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10 Minutos con Jesús. Hoy: Para ateos.

por 10 Minutos con Jesús

Al entrar en la recta final del Adviento, con la Navidad ya al alcance, compartimos una de las meditaciones que difunde el equipo de 10 Minutos con Jesús. El equipo de 10 minutos con Jesús está conformado por sacerdotes y laicos de EE.UU, México, Inglaterra, España, Colombia, Kenya, Filipinas, que hacen posible que miles de personas de todo el mundo pasen 10 minutos diarios de conversación con Jesús a través de WhatsApp, Spotify, Telegram, Instagram, YouTube, Ivoox, Podcast de Apple, Google Podcast.

Buenos días, o buenas tardes, o buenas noches. Este podcast, este audio que estás escuchando ahora mismo, forma parte de un canal que se llama 10 minutos con Jesús.  Pero el audio de hoy es muy distinto a todos los anteriores porque normalmente van dirigidos a personas que hacen oración todos los días. Que hablan con Dios o que por lo menos lo intentamos. Sin embargo el audio de hoy es muy distinto porque va dirigido a personas que no creen en Dios. A personas que piensan que Dios no existe y con el cual no podemos comunicarnos. A lo mejor estás escuchando este audio que te han enviado tu madre, que desde hace unos cuantos años lleva rezando por ti preocupada porque has perdido la fe. A  lo mejor te lo ha enviado un amigo o una amiga que te están invitando siempre a que recuperes la fe en Dios.

Ahora me escuchas a mí

Pero el caso es que hoy me estás escuchando y no sé si me vas a prestar tu confianza como para para poder atenderme y dejarte, entre comillas, convencer. Convencer es una palabra muy fuerte,  lo sé. De qué a lo mejor Dios sí que existe. Para esto voy a hacer como una especie de demostración de la existencia de Dios. Pero no una demostración clásica, porque no se trata de llegar a él a través de argumentos; sino llegar a él a través de una experiencia. Y no de una experiencia  new age, psicológica o fisiológica, de sensaciones. Sino una experiencia puramente intelectual. No sé si te convencerá  un poco o un poquitito. Lo voy a intentar: Normalmente empezamos estos diez minutos con dirigirnos directamente a Dios con una oración. Sin embargo hoy no la hacemos, porque hoy estos diez minutos son para personas que no creen en Dios.

Ahí vamos

Vamos a empezar, si te parece, haciendo algo muy sencillo: respirar. Insisto que no se trata de hacer un ejercicio de mindfulness. Ahora no. Simplemente respirar pero de una manera distinta. Es algo que llevamos haciendo desde que salimos del seno materno.  Pero te invito a que respires ahora de una manera distinta, decidiendo. Generalmente respiramos de modo instintivo o mecánico. Sin embargo vamos a empezar estos diez minutos respirando pero decidiéndolo. Incluso te dices a ti mismo ahora y respiras. Yo lo voy a hacer también un par de veces. Es decir una respiración consciente. Yo voy a respirar ahora. Puede resultar un poco extraño, porque una actividad que realizamos generalmente de modo instintivo, hacerla así como un acto  decidido pues es sorprendente. Pero yo ahora te haría la siguiente pregunta: yo no sé si alguna vez te has planteado explorar el lugar desde el cual tomas las decisiones. Y  no me refiero ahora a las grandes decisiones que marcan tu vida sino a todas, a cualquier decisión,  por pequeña que sea,  como por ejemplo lo que hemos hecho ahora: respirar.  Te invito a que ahora intentes pensar con los ojos cerrados en el lugar desde el cual has decidido mover tu cuerpo; es decir llenar tus pulmones de aire. Es un lugar curioso, ya verás. Cierra los ojos y simplemente intenta habitar ese espacio desde el cual has decidido cada una de las respiraciones. Una cosa más. Intenta ponerle nombre.  Ponerle nombre es la  respuesta a esta pregunta simple: ¿cómo llamarías tú el lugar desde el que has decidido respirar? Cierra los ojos y regresa, pero olvidándote ya de tu cuerpo y ponle nombre. La mayor parte de las personas con las que he hecho este experimento me han dicho: “yo”. Ese lugar es yo. Estoy casi completamente seguro de que este es el nombre. A lo mejor has dicho conciencia o alma. O a lo mejor no se te ha ocurrido  ningún nombre.

El amigo ateo de mi padre

Pero lo vamos a llamar Yo. Si has llegado hasta aquí siguiendo estos pasos es que realmente estás algo interesado. Lo que estoy haciendo se parece a un experimento que hizo una vez un joven de unos 16 o 17 años con un adulto amigo de su padre que se jactaba de ser ateo y que estaba intentando desmontar la creencia en Dios del hijo de su amigo cada vez que visitaba la casa. En una ocasión el chico le pidió al adulto simplemente que  hiciera este experimento como estamos haciendo ahora. Este hombre tenía como unos 50 años y le caía en gracia el chaval,  que era un chico muy listo. El hombre se dejó guiar.  El chaval que me contaba esto, me lo contaba entusiasmado,  porque él nunca había tenido argumentos intelectuales racionales para combatir con este amigo de su padre. También la diferencia de edad ahí hace mucho. Sin embargo, este experimento que estamos haciendo y, que no ha hecho más que comenzar, le derrumbó un poco. Bueno, vamos a proseguir, porque quizás se explique mejor el porqué.

