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Don Quijote: Un loco entreverado

por Egberto Bermúdez
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Para poder tomarle el pulso al conocimiento doctrinal de Cervantes es necesario estudiar la importancia que los temas religiosos y doctrinales tienen en sus obras, especialmente, en el Quijote.

Sin embargo, esto no basta. Primero es obligatorio responder a las siguientes preguntas: 1) ¿Por qué creer en la autenticidad de un discurso doctrinal expresado por los personajes de una novela, y en especial, su protagonista, siendo éste un loco? 2) ¿Qué relación de coherencia existe entre estos pronunciamientos doctrinales y la vida del escritor Cervantes? En relación a la segunda pregunta la respuesta se dio en otro artículo, “La unidad de vida en Cervantes”.

Para responder de forma acertada a la primera pregunta, la clave es comprender que si bien don Quijote es loco, es un loco entreverado. Existe un consenso bastante grande entre la mayoría de los personajes de la obra, inclusive el narrador, sobre la valoración del tipo de locura del caballero quien es solamente loco en lo que concierne al tema de la caballería andante, pero en todo lo demás, al hablar manifiesta inteligencia, sabiduría, profundidad y bondad. Por ejemplo, en la segunda parte, capítulo XVIII, don Diego de Miranda, el Caballero del Verde Gabán, al conocer a don Quijote y haberlo observado en la aventura de los leones expresa su opinión sobre don Quijote.

“En tanto que don Quijote se estuvo desarmando, tuvo lugar don Lorenzo, que así se llamaba el hijo de don Diego, de decir a su padre:

—¿Quién diremos, señor, que es este caballero que vuesa merced nos ha traído a casa? Que el nombre, la figura y el decir que es caballero andante, a mí y a mi madre nos tiene suspensos.

—No sé lo que te diga, hijo —respondió don Diego—; solo te sabré decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos […]” (II, 18; 681)

Luego de una amena conversación entre don Quijote y don Lorenzo, ocurre un diálogo exquisito entre ambos en que el hijo de don Diego expresa su opinión sobre su interlocutor.

“Aquí dieron fin a su plática, porque los llamaron a comer. Preguntó don Diego a su hijo qué había sacado en limpio del ingenio del huésped. A lo que él respondió:

—No le sacarán del borrador de su locura cuantos médicos y buenos escribanos tiene el mundo: él es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos”. (II, 18; 684)

El cura y el narrador

 Además, otros personajes, como el cura y el narrador, hacen hincapié en que la locura del protagonista de la obra se limita al punto flaco de la caballería andante lo que contrasta con su lucidez, sabiduría y prudencia al tratar otros temas: “…si le tratan de otras cosas—dice el cura a Dorotea y a Cardenio—, discurre con bonísimas razones, y muestra tener un entendimiento claro y apacible en todo; de manera que como no le toquen en sus caballerías, no habrá nadie que le juzgue sino por de muy buen entendimiento”(I, 30; 309).

 Al comentar algunos de los consejos que le da don Quijote a Sancho cuando éste se prepara para ser gobernador, el narrador también insiste: “…como muchas veces en el proceso de esta grande historia queda dicho, solamente disparaba en tocándole a la caballería, y en los demás discursos mostraba tener claro y desenfadado entendimiento; de manera, que a cada paso desacreditaban sus obras su juicio y su juicio sus obras” (II, 43; 871).

En relación a los discursos doctrinales de la obra, es oportuno destacar que los dos personajes principales, don Quijote y Sancho se “sorprenden” el uno al otro y se caracterizan como teólogos y predicadores. Observemos:

  1. A Sancho predicador, según don Quijote (II, 20; 706-707), al final del capítulo. Don Quijote se queja de que Sancho está hablando demasiado y que no parará hasta el día que se muera, todo lo cual termina en las reflexiones de Sancho sobre la muerte:

“—A buena fe, señor —respondió Sancho—, que no hay que fiar en la descarnada, digo, en la muerte, la cual tan bien come cordero como carnero; y a nuestro cura he oído decir que con igual pie pisaba las altas torres de los reyes como las humildes chozas de los pobres. Tiene esta señora más de poder que de melindre; no es nada asquerosa: de todo come y a todo hace, y de toda suerte de gentes, edades y preeminencias hincha sus alforjas. No es segador que duerme las siestas, que a todas horas siega, y corta así la seca como la verde yerba; y no parece que masca, sino que engulle y traga cuanto se le pone delante, porque tiene hambre canina, que nunca se harta; y aunque no tiene barriga, da a entender que está hidrópica y sedienta de beber solas las vidas de cuantos viven, como quien se bebe un jarro de agua fría.

