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Cabeza y corazón

por Pbro. Leandro Bonnin

Un recuerdo familiar y experiencias sacerdotales disparan esta interesante reflexión del Padre Bonin sobre la razón y los sentimientos.

Cuando mi abuelo Federico comenzó a estar más frágil de salud, los médicos nos dijeron que uno de sus problemas era que se le había «agrandado el corazón». Ahora con Google acabo de descubrir que esa patología se llama Cardiomegalia, y tiene como resultado la creciente dificultad para que ese órgano vital pueda bombear la sangre allí donde debe llegar: a todo el cuerpo. Existe también otra enfermedad cardíaca opuesta: tener el corazón demasiado chico. Aún diferentes, el resultado es similar: no poder cumplir la imprescindible tarea en el organismo humano.

A su vez, en los años que llevo como sacerdote he visto alguna vez casos de Macrocefalia y de Microcefalia, es decir -simplificando bastante-, de niñitos con la cabeza demasiado grande o demasiado chica. Cada una de estas patologías es excesivamente riesgosa y compleja.

El plan de Dios

Cuando por misteriosos motivos me puse a meditar en esto, pensaba en la perfección habitual del plan de Dios, ya que la mayoría de las veces, a nivel de nuestro cuerpo, los órganos están perfectos, tienen el tamaño justo, y funcionan de manera impresionantemente eficaz. Un gran artista ha sido su diseñador y ejecutor.

Pero pensaba también en lo sugerente que es para nosotros esta relación justa entre las proporciones y relaciones, entre las diversas facultades del alma y de la vida psíquica.

Porque en la vida personal, y como condición para la vida social y la vida espiritual, ES ESENCIAL TENER CABEZA Y CORAZÓN UNIDOS, EQUILIBRADOS Y PROPORCIONADOS.

Pensar y razonar

Para decirlo más sencillo: es necesario PENSAR Y RAZONAR, pero cuidando de no pensar en exceso ni demasiado poco. Un exceso de pensamiento y de análisis; un desarrollo del razonamiento excesivamente frondoso hace la vida demasiado fría y complicada, ya que termina apagando el sentimiento, la imaginación y la capacidad de disfrutar de la belleza del mundo. A la vez, la irreflexión, la superficialidad, la escasa hondura, suelen ser fatales para encontrar el sentido de la vida.

A su vez, es preciso TENER UN MUNDO SENTIMENTAL RICO E INTENSO, pero evitando que el sentimiento y las emociones sean «lo único». Porque si tenemos el corazón «demasiado grande», si los sentimientos son el exclusivo factor que decide nuestra vida, corremos el riesgo de anular el pensamiento y perder por completo el rumbo y el eje. O de volvernos tan exageradamente sensibles que seamos hipersusceptibles. El corazón demasiado pequeño, claro está, nos volvería egoístas, narcisistas y solitarios. Calculadores. Pragmáticos y duros. Inhumanos.

Mantener pensamiento y sentimiento en su justa armonía es uno de los desafíos más grandes para alcanzar la madurez, la alegría, la apertura a Dios y a los demás.

Lo pedimos en la oración y lo buscamos cada día con nuestro esfuerzo personal.

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