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San José

por Mons. José Ignacio Munilla
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Quién no ha escuchado la expresión “Detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer”; que, obviamente, tiene también su correlativo en “Detrás de una gran mujer siempre hay un gran hombre”.

 En medio de una cultura en la que se tiende a reivindicar la dignidad del propio género desde la contraposición, se hace más necesario que nunca subrayar el valor de la comunión y de la complementariedad.
Lo mismo cabe decir en cuanto a la experiencia educativa de los hijos se refiere: Lo que un niño necesita no es tanto una super-mamá o un super-papá, sino una madre y un padre que, aunque sean ‘corrientes’, se quieran mucho y de forma estable. Nuestra época, sin lugar a dudas, sufre grandes carencias en lo que respecta a la esponsalidad, la comunión, la integración de la maternidad y la paternidad.…
La figura de san José resulta especialmente luminosa a la hora de entender la paternidad y la esponsalidad en toda su hondura antropológica. De hecho, en nuestros días son muchos los especialistas que hablan de la existencia de una profunda “herida paterna”, provocada, bien por la carencia de un referente paterno, o bien por una experiencia frustrante de paternidad.
Para muestra un botón: Recientemente, conocí el testimonio de una religiosa que trabaja apostólicamente en una cárcel de hombres en Perú. En su primer año en la prisión, a medida que se acercaba el Día de la Madre, muchos reclusos le pedían tarjetas de felicitación. A pesar de llevar cajas y cajas de tarjetas para que los presos se las enviaran a sus madres, nunca parecía tener suficientes. Así que, cuando se aproximaba el Día del Padre, decidió prepararse para una avalancha de solicitudes comprando una gran cantidad de tarjetas de felicitación. Pero, sin embargo, todas las cajas están todavía intactas esperando en su despacho. ¡Ni un solo preso le pidió una tarjeta para el Día del Padre!
La mencionada “herida de padre” responde a la existencia en todos nosotros de un “hambre de padre», que se traduce en la necesidad de ser afirmado, aprobado, conocido, comprendido y amado por nuestro propio padre, y de crecer con un sentido de fuerza y autoridad, que, aunque no sea dominante, proporciona el tipo de estructura que permite a un niño crecer y desarrollarse. Cuando un niño no recibe este tipo de cuidado paterno, por los motivos que fuere, entonces el “hambre de padre” se convierte en la “herida de padre”. Obviamente, también existe la posibilidad de que se genere una herida materna, y cuando tal cosa ocurre suele ser aún más destructiva que la herida paterna; pero como se demuestra en el caso de la religiosa anteriormente referida, es mucho menos frecuente. Aunque la circunstancia referida de esa prisión peruana sea un tanto particular, acaso también nosotros debiéramos examinar el motivo por el que podamos percibir la figura del padre más lejana que la de la madre.
Por otra parte, la celebración de san José es una buena oportunidad para profundizar en nuestra devoción mariana desde la perspectiva de la esponsalidad. En efecto, no debiéramos referirnos a María sin tener en cuenta a José. De la mano de la mujer más maravillosa de la historia –María—, estuvo y está José. Dios Padre quiso que su hijo Jesús naciese y creciese rodeado de esa experiencia de comunión esponsal entre María y José. Si María y José fueron un “equipo” indisoluble mientras vivieron en Belén, Egipto y Nazaret; a buen seguro que continúan siéndolo en el momento presente en el Cielo.
Pero la figura de san José no se agota en la esponsalidad con María, sino que es designada como la “sombra” de la paternidad divina. El significado de esta expresión no hay que referirlo tanto a que san José viviese en la sombra, sino a que durante la vida oculta de Nazaret, fue para Jesús la sombra de la paternidad divina. En términos teológicos, podríamos decir que san José fue como una encarnación de la paternidad de Dios Padre. Sin olvidar que lo que san José fue para Jesús, es lo que cualquier padre está llamado a ser para su hijo: imagen visible de la paternidad de Dios. Y, por lo tanto, a san José no nos lo debemos imaginar en un rinconcito sin decir nada y pasando desapercibido, sino liderando la Sagrada Familia en comunión esponsal con María. De la misma forma que no existe una correcta mariología que no integre la figura de san José, sería incompleta una cristología en la que se ignore el influjo de su “paternidad”.
Pues bien, en la solemnidad de san José de este año 2021, confluyen por una parte la celebración del Año de San José, declarado por el Papa Francisco con motivo de su proclamación hace 150 como patrono de la Iglesia; y, por otra parte, el inicio de un año dedicado a la Familia, con motivo del quinto aniversario de la encíclica Amoris Laetitia.
San José, custodio de la Sagrada Familia, esposo de María, patrono de la Iglesia, patrono de los obreros, patrono de los seminarios, patrono de la buena muerte, patrono de fugitivos, patrono de los padres –especialmente de los padres adoptivos— ¡ruega por nosotros!

 

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