su opción preferencial es por lo pobres?

-Habla del pobre material pero va más allá. Jesús tuvo una opción preferencial por los pobres pero también iba a comer a las casas de los publicanos, de los recaudadores de impuestos. Mateo, uno de los doce discípulos, era un publicano y tenía un montón de dinero. Pero era un pobre porque era uno de los excluidos de su comunidad. Hay que tener cuidado con esa idea, con ese reduccionismo ideológico de  que el pobre es sólo el que vive en un barrio humilde. Porque he conocido gente muy rica, que está sola y se siente frustrada. Cuando uno ideologiza la idea de la pobreza, termina no habiendo diálogo. No hay amor.

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2 comentarios

Amelia Delgado junio 10, 2019 - 10:38 am

Que gracia tan grande tener en nuestra iglesia un sacerdote con este pensar y espiritualidad, felicitaciones una exeexcele entrevista. María Inmaculada Concepción lo acompañé en su caminar. Bendiciones

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Cecilia Borzino junio 11, 2019 - 8:34 am

Que bendición para la Iglesia toda vocaciones asi… Rezaré porfa uds Pd Rossi Dios lo bendiga y acompañe siempre.

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