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Arte y Harte en la cultura del cine

por alivadoguh
película Dhanak (2015)

Las salas de cine no son suficientes para albergar a todos los habitantes del mundo. Aun así, la cultura del cine ha invadido el mundo entero con sus historias, para alegría de muchos e incomodo de otros.

Hay una escena de la película Dhanak (2015), del director indio Nagesh Kukunoor, que me hizo transportarme a mi infancia. Durante la película, los protagonistas, asisten a una proyección de cine improvisada con una laptop, un proyector y usando como pantalla la pared de una casa. Los pobladores de aquella zona “perdida”, caracterizada por kilómetros interminables de desierto, tormentas de arena y dunas como paisaje, conocían perfectamente al protagonista de la función de cine de ese día: Shah Rukh Khan, el actor llamado el Rey del cine de la India. Una escena similar, esta vez en un pueblo al sur de Guatemala, atrajo mi atención cuando era niño. Los días de fiestas patronales, en San Francisco Zapotitlán, los campesinos de los pueblos a la redonda podían asistir a una sala de cine improvisada donde se proyectaba una cinta de 8mm sobre una sábana tensada con lazos de maguey.  El protagonista de la película, en este caso, Cantinflas. No sabría decir si Cantinflas está al nivel de Shah Rukh Khan o al revés, lo que si sé es que la cultura del cine llega hasta los lugares más inhóspitos sin que siquiera sus productores se den por enterados.

¿No les parece curioso que hasta los menos favorecidos económicamente hayan visto alguna vez las grandes obras maestras del cine? Quizá alguno, con razón, también podría decirme, que no sólo las obras maestras, sino también “cubos” enteros de cine basura. No es mi intención aquí hacer crítica de cine, sino más bien, caer en la cuenta de la fuerza que tiene la cultura cinematográfica. Hace diez años, los habitantes de un pueblo en la India, África o América Latina veían el cine en sábanas y con un sonido que dejaba mucho que desear, comparado con las salas profesionales; y con la llegada de los dispositivos inteligentes — y sus hermanitos pequeños: los videoclips musicales, los cortometrajes, las series, y el pequeñín de la casa, el comercial de 30 segundos— el cine entra en todos los hogares sin llamar a la puerta. Ahora poco importan las censuras gubernamentales, o las complejas legislaciones antipiratería. En muchos países, desde hace veinte o más años, si querías ver el último estreno, bastaba salir a la esquina y comprarlo por un dólar, o caminar hasta la renta de cintas VHS piratas más cercana. Eso sí, muchas veces con una calidad tal que si veías la película era porque definitivamente te habías rendido a los encantos del mercadeo. 

película Dhanak (2015)-3

—¡Oiga, pero no podemos decir que la cultura cinematográfica la ha difundido la piratería! —podría decirme alguno. No deja de tener razón, pero cuando se es pobre, pocas cosas matan el hambre, la hacen de niñera, o sacan unas sonrisas. Pero la piratería no se ha visto derrotada por la legislación, sino por los servicios como Netflix, Prime Video y en unas semanas, Disney+. Es que la cultura del cine, como suele pasar con todo lo bueno, se difunde sin pedir permiso a nadie.

En lo personal, soy de la opinión que el cine, lejos de ser la perdición de niños y grandes, se ha convertido en el baluarte del arte en una época en la que el hombre ha perdido la capacidad de contemplar. No quiero con esto defender aquí que para aprender a contemplar haya que ponerse a ver películas; pero el cine nos permite aprender a contemplar la salida del sol, mientras el héroe resurge tras una derrota; el cielo estrellado que invita a soñar a dos enamorados; una sonrisa, que cautiva al protagonista. El cine nos permite volver a sorprendernos, como cuando éramos niños; y tener la oportunidad de escuchar música clásica-clásica y clásica de vanguardia, son cosas que no haríamos de no ser por el cine.

In medio virtus (en el medio está la virtud) nos diría Sto. Tomás de Aquino, parafraseando a su querido Aristóteles. Del mismo modo que comer saludable o hacer deporte pude resultar dañino si se hace en exceso, también el cine puede terminar sumiendo a la persona en un mundo paralelo que le hace olvidar que no hay realidad más bella que la que ha tocado a cada uno vivir cuando hay inspiración. Los medievales también decían corruptio óptima pésima (La corrupción de lo mejor, es lo peor). Con la cultura del cine pasa lo mismo. La cultura del cine puede hacer un gran bien a la sociedad —y sin necesidad de hacer producciones confesionales—, simplemente apostando por el arte en cuanto tal y no tanto por la taquilla, la fama o ser panfleto de alguna ideología. Porque para influir positivamente con el cine, no se trata de “poner” valores, como si estos fueran una especia que se echa a la comida para mejorar su sabor. Los valores no se “ponen” ni se “meten”. Los valores son parte de la identidad del hombre, que lo humanizan —le permiten— ser más o menos humano según están cultivados en su vida; y, en la cultura del cine, salen a luz cuando se trata al hombre como hombre, sea que vaya vestido de elfo, sea una animación o una máquina parlanchina.

Quizás los cristianos de hoy deberíamos aprender a descubrir los valores que hay en la cultura del cine. Como con las parábolas de Jesús, el reto es comunicar con historias bellas, que atraigan y que vuelvan a proponer un sentido cristiano para el dolor, la culpa, la familia, y la vida. Un amigo se quejaba conmigo de que su esposa, desde que iba más seguido a la Iglesia, no veía otra cosa que vidas de santos o programas religiosos. Tampoco sirven, en mi opinión, aquellas historias que nos hacen decir después de dos minutos: seguro que ese hombre tan malo se termina convirtiendo. 

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La cultura cine no tarda mucho en dejar fuera los intentos confesionales de mostrar la fe. Porque la misma fe pide ser presentada con su naturalidad cotidiana, y no como un estereotipo ajeno a la realidad del mundo. Más aún cuando se trata de llegar a los jóvenes. 

Decía un sacerdote en una conferencia que los mismos chicos que en su parroquia ven conmovidos la historia de Santa Rita de Casia, luego se sientan en sus camas a atragantarse con series como “Sex education” o “13 razones”. Necesitamos historias potables, historias donde los valores estén presentes porque se presenta al hombre real, sus virtudes o sus miserias, con sus aciertos y fracasos. Los últimos Papas han insistido en que la Iglesia crece por atracción no por proselitismo. El Papa Francisco lo repitió en el Instituto Pontificio para las Misiones Extranjeras (PIME) el pasado mes de mayo. El cine, como toda realidad temporal, está llamado también a purificarse desde dentro. El séptimo arte tiene que continuar aspirando a tocar el cielo y transparentar la belleza del creador, de la creación y del hombre mismo. 

¿No necesitaremos también los cristianos una conversión en este aspecto? ¿No tendríamos que volver a contar las historias del hombre de siempre, rescatando la naturaleza humana cada vez más trastocada y puesta patas arriba? 

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