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Conversar

por Carlos L. Rodriguez Zía
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Un libro, TerraFutura, en el que el Papa Francisco conversa con un agnóstico, ex comunista y gastrónomo, como Carlo Petrini, fundador de «Slow food» inspiró las siguiente líneas sobre el acto de conversar.

En mi país, Argentina, hay una gran dificultad para conversar.  Se lo llama “La grieta”. Ese sustantivo que el diccionario define, precisamente,  como “dificultad o desacuerdo que amenaza la solidez o unidad de algo”. En este caso, la unidad del pueblo y la solidez del vínculo humano.

Conversar no es sólo el acto de estar con otra persona, emitir palabras y recibir las que el otro o la otra emita. Esto es algo que uno podría hacer en soledad, mirándose al espejo. Aunque conversar no es sólo escuchar. Es que lo que la otra persona me diga, me penetre, interpele o  conmueva. Elija o agregue el lector la acción verbal que más le plazca.

Conversar es algo que Jesús hace muy bien, como lo muestran las Sagradas Escrituras. Es lo que hace con los fariseos; con los saduceos; con el hombre rico; con la mujer samaritana. A cada uno los escuchaba, entendiendo lo que decían y buscando ayudarlos. Es lo que hizo sin intercambiar palabras con Zaqueo. Jesús escuchó lo que el lenguaje corporal de ese hombre le decía al treparse ansiosamente al árbol para verlo, para que lo viera.

Rezar y conversar

Es lo que debemos hacer con nuestro Padre cuando rezamos. Rezar no es sólo el pronunciar mecánicamente una secuencia de palabras. El Padrenuestro, el Santo Rosario, una novena –aquí también elija la lectora la oración que más le guste- son una invitación a conversar con Dios. A qué ese ritmo repetitivo, por momentos cansino, nos ayude a bajar la velocidad de la vida cotidiana, nos permita adentrarnos en un profundo silencio y escuchar lo que Dios nos quiere decir.

Porque para conversar, primero hay que saber escuchar. Y para escuchar hay que hacer silencio. Pero el silencio también puede ser un obstáculo para la conversación. La vía de escape que empleemos porque tenemos miedo a conversar. Porque conversar implica tratar de entender al otro; ver qué me está diciendo. Y,  lo más difícil de todo, aceptar que el otro tiene razón o que lo que me está diciendo es algo bueno para mí

Jesús nos enseña

Quizás es lo que lo que le pasó al hombre rico. Él sabía que Jesús tenía razón, que lo que le proponía era lo mejor para él. Sin embargo, le costó entenderlo y se alejó en silencio. Es, posiblemente, lo que le sucedió a la mujer samaritana junto al pozo de Jacob. Cuando comprendió qué significaba que Jesús era el agua viva, ella simplemente le pidió que le diera de beber de esa agua.

Pero para conversar, además de escuchar, hay que saber elegir bien las palabras, los modos, los tiempos. Saber esperar que la otra persona entienda lo que le estamos diciendo. En esto Jesús también nos enseña mucho. ¿Acaso no es lo que hizo con sus discípulos?

Por último, un recordatorio: el conversar es un arte, que se practica a diario y siempre hay algo para aprender.

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