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Tan sólo 23 años

por 10 Minutos con Jesús
Arrepentirse

Habitué de nuestro sitio los días sábados, en esta ocasión la meditación de 10 minutos con Jesús se adelanta cuarenta y ocho horas y se muda de sección. Recomendamos especialmente esta lectura y su compartir. Habla del arrepentimiento, del perdón y de la gran noticia de que Dios es amor y misericordia.

Si te fijas, todos los días, cuando empezamos la meditación de los 10 minutos con Jesús,  decimos te pido perdón de mis pecados. Sobre esto quiero hablar. Claro  que pedir perdón de nuestros propios pecados, de nuestras ofensas, de nuestras faltas adiós, exige una actitud primera que es el arrepentimiento. Y nosotros tenemos un sentimiento de arrepentimiento general. Sin embargo, hay un ejercicio buenísimo que es el del examen de conciencia. Pensar ya no en generalidades, sino en detalles concretos en los que no he dirigido mi fin a lo que tú Señor quieres que sea mi vida. Y que afecta a pequeñas cosas y también a grandes cosas. Ha caído en mis manos un poema que está escrito ya hace unos cuantos años y que creo que nos puede ayudar muchísimo hacer el examen de conciencia.  En este poema Jesús no aparece tu nombre; pero todas estas palabras están dirigidas a ti. Realmente es como si te las dijéramos. El poema se titula Arrepentimiento.

Un poema titulado Arrepentimiento

Dice así: “Me arrepiento de haberme ido de compras a  El Corte Inglés”.’ Es verdad que empieza con un punto casi humorístico pero ya verás cómo va escalando hacia momentos  existenciales muy profundos. “Me arrepiento de adquirir el móvil que nunca necesite para que me llamasen el domingo a mediodía mientras de parte del vermú con mis amigos. De llegar 15 minutos tarde a las reuniones con una mala disculpa entre las manos y con una sonrisa que no puedo disimular en los labios. Me arrepiento de haber bebido leche desnatada. De medir mi peso en la farmacia de otro barrio con una báscula que miente a menos. De apuntarme en marzo a un gimnasio de pesas para ser en julio el rey de la piscina y también de utilizar cosméticos a escondidas. Me arrepienta al fin y al cabo de ser un poco tonto; de ser tan viejo al fin y al cabo con tan sólo 23 años. Me arrepiento de ser aquel hombre que tenía tan pocas cosas que lo único que tuvo fue dinero. De agarrarme como un clavo ardiendo al capital de que me haya tocado la lotería tantas veces en tantos sueños y conversaciones de café inútil: Y de que luego me suben las monedas en el bolso y se me cosan las manos al bolsillo a la hora de pagar consumiciones. Me arrepiento al fin y al cabo de ser un poco ruin y tan mezquino. De ser tan viejo y cuento solo hasta 23 años. Me arrepiento de esperar a que caigan manzanas de los cielos para descubrir la ley de la gravedad. De sentarme por las noches como un monolito delante del televisor mientras los libros de la estantería padecen la crisis de la existencia. De dejar pasar tantas primaveras agarrándome como una fruta verde al árbol, mientras espero recibir la compasión de unos hijos que serán menos listos que yo y del sofá de las tardes de domingo, que ya recorre mis posaderas de carrerilla. Y  ha olvidado las lecciones de latín que le enseñó mi abuelo.

