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Las cosas que me suceden me hablan de Dios

por Pbro. Carlos Padilla E.
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Lo que veo en las personas y en los acontecimientos.  Como una voz clara o tal vez confusa, ya no lo sé.

A menudo no sé interpretarla y saber lo que me  conviene. Creo que me empeño en hacer lo de siempre, en repetir rutinas, en exigirle a la vida lo que  siempre me ha dado. Incluso cuando ya no me lo puede dar. Le pido a Dios que no me falle, que esté  a la altura de mis expectativas. Quiero que todo salga como lo tenía previsto. Tengo derecho a vivir  mi vida, me digo olvidando de pronto que la vida es un don, y no un derecho. Igual que el tiempo  que me queda y se me escapa entre los dedos. O ese aire que respiro y puede llegar a faltarme. ¡Qué  caro sale ese oxígeno que no es el que me regala Dios! No acepto que las cosas cambien de repente y  todo se dé la vuelta. Puede que no esté dispuesto a renunciar a nada, aunque la vida implique un  riesgo. Quizás me acostumbré a recibirlo todo sin tener que dar nada a cambio. Lo que me da miedo  de verdad es lo que decía Jorge Bucay: «El único temor que me gustaría que sintieras frente a un cambio es  el de ser incapaz de cambiar con él. Creerte atado a lo muerto, seguir con lo anterior, permanecer igual».  Quizás yo tengo el miedo a quedarme igual que siempre, inmóvil ante este tiempo que cambia.  Nada será igual cuando pase la pandemia, pero no sé cuándo veré la luz al final del túnel. Yo espero  no ser el mismo. ¿Habré cambiado en mis formas y en el fondo de mi alma? Me da miedo no ser  capaz de cambiar con los cambios. Empeñarme en hacer lo mismo de siempre. No ser capaz de  adaptarme al aire cuando vuelo, o al mar cuando nado, o a la tierra cuando camino. No ser capaz de  hacerme sociable cuando soy amado y no lograr romper mi coraza cuando me abren el alma. Me da  miedo no vencer mi pudor cuando confían en mí y no ser capaz de correr cuando correr toca. Como  si la realidad a mi alrededor pareciera otra, o la de siempre. Me dicen que Dios me ama y yo me  empeño en amarlo a mi manera que es egoísta. Como si la vida consistiera en repetir modelos  aprendidos o adaptarme a lo de siempre porque lo necesito, porque tengo derecho, porque siempre  ha sido así, porque los demás tienen que adaptarse a mí y respetar mis necesidades esenciales. No  importa que otros tengan que renunciar, lo fundamental es que yo no tenga que hacerlo. No  renuncio a mis fiestas, a mis retiros, a mis encuentros, a mis hobbies. No me importa el riesgo, tengo  derecho, pienso. Y me aferro a lo de antes, porque es más seguro. Y Dios sigue pasando en todo lo  que me sucede. Y a mí me deja indiferente el sonido de su voz. No quiero ser indiferente ante el mal  que sufre el hombre, aunque yo no lo sufra. No quiero sentirme preso en mi egoísmo, ese pecado  que se convierte en rutina dentro de mi alma. No quiero tender de forma enfermiza a hacer siempre  mis planes, mis deseos, mis proyectos. Yo y mi vida tal como la he soñado siempre, tal como la he  vivido. No quiero cambiar nada. No importa que el mundo cambie en torno a mí. Yo sigo haciendo  lo que siempre he hecho. ¿Qué importa? Nada importa. Aunque el mundo cambie, yo no estoy  dispuesto a ninguna renuncia. No sé si soy capaz de aprender algo nuevo en esta vida. De  enamorarme de otras playas. De soñar otros sueños. De cantar otras canciones. Quiero ser capaz de  dejarme interpelar por los vientos. Y dejarme tocar por esas nuevas olas que acarician mis playas. Ya  no sé si mi alma está abierta a nuevos horizontes. Y si mi corazón es capaz de dar cabida a más  gente, o tiene suficiente con los de siempre. Sueño con una vida diferente a la que ahora veo en mi  pasado. Ni mejor ni peor. Sólo distinta como la tierra nueva que cambia en esta época de cambios.  No quiero regresar a lo de siempre. Sin dejar de luchar por esos valores que me enamoraron un día.  Me gustan las palabras de Victor Hugo: «Dejé de vivir historias y comencé a escribirlas, hice a un lado los estereotipos impuestos, dejé de usar maquillaje para ocultar mis heridas. Me olvidé de idealizar la vida y  comencé a vivirla». Yo también quiero dejar los maquillajes y los disfraces. Olvido las mentiras y vivo  mis verdades. Abandono las angustias y me quedo con la paz de los niños en medio de la tormenta.  Elijo los abrazos, aún sin poder darlos. Elijo el mar antes que el desierto. Y la lluvia que calma las  lágrimas del alma. Elijo la aventura y no tantas rutinas. Amar lo que no conocía, sin olvidar lo que  amaba. Y ensanchar el alma. Decido comenzar de nuevo por donde dejé la escritura. Y pinto sobre  un lienzo virgen las noches que he ido viviendo. No dejo de caminar aún en pleno invierno. Y no  disimulo mi dolor pretendiendo no sentirlo. Decido que desde hoy comenzaré a vivir de nuevo. Es  tan bonito saber que la vida cambia a mi paso. Y yo con ella. Confío de nuevo en la paz que me da  vivir feliz. Sabiendo que la realidad que toco es la mejor que tengo.  

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2 comentarios

Mariana Soledad Salina marzo 2, 2021 - 11:01 am

Gracias por esta reflexión tan profunda que duele pero a la vez alivia al saber que debo hacer algo para vencer en miedo al cambio dando lo mejor de mí. Bendiciones

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Hortencia abril 4, 2022 - 2:58 pm

Muy bueno el escrito! Gracias!

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