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No hay trato con la trata (parte 1)

por Pbro. José Luis Pinilla

Muchas veces, la vida de muchas mujeres empobrecidas comienza con un secuestro y, tras ser vendidas, huyen. Tatuadas en la piel y en el alma, buscan la libertad diciendo adiós a su África querida –y en otras muchas partes del mundo– para buscar ejercer con rotundidad su decisión de ser libres, sin esclavitud de ningún tipo. Muchas veces –¡demasiadas!–, cuando en verdad no tenía que ser ninguna. 

El lema escogido el 8 de febrero para la Jornada Mundial de Oración y Reflexión contra la trata es ‘Economía sin trata de personas’, que el Covid-19 nos lo pone muy delante de los ojos. Mujeres encerradas. Y no solo por consejos sanitarios. Jornada para pasar de la contemplación a la acción. O a la vez. Para emprender cambios, tanto individuales como sociales. Para transformar nuestro modelo económico, en el que las personas estemos en el centro de toda actividad comercial y empresarial. Para que la economía sea no un fin sino un medio para ayudarnos a crecer y a construir una ciudadanía, universal incluso, en la que no tenga cabida la desigualdad, ni tenga lugar la injusticia, ni la trata de personas. La trata forma extrema de abuso y explotación. 

Siete palabras 

Siete palabras me vienen al recordar este día: secuestro, venta, huida, tatuaje, esclavitud siglo XXI, países empobrecidos, opción por la libertad. Un pequeño resumen de tantas víctimas de la trata de personas. Como siete son los días de la semana –es decir todos– en los que se ven obligadas a perder la dignidad. Como siete fueron los días de la creación ante la que se asombra santa Josefina Bakhita, que da patrocinio e impulso al Día contra la Trata. 

Secuestrada a los nueve años, vendida como esclava y llevada a una ciudad de Sudán. Su espalda fue lienzo donde quedaron plasmados, a latigazos, la humillación y el maltrato. Y que –tras un largo itinerario geográfico y vital– descubrió al Señor de la vida en un Instituto italiano y pudo dar nombre así a lo que desde niña sentía en su corazón: libertad. En sus memorias escribió: “Viendo la creación, el sol, la luna y las estrellas, decía dentro de mí: ¿Quién será el Dueño de estas bellas cosas? Y sentía grandes deseos de verle, de conocerle y de rendirle homenaje”. Y así lo hizo: de esclava a santa promoviendo la liberación. 

Al repasar estos temas y recoger los esfuerzos que tanta gente buena de Iglesia está haciendo en favor de las víctimas de la trata (sobre todo congregaciones religiosas femeninas), recuerdo aquel otro intento eclesial de hace tiempo, cuyos impulsores, impactados por el volumen y el mercadeo inmenso y trágico de provocación para el ejercicio de la explotación sexual, se acercaron de manera un tanto ingenua a un director de una probada empresa propietaria de varios medios de comunicación social. Era dueño de un gran periódico. Y se le pidió, que dado que se hablaba en los mentideros sociales de sus valores cristianos prescindiera de los anuncios pagados sobre contactos que incitaban a entrar en el comercio carnal manipulador y esclavista con las víctimas de la trata sexual. La llamada esclavitud de nuestros siglos recientes. 

Aquel director al que se acudió, se avergonzó de aquella costumbre y prometió retirarlos. Pero apenas se enteró del dinero que perdería con ello, se encogió de hombros… y la vida siguió su curso… tal que ayer. Apuntándose, a su manera, al carro de la venta de mujeres para usar y tirar. Al fin y al cabo, se justificaba, “la libertad personal era el criterio supremo” para contactar (y de paso, aprovecharse) de esas mujeres “invisibles”. 

Pues de esto se trata: ‘Economía sin trata de personas’ 

Fuente: Vida Nueva

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