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El santo más querido por la Virgen

por Elena Fernández Andrés
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Una buena religiosa, cuenta el P. de Barry, era atormentada por tentaciones violentas e importunas, sobre todo durante la oración.

 Estaba tanto más turbada cuanto que la pusilanimidad y la desconfianza se adueñaban de su corazón. Ella se persuadía de que nunca podría llegar a esa preciosa libertad de espíritu que es, aquí abajo, el celestial atributo de los hijos de Dios. Sumida en esas angustias, recorrió a María, como a su buena Madre, a fin de encontrar de nuevo la calma y la paz. «¡Oh Virgen! – exclamó –, si vos misma juzgáis que no os concierne el darme esta gracia, dignaos al menos indicarme de entre los santos que os son más queridos un protector al cual pueda acudir con fianza y éxito».

Apenas hubo terminado esta oración, se sintió inundada de consolaciones. San José apareció a los ojos de su alma como el santo más querido de la Virgen, tanto en su calidad de esposo como en razón de sus eminentes virtudes. Sin dejar un solo instante se puso en manos de este augusto protector. San José le hizo sentir, en el mismo instante, la eficacia de su intercesión librándola de sus penas. A partir de ese momento, tan pronto como era asaltada por el demonio, recurría al digno esposo de la Virgen María y recuperaba inmediatamente la paz del corazón y la libertad de conversar apaciblemente con Dios…

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Una joven había hecho el voto de castidad. Habiendo tenido la desgracia de ser infiel a este compromiso, no tuvo la valentía de confesarse de su pecado. Desde entonces, con la profanación de los sacramentos, comenzó para ella una vida remordimientos y tormentos.

Se le ocurrió acudir a san José. Durante nueve días recitó devotamente el himno y la oración del santo. Terminada la novena la falsa vergüenza apareció y, como lo escribió ella misma al P. Barry rogándole que publicara este favor de san José, lejos de costarle, la confesión fue para ella una verdadera felicidad.

«Convencida de esta experiencia del poder y de la bondad de san José, llevo siempre su imagen sobre mi pecho con la resolución de no separarme de ella ni de día ni de noche. A partir de ese momento, he podido vencer las tentaciones impuras y he recibido tantas gracias que no sé cómo agradecerlas».

(del libro «Id a José» de la Abadía San José de Clairval: https://www.clairval.com/index.php/es/)

Para más artículos como este: poverella.blogspot.com

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