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Una pequeña cruz de metal sobre una cruz de madera

por Elena Fernández Andrés
Cruz

La verdad es que impresiona rezar ante la cruz profanada de Irak que estos días tenemos el regalo de venerar en nuestra parroquia.

La hemos acogido con inmenso aprecio, llegada de la mano de nuestros jóvenes que a su vez la recibieron de nuestro obispo D. Ginés en la pasada OCEO (Oración con el Obispo) del viernes 12 de noviembre en la Catedral de Getafe.

Vista desde fuera no es más que una pequeña cruz de metal sobre una cruz de madera. Aparentemente es eso. Pero es mucho más: es el símbolo más hermoso que hay en el mundo del Amor más grande que jamás habrá, el de nuestro Dios entregándose en la cruz por nosotros. Y es una reliquia que está indisolublemente asociada a nuestros hermanos cristianos que, allende nuestras fronteras, llegan a dar incluso la vida por manifestar su fe en Aquel que murió en esa cruz por ellos y que ahora está vivo. Como me comentaba una hermana de la parroquia: «Si esa cruz hablara… cuánto sufrimiento de nuestros hermanos ha visto…». Y cuántos frutos de fidelidad…

Contemplar esta pequeña cruz, con esa apariencia de sencillez y pobreza, me lleva a pensar sobre nosotros, los cristianos. Realmente somos así de pobres, como ella. Somo portadores de un Tesoro en vasijas de barro. Desde fuera no siempre es fácil ver la grandeza de la VIDA que nos habita, la mayor parte de las veces porque parece que nos empeñamos en ocultarla con nuestras miserias. Somos así de pobres.

Pero lo cierto es que también somos portadores de Cristo. Y cuando somos capaces de mirar más allá de esa «primera capa» de barro vemos a todo un Dios manifestado su obra. Con delicadeza, con ternura, sin forzar nuestro ritmo.

Cuando somos capaces, por su Misericordia, de mirar más allá de la pobreza de la cruz, vemos el Rostro de Cristo Vivo. Y qué Rostro más bello…

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