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SENTIR Y PENSAR COMO MARIA

por J.R. Arévalo
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SENTIR: Experimentar sensaciones

El Catecismo de la Iglesia Católica en su numeral 968 nos refiere al papel de María con relación a la Iglesia y a toda la humanidad diciéndonos que ella «Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia».

El Papa Francisco en su Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate nos enseña que la Virgen María vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. “Ella es la que se estremecía de gozo en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su corazón y se dejó atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña”. 

Sentir como María entonces requiere ser pobres en el espíritu, ser mansos, llorar, tener hambre y sed de justicia, ser misericordiosos, tener un corazón limpio, trabajar por la paz y ser perseguidos por causa de la justicia, en otras palabras, implica buscar la santidad.

Pero hoy en día, para la inmensa mayoría del género humano, buscar la santidad no es una prioridad. Aun los que si buscan ser santos y ver a Dios cara a cara se desvían constantemente del camino. María, la llena de gracia viene a recordarnos lo que tenemos que hacer. En su sencillez, con palabra simples y amorosas nos manda: “hagan lo que Él les diga” (Jn. 2:5).

Lo que impide sentir como María es la rebeldía, misma que viene dada por el mal uso que el hombre ha dado a la libertad que Dios le dio. La «caída» de satanás consiste en la elección libre que él hizo como criatura rechazando radical e irrevocablemente a Dios, su Reino y su plan. El pecado del diablo fue la soberbia, por eso no es de extrañar que se encuentre un reflejo de esta rebelión en las palabras que el tentador dijo a Eva: «Seréis como dioses» (Gn 3,5). Pero esa semilla de soberbia que el diablo sembró en el género humano es incluso peor que la soberbia que él demostró, ya que muchos hombres hoy en día rechazan su condición de criaturas y pretenden ocupar el lugar de Dios en sus vidas y en las vidas de otros.

A pesar de esta inclinación a la desobediencia que la humanidad trae en su propia naturaleza, Dios no solo nos alcanzó la redención por el sacrificio en la cruz de Jesucristo, sino que fue el mismo Cristo quien nos regaló a la más pura de las criaturas, nos dio al mejor referente de obediencia. Y contra ella, Satanás nada puede. Contra ella que es criatura y que es la madre de la humanidad a quienes ama con infinito amor, Satanás nada puede. Cuenta el padre Gabriel Amorth: «Una vez le pregunté a Satanás: ‘¿pero por qué te asustas más cuando invoco a Nuestra Señora que cuando invoco a Jesucristo?’ Me contestó: “porque me humilla más ser derrotado por una criatura humana que ser derrotado por Él”. Y siempre será derrotado por ella, porque la gracia que alcanzó por su obediencia y su aceptación incondicional al plan de Dios siempre será más grande que el poder del mal.

La Virgen María vivió como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Sentir como María nos debe llevar a actuar siendo pobres en el espíritu no soberbios, mansos no rebeldes, llorando cuando una espada atraviese nuestros corazones, teniendo hambre y sed de justicia no siendo indiferentes, siendo misericordiosos para con el prójimo, teniendo un corazón limpio no contaminarlo de banalidades y perversiones, trabajando por la paz y perseverando en la tribulación por causa de Cristo.

PENSAR: Examinar mentalmente algo con atención para formar un juicio.

En el pasaje de la Anunciación encontramos la mejor referencia de como pensaba María (Lc. 1:28). En la anunciación, el Arcángel Gabriel le comparte varios secretos de consecuencias trascendentales a la Virgen. Este relato que comparte San Lucas en el capítulo uno, comenzó como parte de la tradición oral de la iglesia hasta que el evangelista lo puso en tinta; aunque no hay un consenso de cuando se escribieron los evangelios, se estima que el de San Lucas se escribió entre los años 80-85 D.C. Esto llama a hacer la siguiente reflexión: nadie en la historia de la humanidad ha recibido un mensaje tan impactante como el que recibió María ese día. Este mensaje ella lo memorizó por completo y tan bien, que pudo después relatarlo con precisión, toda vez que sigue resonando como testimonio de amor para toda la humanidad. 

Gabriel no solo reveló a María que iba a concebir por obra del Espíritu Santo, no solo le reveló que iba a ser la madre del Salvador del mundo, además, leyendo con detenimiento el versículo treinta y siete, el Arcángel le revela algo que resulta personalísimo e importantísimo. “Para Dios no hay nada imposible”.

Para creer que nada es imposible para Dios, primero debemos confiar en Dios. ¿Cuál fue la reacción de María ante la noticia que iba a concebir al Salvador? Preguntó: “¿Cómo podrá ser esto si no conozco varón?” El ángel le contesta: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso el niño será Santo y será llamado Hijo de Dios”. Para la mayoría de las personas, esta explicación en vez de apaciguar cualquier duda generaría más. Pero el ángel también le da señales reales de que esto sucederá, cuando le cuenta del embarazo milagroso de Isabel “pues nada es imposible para Dios”. 

Sorprende la reacción de la Virgen; no hubo más preguntas, solamente hubo una respuesta que demuestra la inconmensurable fe y confianza en Dios que ella tenía. “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”.

No basta pensar que nada es imposible para Dios, pensar es una actividad cognitiva. Después hay que pasar a la acción; esto es: tener fe, que es una actividad espiritual. Si todos los cristianos aprendieran a poner su confianza en Dios, a poner su esfuerzo en cumplir su voluntad, todos vivirían mejor independientemente de la situación a la que se enfrenten.

Pero poner la confianza en Dios no es fácil, de hecho, es de lo más difícil que se puede hacer; porque para hacerlo primero hay que reconocer la propia pequeñez, la condición de criatura y no de dios, hay que reconocer que no se puede hacer todo, que no se tienen todas las respuestas, que no se es autosuficientes y eso… eso duele, duele en el ego y duele en la soberbia. Nuevamente es la Virgen quien nos enseña cómo lograrlo: haciendo oración, rezando el rosario, meditando la palabra y guardándola en el corazón, acudiendo a los sacramentos. Son todas estas formas necesarias y vitales para establecer una relación de amistad con Dios, de ejercitar la fe y la confianza en Él. Esta forma en que Dios nos busca es la misma forma en que buscó a la Virgen en la anunciación, es transparente, abierta, clara y luminosa y esta búsqueda debe encontrar respuesta, debemos salir al encuentro de Dios.

¿Cómo vas a reaccionar ante la llamada de Dios? Está bien cuestionarle, preguntarle qué es lo que Él quiere para tu vida, María pregunto: “¿cómo va a ser esto?” Pero al recibir la respuesta se sometió a su voluntad. María fue obediente y sumisa hasta decir “He aquí la esclava del Señor”.

El ángel no le dijo a María que tendría una vida fácil, libre de pruebas a cambio de ser la madre de Dios. Ella tuvo que huir a Egipto, perdió a su hijo en Jerusalén, tuvo que escuchar una durísima profecía, vio a su hijo crucificado, lo vio morir y lo cargó en sus brazos muerto. Pero a cambio de su fe, a cambio de creer que nada es imposible para Dios, fue recompensada en la vida eterna siendo primicia de toda la creación. María no sabía cuándo ni como, pero tenía fe que Dios no la defraudaría y que le iba a recompensar ella también fue profeta de Amor: Lc. 1:46-55 Y dijo María: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada. Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como había anunciado a nuestros padres en favor de Abraham y de su linaje por los siglos.»

Le pedimos a nuestra intercesora que llene nuestros corazones de su sentir y su pensar para que viendo como ella amo a su hijo nuestro Salvador, también nosotros encontremos un amor renovado por Él.

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