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Porque hasta el cielo no paramos

por Editor mdc
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Si te pregunto ¿por qué “Hasta el cielo no paramos”?, seguramente me dirás que nuestro fin es el cielo, la santidad y que allá vamos, y está muy bien.

Sin embargo, si profundizamos un poco más, podemos sacar otras conclusiones que enriquezcan nuestra vida cotidiana.

La frase que es característica del Padre Luis Zazano y compartimos a diario en publicaciones de Misioneros Digitales Católicos es una jaculatoria que guía y alienta nuestro caminar. ​Vamos hacia nuestra verdadera patria, la morada celestial en la que Jesús nos espera con los brazos abiertos​.

Tener presente la meta del cielo es más fácil en buenos tiempos que en situaciones de prueba. No obstante, si logramos permanecer en el amor y confiar en que nada es imposible para el Señor, encontramos fuerzas para seguir adelante​. Una vez me dijeron que ninguna ola es más alta o más fuerte que Dios y que después de la tempestad siempre sale el sol. Ayuda mucho recordar esas palabras y sacarles provecho cuando sentimos que nuestras piernas no dan más. En esos momentos, conviene ofrecer nuestros esfuerzos y “dejar a Dios ser Dios”, sabiendo que no seremos defraudados.

Templos del Espíritu Santo

“No parar” es estar en constante movimiento y con alegría. Somos templos del Espíritu Santo y eso ya es motivo para afrontar con fe las dificultades, que son parte de la vida. El dolor es un misterio que en nuestra humanidad nos cuesta comprender: nadie quiere sufrir pero todos podemos aprender algo bueno de lo malo que nos sucede. Claro que la mayoría de las veces necesitamos tiempo para tomar distancia y encontrar paz.

Las rosas tienen pétalos hermosos pero también espinas, si quiero seguir los pasos de Jesús no debo claudicar en el amor al prójimo ni en los peores momentos​. Así, podemos experimentar un adelanto del cielo en gestos de bondad hacia los demás.

Fe

Al reflexionar sobre la fe, recuerdo dos sanaciones que la Palabra de Dios narra en Lc 8 (40-56) y Mc 5 (21-43). Jairo, el jefe de la sinagoga se postró ante Jesús y le ruega por la salud de su hija agonizante. Mientras se dirigen a la casa en la que está la niña se amontona mucha alrededor de ellos y una mujer que toda su vida había sufrido hemorragias toca los flecos del manto del Señor. Lo hace con fe en que con sólo acercarse al Maestro puede liberarse de su enfermedad. Ella no sólo se sana sino que logra captar la atención de Jesús, que nota que una fuerza sale de Él.

La hemorroísa no toca a Jesús físicamente, sólo lleva su mano hasta su manto, un pedazo de tela. Sin embargo, logra unirse espiritualmente a Él, como cada vez que comulgamos -y en especial cuando sólo estamos en condiciones de acceder a la comunión espiritual.

Por otro lado, al jefe de la sinagoga le dicen que no moleste al Maestro porque su hija ya murió pero Jesús le indica que no tenga miedo porque eso no es así. Jairo cree y la niña vive por gracia de Dios.

Tener fe es como ponerse un par de anteojos, se ve la realidad de otra manera. Así como limpiamos los cristales de los lentes, debemos hacer lo posible para acrecentar nuestra fe, rezar con frecuencia, trabajar sobre nuestra espiritualidad para que no se estanque.

En manos de Dios

¿Quién no tiene problemas en su vida? En mayor o menor medida, todos podemos poner en manos de Dios lo que nos preocupa y hacerlo sobre todo en cada misa. En el momento de la Consagración, el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Por la fe lo recibimos en nuestros corazones.

En circunstancias de crisis, no dejemos de decir: “Señor creo en tu poder, pero aumenta mi poca fe”. Para Dios nada es imposible y ante su silencio, lo mejor es orar con más intensidad. A su tiempo, Él responde con creces.

Miremos y aprendamos del camino de Jesús: después de la muerte vino la Resurrección. Abracemos a nuestra Madre, la Santísima Virgen María, que se mantuvo firme al pie de la Cruz. Ella nos cubre con su manto de ternura y nos lleva de la mano hasta su hijo.

Ánimo y adelante, ¡porque hasta el cielo no paramos!

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