Me arrepiento al fin y al cabo de haber tirado tanto tiempo. De ser tan viejo al fin y al cabo con solamente 23 años. Me arrepiento de darle puñetazos a la mesa que nunca tuvo la culpa de nada. De quejarme de que el café está frío. De que el café está caliente. De que le sobra azúcar o menos leche o más café. De empañar los proyectos de los otros como el cristal con el aliento desalentador del conformismo. De vaciar de pequeñas ilusiones a la gente con la mirada de pozo ciego. Con esa cara de aburrimiento. Con el vacío de la indiferencia, de las palabras que lancé afiladas como cuchillas al aire que hieren con elegancia y penetran hasta la misma alma para producir un dolor más cierto el dolor de muelas. Y de haber callado verdades tantas veces para no herir mejor,  para no quedarme solo. Del día en que airadamente y enfadado golpee a mi hermano en ese lugar donde solo golpeamos los cobardes y de llenar el aire de tristeza cuando yo estoy triste para que mis amigos los respiren y viva yo feliz con el remedio de los tontos. Me arrepiento al fin de ser al cabo ser viejo de ser tan viejo con solamente 23 años. Me arrepiento de mis caretas y sus sonrisas. De lo que mentí callando. De mis cerrojos. De los te quiero falsos. De los guiños de camarero lanzados al vuelo de nadie. De mirar a los ojos como quien mira un escaparate de oportunidades. De saludar como un vendedor de seguros al portero de casa. De agradecer como una máquina. Me arrepiento al fin y al cabo de adaptarme al mundo de la marioneta y la mentira. De mentir y de mentirme. De ser viejo al fin y al cabo con solamente 23 años. Me arrepiento de mirar a las mujeres como si fueran el complemento perfecto de un chalet o de un coche metalizado en negro. De mirarlas a las piernas y catarlas cómo se catan los jamones en la carnicería de enfrente. De hablar tanto de fútbol o política, de mujeres, de toros. De buscar las cosquillas y el puntín que siempre termina en el lecho y si te he visto no me acuerdo. Y de querer para mí lo que no quisiera para ninguna de mis hermanas. Y de olvidar tantas veces la pureza de mi madre. Me arrepiento al fin y al cabo de ser tan verde. De ser tan viejo al cabo con solamente 23 años. Me arrepiento de tener una lista negra en la que nunca apunté mi nombre. Del día que mi madre lloró por culpa mía.

De los desvelos y tragaderas que ha tenido que sufrir para justificarme.  De escapar de algunos momentos de abulia y tedio leyendo  la página de sucesos que no hemos sufrido ni yo ni mi familia: De no darles limosnas a los pobres sinceros y de apartar mis ojos de sus ojos que tanto duele: De haber tirado a la basura un kilo de patatas rancias. De no llorar cuando vea en el telediario posarse las moscas negras sobre esos esqueletos vivientes de la África negra. De no llorar tampoco la muerte de la madre de mi amigo. En el fondo de los fondos no me importó absolutamente nada de hablar defectos y de clones como si formaran parte de la tabla de elementos. De no comprender y de exigir comprensión cuando no la necesito. De ser tan de carne y hueso solamente. Me arrepiento al fin y al cabo de no amar. Al fin y al cabo de ser tan viejo  solo tengo 23 años. Me arrepiento de haber solicitado el copyright de mi memoria y olvidar a mi maestro que me enseñó a escribir y a sumar llevando. De olvidarme de mí de mi auténtico mí que necesita aire, pan sueño y amor. Solamente amor. De tener gastado el hombro de tanto mirar por encima. De mis errores voluntarios, queridos y adorados por ser míos y de pensar que sólo con pensar le puedo poner un contrafuerte al universo. Y de poner los ojos como espejos para que las gentes contemplen ahí su vanidad y me digan con el gesto que quisieran ser como yo. De olvidarme del polvo y la ceniza. Me arrepiento al fin del cabo de haberme construido un dios a mi medida. De ser tan viejo al fin y al cabo. De ser tan viejo como tú, como vosotros, pero yo tan solo tengo 23 años.

Perdonar

Hemos convertido esta meditación en un confesionario. Pero la buena noticia es que hoy, Jesús,  nos dices que «quieres misericordia  y no sacrificios».  Y la misericordia viene  de un corazón contrito y humillado que tú jamás lo desprecias. Es bueno pedir perdón y perdonar.

 

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1 comentario

Diego Casabianca julio 23, 2020 - 4:53 pm

Misaericordia es más útil que sacrificios, después de tofo Jesús ya se sacrificó por nuestro bien!!!

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