Fundador de los Hermanos Maristas
“María no se queda con nada: cuando la servimos, cuando nos consagramos a ella, nos recibe para entregarnos a Jesús y llenarnos de Jesús.”
Hoy 6 de junio se conmemora a San Marcelino Champagnat nacido el 20 de mayo de 1789 en Marlhes, un pueblo de Francia. Fue el noveno hijo de una familia profundamente cristiana. Su madre y su tía, despiertan en él una fe sólida y una profunda devoción a María. Su padre, agricultor y comerciante, fue un político importante en su ayuntamiento y la región.
Cuando Marcelino tenía 14 años, un sacerdote que estaba de paso por su casa, le hace descubrir que Dios le llama al sacerdocio. Marcelino, cuya escolaridad había sido muy deficiente, se pone a estudiar con todo ardor «porque Dios lo quiere». Los años de su estancia en el seminario menor de Verriéres (1805 – 1813) son para él una etapa de extraordinario crecimiento humano y espiritual. En el seminario mayor de Lyon tiene compañeros con los que forma un grupo de sacerdotes, religiosas y una orden tercera, Congregación que llevaría el nombre de la «Sociedad de María», cuya finalidad fue recristianizar la sociedad.
Al día siguiente de su ordenación sacerdotal (22 de julio de 1816) este grupo de sacerdotes jóvenes van a consagrarse a María y a poner su proyecto bajo su maternal protección en el santuario de Ntra. Sra. de Fourviére.
Luego Marcelino es nombrado coadjutor de una parroquia rural, La Valla. La visita a los enfermos, la catequesis de los niños, la atención a los pobres y el fomento de la vida cristiana en las familias son las actividades esenciales de su ministerio. Su predicación, sencilla y directa, su profunda devoción a María y su ardiente celo apostólico marcan profundamente a sus feligreses. Queda dolorosamente conmovido al encontrar a un joven de 17 años que está a punto de morir y que no conoce nada de Dios. