Portada » No todo vale en esta vida

No todo vale en esta vida

por Pbro. Carlos Padilla E.
Juego de dados

No es lo mismo hacer el bien que el mal. No son iguales todas las intenciones que mueven el corazón. No todo lo que decido me lleva a la vida. No vale seguir corriendo hacia delante sin sentido llevando una vida sin rumbo. No da igual saber lo que quiero que no saberlo. No es lo mismo saber elegir lo que necesito que ignorarlo.

En medio del dolor de todos en estos momentos de la pandemia, miro a Dios lleno de dudas y miedos. Sé que no se ha bajado de mi barca, navega dormido a mi lado, o mirándome en mis angustias. No valen igual todas las miradas. No me valen esos argumentos egoístas que escucho a veces: «Mientras a mí no me toque. Mientras no muera ningún ser querido. A ver si mi negocio no se hunde. Ojalá pueda volver cuanto antes a mi vida de antes. A ver cuándo acaba todo». Son comentarios con un pequeño horizonte. El hombre puede llegar a replegarse sobre sí mismo en medio de su dolor y su miedo. Y desde ahí no logra levantar la mirada. Hace falta tener más altura para mirar más allá, más lejos. Hay muchas personas que sólo quieren que todo siga bien, igual que antes y que no ocurra ninguna desgracia. Quieren volver al comienzo, al día de antes. Como quien vive las consecuencias de un error y quiere evitarlo. Pero ya es tarde. No me gustan esas miradas de poca altura. Esas miradas tan pobres que no logran sacar vida en medio de la muerte. Quiero aprender a vivir de otra forma, con otra hondura. ¿Estaba todo en orden antes de la pandemia? Quizás este mundo no era tan perfecto antes de que este virus me rompiera la vida. No todo iba bien. El hombre pensaba que el mundo le pertenecía por completo. ¿Dónde estaba Dios antes de que se pararan los motores? ¿Volverá todo a ser como antes cuando se ponga de nuevo en marcha? Tengo miedo de que así sea. Me asusta no cambiar nada. Comenta Boris Cyrulnik:«Si no evaluamos las causas que nos han conducido al desastre, estamos condenados a que se repitan. Los napolitanos, después de la erupción del Vesubio, volvieron a construir sus casas en el camino de los ríos de lava». Es cierto. Si no cambia nada, todo volverá a ser igual. Y no era tan perfecto. Cuando alejo a Dios de mi vida puedo gobernar a mis anchas pensando que no rigen más sus mandatos, sus deseos. Y me creo indestructible. Sor Verónica, Fundadora de Iesu Comunio, recordaba al analizar esta pandemia la historia del gran Titanic: «Era insumergible. Era un palacio flotante, un paraíso artificial. Hubo varias alertas antes del naufragio, pero no hicieron caso. Un iceberg venía a gran velocidad. El choque produjo una grieta y empezó a inundarse. No se alarmaron. Nadie era consciente de la gravedad, sólo había una grieta. No se iba a hundir, era imposible. Cerraron puertas a los de tercera clase. Se ordena a la orquesta que toque algo alegre. Se partió en dos y se hundió. El hombre al olvidar a Dios se magnifica». El Titanic no se podía hundir, era imposible, pero se hundió. Lo imposible dejó de serlo. Pensaba que era invencible y podía enfrentarse a monstruos en forma de iceberg y vencerlos. Pero no pudo. Y el hombre se hundió estrepitosamente. Ahora han caído muchos héroes. Se ha venido abajo el hombre que corría desenfrenadamente hacia delante. ¿Qué mueve mi corazón? ¿El dinero, la felicidad efímera, el amor pasajero? Miro mi corazón en medio de esta parálisis. Se hunde el Titanic, mi mundo perfecto, o totalmente imperfecto. Se hunde el orgullo de un hombre que se creía invencible. Ha sido vencido. Miro a mi alrededor buscando respuestas. Quiero que otros me solucionen lo que no comprendo. ¿Cómo voy a seguir ahora cuando todo pase? Será todo igual, me dicen algunos. Y es posible. ¡Cuánto cuesta aprender de las cosas que pasan! Seguiré haciendo lo mismo, de la misma forma, con las mismas intenciones. Trataré de recuperar el tiempo perdido. ¿No habrá servido de nada tanta muerte? Me curaré las heridas, lloraré a los ausentes. ¿No será mejor mi vida, mi mirada, mi forma de hacer las cosas? Quiero poner a Dios en el centro. Es mi sólida esperanza. Los demás no me pueden salvar, no pueden sanar mis heridas. Sólo Dios me responde. Su consuelo me calma por dentro. En medio de mi Titanic que se hunde. En medio de mi vida desvencijada. Ahí veo que Dios es el único que me permite vivir con un sentido, con un deseo que me sana por dentro.

Artículos relacionados

Deja un comentario