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«Abandonarse como los niños»

por Pbro. Tomás Trigo
Dios te quiere

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«El que está en mi mano como el bastón en mano del viajero, ese sí me es agradable, dice Dios. 

El que se apoya en mi brazo como un bebé que se ríe, y que no se ocupa de nada, y que ve el mundo en los ojos de su madre, y de su ama, y que no lo ve y no lo mira más que allí, ese me es agradable, dice Dios. 

Pero el que hace cálculos en su interior,  en su cabeza, para mañana,  trabaja como un mercenario.

Trabaja horriblemente como un esclavo que gira una rueda eterna…» (Ch. Péguy).

En los ojos de Dios vemos las cosas como Él las ve, y no como nos parecen a nosotros. Vemos las cosas buenas como buenas y atractivas, aunque nos causen dolor. Y las cosas malas como malas, aunque el mundo y nuestro orgullo griten que son muy buenas.

En los ojos de Dios vemos qué es lo que le gusta, lo que le agrada, y eso es lo que queremos hacer por encima de todo.

En los ojos de Dios vemos una mirada de cariño y de paz que nos llena de seguridad y de gozo.

Apoyado en su brazo, el hijo de Dios es como un bebé que se ríe, porque no tiene preocupaciones y se siente totalmente seguro. Se ríe sobre todo de sí mismo, de sus deseos de ser mayor, de sus defectos y miserias. Nada de eso le importa, porque sabe que su Padre le perdona, y sigue adelante con la ilusión de hacer lo que a Él le agrada. Como un bebé que se ríe: el abandono es también el secreto del buen humor. 

Además, el que se abandona totalmente en las manos de Dios, es el único que no se abandona, porque es Dios quien se hace cargo de él:

«Cuando te abandonas en mí, hijo mío, me gusta. 

Cuando no te abandonas, cuando desconfías, no me gusta. 

Es así de sencillo.

Cuando te abandonas, en realidad no te abandonas, porque yo me encargo de ti.

Cuando no te abandonas, te abandonas, porque escapas de mi mano cariñosa» (Ch. Péguy).

Abandonarse en los brazos de Dios es lo más sabio, porque es dejarse guiar por una sabiduría y un poder infinitamente mayores que los nuestros.

No abandonarse a la voluntad de Dios, en cambio, es preferir nuestro pequeño poder y limitada sabiduría para gobernar nuestra vida: una mala elección, que lleva al fracaso.

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