Volver al yo

Vamos a volver a ese yo. Vamos ahí. Ese lugar desde el que decides todo. Es curioso porque ese espacio donde habita el yo lo has experimentado como un espacio en el que hay cosas materiales. Entiendo que has sido capaz de desvincularlo de tu cuerpo. Entiendo que lo percibes como algo que no es propiamente tu cuerpo, pero que sin embargo es capaz de enviar una señal al cerebro para que éste a su vez envíe señales a los pulmones y realizar el ejercicio. Esta es la pregunta que le hizo el chaval al señor. No he conocido a nadie que experimente el ahí, el yo, de modo material. Y   tú no creo que seas una excepción a esto. Espero. Realmente si para ti, tu yo es un trozo de materia, pues  he fracasado en mi intento: Pero si tú yo no lo experimentas como un trozo de tu cuerpo pues te diría bienvenido a tu no cuerpo. Bienvenido a tu misterio. Bienvenido al motor de todo lo que haces. Bienvenido a tu yo que es algo no material y que tiene actividad propia y que se experimenta no como algo sino como alguien.

Sean todos bienvenidos

Ahí en ese lugar hay alguien. Y ese alguien soy yo. Ese hombre que era muy materialista pero un honrado buscador, hay que decirlo, no pudo decirle a la adolescente que había auto experimentado ahí el yo como un trozo de carne y de hueso. Había argumentado mucho contra la existencia de Dios pero como nunca había reflexionado tanto, se encontró con ese no se sabe qué. Con aquello que es íntimo. A uno mismo. Es lo que soy y que no tengo ni idea de lo que es. Ciertamente, el hombre es un misterio para el hombre. Es asombroso. Lo más profundo de mi ser no sé lo que es. Yo no sé exactamente ni in exactamente qué soy yo. No sé ponerle palabras y sin embargo es desde donde vivo. Es alucinante. Y nadie me ha pedido permiso a mí para darme ese yo. El cuerpo ciertamente lo pusieron los  óvulos y un espermatozoide. Mis padres que me cuidaron. Es curioso: yo puedo mirar como un objeto extraño a esto que fabricaron entre esas dos células y que ahora es mi cuerpo. ¿No es raro? A mí la verdad me deja perplejo.

Otra vuelta de tuerca

Pero vamos a darle una vuelta de tuerca más. Ese yo es algo que no sabemos fabricar y que creo que tiene para cada uno un valor incalculable. Es como la propia existencia. Como la propia vida. Pero sin el cómo. Es el lugar desde el que puedes decir yo soy, yo existo. Y ni tú ni yo hemos hecho nada para tenerlo. Luego alguien lo ha tenido que inventar, o fabricar, o crear.  Nada viene por nada ni de la nada. Desde ahí descubro que ese yo es muy valioso, es mío y yo no he hecho nada para tenerlo. ¿Tú como llamas algo que es tuyo y que ha sido recibido  sin haber hecho algo para recibirlo? Piénsalo. ¿Cómo llamas a eso? Si lo piensas un poco, quizá le hayas dado el siguiente nombre: regalo. Yo experimento mi yo como un regalo. Algo muy valioso. Que yo no he hecho nada para tenerlo. Vamos a dar otra vuelta de tuerca más. El yo es un regalo que yo no tengo ni idea de dónde se compra ni cómo se fabrica. Que no es manufacturado. Eso es evidente. Yo no experimento mi yo como una protuberancia de mi cuerpo, creo. Poor tanto el yo lo ha tenido que hacer algo que no es qué es, no material y qué es alguien. El yo lo ha tenido que hacer un espíritu que es muy inteligente, muy sabio, y muy poderoso. Esto es simple: es tan poderoso, mí yo que  no lo ha podido hacer pues no sé, un orangután o una mezcla de varios elementos de la tabla,  ni nadie de la Tierra. Y sobre todo el yo me lo ha regalado alguien que quiere que yo exista. Es un regalo tan grande que sólo puede ser entregado por alguien te ama. Porque sí no para qué si va a molestar en darme esto si no me quiere. Es decir hay un espíritu poderoso que me ama,  que quiere que yo exista.

Dios te ama

Y eso es lo que hemos llamado siempre Dios. Dios me ama. ¡Qué fuerte!  Ya estoy acabando, ahora sí. Resulta que los cristianos tenemos la costumbre, desde hace unos 2000 años, de hablar a ese espíritu amante, dador de la vida. Yo no sé si tú lo has intentado. Alguna vez, posiblemente. No lo sé. Si no lo has hecho nunca, yo te invito a que ahora por primera vez en tu vida lo hagas. Cierra los ojos, ciérralos. Vete ahí. Detente en tu yo. Piensa que ese yo es un regalo y dirígete por primera vez en tu vida a ese espíritu inteligente que te ha creado por amor. Y dile algo tan sencillo como lo siguiente: gracias: Y no dejes de decírselo nunca: Gracias.

Ahora terminamos estos diez minutos como normalmente los empezamos. Dirigiéndonos a ese Dios que nos ama: “Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí; que me ves y que me oyes.

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