Portada » Un Dios con corazón de padre y de madre

Un Dios con corazón de padre y de madre

por Pbro. Tomás Trigo
Dios Te Quiere

Escuchar el episodio Un Dios con corazón de padre y de madre

Han venido desgracias, contratiempos, dificultades. Y pensamos: «Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado». Y Dios nos pregunta, como sorprendido: 

«¿Es que puede una mujer olvidarse de su niño de pecho, no compadecerse del hijo de sus entrañas? ¡Pues, aunque ella se olvidara, Yo no te olvidaré!» (Is 49, 15). 

¡Qué confianza deben despertar en nosotros estas palabras del Señor! Una madre no puede olvidarse del hijo de sus entrañas, de su recién nacido. «Pues, aunque ella se olvidara…». Es casi imposible que una madre se olvide de su bebé, pero podría suceder. El amor de Dios va mucho más allá, es superior al de todas las madres del mundo.

¿Hemos imaginado alguna vez a Dios Padre abrazándonos contra su corazón con infinita ternura, defendiéndonos del mal con su infinito poder, mirándonos a los ojos como solo un padre o una madre pueden mirar a su hijo recién nacido? (Él nos ha dado la imaginación, la creatividad, para que podamos verlo de algún modo). 

¿Puede ese Padre permitir que algún mal dañe a su hijo? ¡No! Por tanto –nos ha dado la razón para que, con la gracia, podamos pensar como Él de algún modo–, cuando nos envíe algo que nos parezca un mal, hemos de concluir que es un bien para nosotros.

«Sabemos que todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios», afirma san Pablo (Rm 8, 28). 

La sabiduría cristiana popular lo ha expresado de otro modo: «No hay mal que por bien no venga».

Pero, además, hemos de pensar, porque es verdad, que cuando nos envía sufrimientos nos está tratando como a las personas a las que más quiere. 

Parece difícil aceptarlo, pero ¿acaso no permitió que sufriera su Hijo? ¿No permitió también que sufriera la Virgen María? Si tratásemos de ver las cosas con los ojos de Dios, con los ojos de la fe, caeríamos en la cuenta de que, cuando permite que suframos, nos demuestra que nos quiere, porque nos trata como a su Hijo y como a su Madre. Entonces, el dolor se transformaría siempre en dolor alegre, que es un tipo de dolor exclusivo de los que creen en el amor de Dios, y que está al alcance de todos. 

«Si vienen contradicciones, está seguro de que son una prueba del amor de Padre, que el Señor te tiene» (S. Josemaría, Forja, n. 815).

Con los ojos de la fe, vemos la verdad de estas palabras de Cristo a Santa Teresa: 

«Considera mi vida toda llena de sufrimientos, persuádete de que aquel es más amado de mi Padre que recibe mayores cruces; la medida de su amor es también la medida de las cruces que envía. ¿En qué pudiera demostrar mejor mi predilección que deseando para vosotros lo que deseé para mí mismo?».

Y no hay que sorprenderse si, ante esta visión que proporciona la fe, algunas personas reaccionan con una sonrisa escéptica que puede significar: “estáis locos”, “sois imbéciles” o “la religión os tiene sorbido el seso”. Lo han dicho de Jesús y de todos los que han querido seguirlo de cerca.

Artículos relacionados

Deja un comentario