—No más, Sancho —dijo a este punto don Quijote—. Tente en buenas, y no te dejes caer, que en verdad que lo que has dicho de la muerte por tus rústicos términos es lo que pudiera decir un buen predicador. Dígote, Sancho, que si como tienes buen natural y discreción, pudieras tomar un púlpito en la mano y irte por ese mundo predicando lindezas.

—Bien predica quien bien vive —respondió Sancho—, y yo no sé otras tologías”.

2) Don Quijote teólogo, según Sancho (II, 27; 764-765); amo y escudero se encuentran con un mozo que va a la guerra y les cuenta sobre un pueblo en que a un regidor se le perdió su asno en un monte y otro regidor que lo había visto le ofrece ayuda; van ambos al monte y rebuznan para tratar de encontrar al asno, finalmente lo hallan muerto. A partir de ese día los pueblos vecinos se burlan de los del pueblo del rebuzno, por lo que don Quijote y Sancho, al cabalgar un poco más, se topan con el ejército del rebuzno listo para entrar en batalla con un pueblo vecino. Por lo tanto, don Quijote les dirige una arenga muy sabia a favor de la paz:

“Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su rey en la guerra justa; y si le quisiéremos añadir la quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria. A estas cinco causas, como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean justas y razonables y que obliguen a tomar las armas, pero tomarlas por niñerías y por cosas que antes son de risa y pasatiempo que de afrenta, parece que quien las toma carece de todo razonable discurso; cuanto más que el tomar venganza injusta, que justa no puede haber alguna que lo sea, va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen, mandamiento que aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo y más de carne que de espíritu; porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana, y, así, no nos había de mandar cosa que fuese imposible el cumplirla. Así que, mis señores, vuesas mercedes están obligados por leyes divinas y humanas a sosegarse.

—El diablo me lleve —dijo a esta sazón Sancho entre sí— si este mi amo no es tólogo, y si no lo es, que lo parece como un güevo a otro”. (He añadido la letra negrita para destacar ciertos lugares del texto)

Por discursos como los anteriores y muchos otros, Paul Descouzis, en su obra, Cervantes, a nueva luz, opina que Cervantes era una especie de catedrático de teología moral y un propagandista de los decretos del Concilio de Trento. Esta postura le parece un poco exagerada a Salvador Muñoz Iglesias, en su libro, Lo religioso en el Quijote; no obstante, este autor también reconoce que en la obra maestra de Cervantes encontramos los principios más importantes de la doctrina católica que Trento reafirmó en claro contraste con las posiciones protestantes. (p.316)

Conclusión y final

En conclusión, por el hecho que existe un consenso entre la mayoría de los personajes de la obra, inclusive el narrador, sobre la valoración del tipo de locura del caballero quien es solamente un loco entreverado, pues sólo lo es en lo que concierne al tema de la caballería andante, pero en todo lo demás, al hablar manifiesta inteligencia, sabiduría, profundidad y bondad, es razonable afirmar que los discursos doctrinales y religiosos de don Quijote podrían revelar el pensamiento del propio Cervantes. Por consiguiente,  por la manera de tratar los temas religiosos y doctrinales en el Quijote y en otras de sus obras, Cervantes demuestra ser un laico con una formación religiosa sólida (más que lo normal) y además, coherente con la vivencia religiosa del propio escritor; por lo tanto, parece muy acertado el juicio de Salvador Muñoz Iglesias: “Pienso que no va descaminado quien piense que Cervantes se considera un laico comprometido, desde su profesión de escritor profano, en el quehacer evangelizador de la Iglesia Católica postridentina” (p.336). En su obra maestra, Cervantes ha logrado “enseñar deleitando” con la mejor y la más extraordinaria de esas obras “de honesto entretenimiento que deleitan con el lenguaje y admiran y suspenden con la invención” con que soñaba su propio personaje, don Diego de Miranda.

Cervantes, Miguel de. Don Quijote de la Mancha. Ed. Francisco Rico.   Madrid: Alfaguara, 2005./ Descouzis, Paul. Cervantes, a nueva luz. Frankfurt am Main: Vittorio     Klostermann, 1966. / Muñoz Iglesias, Salvador. Lo religioso en El Quijote. Toledo: Estudio   Teológico de San Ildefonso (Seminario Conciliar), 1989.

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