Hoy, 22 de enero, la Iglesia celebra la fiesta de la beata Laura Vicuña.
Laura del Carmen Vicuña Pino, hija primogénita del matrimonio de José Vicuña y Mercedes Pino, nació en Santiago de Chile el 5 de abril de 1891. Luego del nacimiento de su hermana Julia, muere su padre y su madre decide refugiarse con sus hijas en Argentina, debido a que habían quedado en la indigencia.
En 1989, llegaron a la provincia de Neuquén y se establecieron en Junín de los Andes. Luego, su madre comenzó a trabajar en la hacienda de los Fosbery y posteriormente fue contratada como dependiente en la estancia de Quilquihué donde comenzó una relación con Manuel Mora, propietario del establecimiento.
Laura y su hermana fueron acogidas en el colegio María Auxiliadora de Junín de los Andes. Desde su ingreso, Laura se mostró muy sensible a la fe cristiana. Luego de un año, Laura recibió su primera comunión e hizo tres propósitos: el primero fue la entrega total de su alma, de su corazón y de todo su ser a Jesús; el segundo preferir la muerte antes de cometer un pecado mortal, y el tercero era hacer de su parte cuanto pudiera para propagar el amor a Jesús y reparar las grandes ofensas que diariamente recibe de los hombres, especialmente de los más cercanos.
En sus segundas vacaciones, cuando Laura regresó a la estancia donde vivía su madre, Manuel Mora trató de abordarla pero ella lo rechazó. En otra oportunidad, cuando estaban en una fiesta, Mora la invitó a bailar y ella no aceptó nuevamente. Aquella noche, Laura debió dormir a la intemperie. Para acorralarla, Mora decidió no pagar más la cuota del colegio, pero las hermanas la recibieron gratuitamente. En aquel momento, al intuir que su madre vivía en una situación irregular, Laura decidió ofrecer su vida por su conversión y para que no siguiera viviendo la violencia intrafamiliar que la tenía sumida en el dolor y que exponía a sus hijas a constante peligro. Además, intensificó los sacrificios y, con el permiso de su confesor, hizo voto de los consejos evangélicos.
Al poco tiempo, sobrevino una inundación en el colegio durante un crudo invierno y Laura se enfermó. Su madre decidió cuidarla en su casa, pero no se recuperaba. Entonces decidió regresar a Junín de los Andes. Mora, furioso por haber perdido a Mercedes y ser rechazado por Laura, le propinó una feroz paliza a la joven. Gravemente enferma, Laura continuó sufriendo la violencia intrafamiliar, la pobreza y el constante peregrinar, puesto que debieron pasar por diferentes casas que la iban acogiendo durante sus últimos días de vida.
La historia de Laura, desde sus orígenes, estuvo atravesada por la violencia, la discordia, la pobreza, la emigración, la incertidumbre y las vicisitudes de su madre. La vida de Laura resultaría incomprensible fuera del contexto familiar en que vivió, en cuyo marco quiso el Espíritu Santo que se santificara y adquiriera el sello original de su santidad.
Consumida por los sacrificios y la enfermedad, viendo próxima su muerte, su última noche Laura le dijo a su madre: “Sí, mamá yo voy a morir. Yo misma lo he pedido a Jesús….Van a ser casi dos años que le ofrecí mi vida por usted, para alcanzar la gracia de que se convierta a Dios…… Ah mamá, ¿y no tendré la dicha, antes de morir, de verla arrepentida?”. La respuesta de su madre fue afirmativa.
Con su deseo satisfecho, Laura muere el 22 de enero de 1904, a los 12 años. Sus restos descansan desde 1956 en la capilla del Colegio María Auxiliadora de Bahía Blanca (Argentina). El 3 de septiembre de 1988 fue proclamada beata por el Papa Juan Pablo II.
En el día de su fiesta, le rogamos a la beata Laura Vicuña que interceda para que el Señor suscite en el mundo numerosos modelos de santidad juvenil, porque hasta el cielo no paramos.