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Citas con La Biblia (II)

por Carlos L. Rodriguez Zía

Para un creyente es de un gran valor leer La Biblia; meditarla, saborearla como el alimento más anhelado. En esta segunda entrega los invitamos a continuar con este recorrido por los textos sagrados. Siéntense a la mesa, ya servimos un menú celestial.  

Desde el año pasado, Elena Becu, la profesora del taller de estudio de La Biblia al que asisto, nos entrega al comenzar la clase semanal una hoja con versículos seleccionados de La Biblia para que los transcribamos,  los meditemos en casa y los comentemos en el encuentro siguiente. A veces, la tarea resulta tediosa –son varios versículos para transcribir- sin sentido. Pero a medida que las palabras aterrizan en las hojas del cuaderno de tareas, La Palabra de Dios comienza a resonar con fuerza. Y uno se detiene en ciertos pasajes, comienza a entender su mensaje y hasta llega al punto de ir visualizando el hilo que une a todos los textos bíblicos, del Génesis al Apocalipsis. Que es algo tan sencillo como que Dios nos ama y siempre está a nuestro lado. En esta segunda entrega, los versículos citados nos invitan a apreciar y a meditar como la luz de Dios siempre está iluminando nuestro camino hacia la vida plena que Él nos ofrece.

Entonces Dios dijo: «Que exista la luz». Y la luz existió.  Dios vio que la luz era buena, y separó la luz de las tinieblas.”

Génesis 1, 3-4.

“El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el baluarte de mi vida, ¿ante quién temblaré? “

Salmo 27, 1.

“¡Qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios! Por eso los hombres se refugian a la sombra de tus alas.”

Salmo 36, 8.

Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las  naciones.”

Isaías 42, 6.

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña. Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa. Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.”

Mateo 5, 14-16.

Yo soy la luz, y he venido al mundo para que todo el que crea en mí no permanezca en las tinieblas.”

Juan 12, 46.

“El que dice que está en la luz y no ama a su hermano, está todavía en las tinieblas.  El que ama a su hermano permanece en la luz y nada lo hace tropezar. Pero el que no ama a su hermano, está en las tinieblas y camina en ellas, sin saber a dónde va, porque las tinieblas lo han enceguecido.”

1 Jn 2, 9-11.

Creo que fue una compañera la que señaló que en este pasaje se califica a la luz de buena y no perfecta, siendo que creemos que Dios es un ser perfecto. Y si uno piensa que Dios después designa al hombre como señor de la Creación, que lo invita a colaborar en su obra creadora, la diferencia en el adjetivo elegido tiene sentido. Además, para mí es la manera de que Dios nos muestra su humildad, nos invita a imitarlo. Si él, que es el Todopoderoso, consideró a una de sus creaciones apenas buena, nosotros: ¿cómo vamos a calificar cada cosa que hagamos?

En el desierto, camino a la tierra prometida, el pueblo de Israel se sintió en un momento abandonado por Dios. A veces a nosotros nos pasa lo mismo. Pero a mí estos dos pasajes de los Salmos me recuerdan que Dios está junto a mí, diciéndome que no tema, que en momentos duros nos tiene preparado un refugio que es su misericordia.

Moisés titubeó; Jonás se negó; el mismo Jesús se turbó en El Monte de los Olivos. Así que si dudo en ser testimonio de Dios con mi vida, no estaré siendo para nada original. Pero si las tres personas citadas se sobrepusieron a sus dudas, al menos debo intentarlo. Porque como nos lo señala el profeta y el discípulo de Jesús, estamos a llamaros a ser un ejemplo que ilumine a nuestros prójimos. Pero como  San  Juan nos recuerda, la luz es Dios, es Jesús y no es sólo mía, es de mi hermano, con mis hermanos.

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