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El coronavirus y el estar sentado tranquilamente en una habitación a solas

por Obpo. Robert Barron

Blaise Pascal dijo: “Todos los problemas de la humanidad provienen de la incapacidad del hombre para sentarse solo y en silencio en una habitación”.

El gran filósofo del siglo XVII pensaba que la mayoría de nosotros, la mayor parte del tiempo, nos distraemos de lo que realmente importa a través de una serie de diversiones (desvíos). Hablaba por experiencia. Aunque era uno de los hombres más brillantes de su época y uno de los pioneros de las ciencias físicas modernas y de la tecnología de las computadoras, Pascal malgastó una buena parte de su tiempo en el juego y otras actividades triviales. En cierto modo, él sabía que tales diversiones eran comprensibles, ya que las grandes preguntas — ¿Existe Dios? ¿Por qué estoy aquí? ¿Existe la vida después de la muerte? — son realmente abrumadoras. Pero si queremos vivir de forma seria e integrada, hay que enfrentarse a ellas, y por eso, si queremos que nuestros problemas más fundamentales se resuelvan, debemos estar dispuestos a pasar tiempo en una habitación a solas.

Este mot pascaliano me ha venido mucho a la mente en los últimos días, ya que todo nuestro país está en “modo cierre” debido al coronavirus. Centros comerciales, cines, restaurantes, campus escolares, estadios deportivos, aeropuertos, etc., los mismos lugares donde normalmente buscamos compañerismo o diversión, se están vaciando. Esto es obviamente bueno desde el punto de vista de la salud física, pero me pregunto si podríamos verlo como algo muy bueno para nuestra salud psicológica y espiritual también. Quizás todos podríamos pensar en este tiempo de semi-cuarentena como una invitación a un poco de introspección monástica, un poco de confrontación seria con las preguntas que importan: un momento para sentarse solos en una habitación con un propósito.

¿Puedo hacer algunas sugerencias con respecto a nuestro retiro? Saca tu Biblia y lee uno de los Evangelios en su totalidad, tal vez el Evangelio de Mateo, que usamos para la misa dominical este año litúrgico. Léelo despacio, en oración; usa un buen comentario si te ayuda. O practica el arte antiguo que ha sido recomendado calurosamente por los últimos papas, es decir, la lectio divina. Esta “lectura divina” de la Biblia consiste en cuatro pasos básicos: lectio, meditatio, oratio y contemplatio. Primero, lee el texto de la Escritura cuidadosamente; segundo, escoge una palabra o un pasaje que te haya impactado especialmente, y luego medita en él, como un rumiante masticando su bolo alimenticio; tercero, habla con Dios, diciéndole cómo tu corazón se conmovió por lo que leíste; cuarto y finalmente, escucha al Señor, discerniendo lo que Él te dice. Confía en mí, la Biblia cobrará vida cuando te acerques a ella a través de este método.

O lee uno de los clásicos espirituales durante esta época de aislamiento impuesto. Ten en cuenta que, antes del auge de las ciencias físicas, las mejores y más brillantes personas de nuestra tradición intelectual occidental entraron en los campos de la filosofía, la teología y la espiritualidad. Uno de los lados oscuros de nuestra cultura post-Iluminación es el olvido general de la asombrosa riqueza producida por generaciones de brillantes maestros espirituales. Así que toma las Confesiones de San Agustín, preferiblemente en la reciente traducción de Maria Boulding, que se lee como una novela, o la traducción clásica de Frank Sheed [nota del traductor: ambas versiones son en lengua inglesa]. Aunque vivió y escribió hace diecisiete siglos, el buscador espiritual de nuestro tiempo discernirá en la historia de Agustín los contornos y trayectorias de la suya. O lee la Regla de San Benito, especialmente la sección sobre los doce grados de humildad. Si te atreves, sigue los Ejercicios espirituales de San Ignacio, preferiblemente bajo la dirección de un buen director de Ejercicios (¡que no tenga el coronavirus!). Si estos textos y prácticas parecen demasiado anticuados, pasa tu tiempo tranquilo con la espléndida autobiografía de Thomas Merton, La montaña de los siete círculos (versión en español) que, en una prosa convincente, cuenta la historia del itinerario del autor del siglo XX, desde el mundano egoísta hasta el monje trapense.

Y por supuesto, ora. Cuando una vez le preguntaron a Merton qué es lo más importante que una persona puede hacer para mejorar su vida de oración, respondió: “Tomarse el tiempo”. Bueno, ahora tenemos más tiempo. Haz una Hora Santa cada día o cada dos días. Desempolva tu rosario, que creo que es una de las oraciones más sublimes de la tradición católica. Cuando lo rezamos bien, meditamos en los misterios de Cristo; recordamos, cincuenta veces, la inevitabilidad de nuestro propio fallecimiento (“ahora y en la hora de nuestra muerte”); y nos confiamos al más poderoso intercesor en la tierra o en el cielo. No es una mala manera de pasar veinte minutos. Tómate el tiempo al final del día para examinar tu conciencia, y no de manera superficial. Hazlo con cuidado, en oración, honestamente. Pregúntate cuántas veces en el transcurso del día perdiste la oportunidad de demostrar amor, cuántas veces no respondiste a una gracia, cuántas veces caíste en un pecado habitual.

Ahora que se nos pide que nos mantengamos a cierta distancia de nuestros semejantes, que abracemos la soledad y el silencio de una manera espiritualmente atenta. Ve a dar ese largo paseo por la playa, a través de los campos, en las colinas, donde quieras ir para estar solo. Y sólo habla con Dios. Pregúntale qué quiere que hagas. Reza por tus hijos o tus padres o tus amigos que puedan estar pasando apuros. Dile cuánto lo amas y que quieres una mayor intimidad con él. ¡Y por favor, aléjate del iPhone! Abre tus ojos, levanta tu cabeza, y absorbe la belleza de la creación de Dios y agradécele por ello.

Si Pascal tiene razón, muchos de nuestros problemas más profundos pueden ser resueltos sentados, con atención espiritual, solos en una habitación. Tal vez por la extraña providencia de Dios, la cuarentena que estamos soportando podría ser nuestra oportunidad.

Fuente: Word on fire

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1 comentario

Nelly Valdivieso abril 6, 2020 - 11:39 am

Excelente artículo. La oración favorece mi encuentro con Dios. Ya que disponemos del tiempo necesario hay que aprovecharlo.

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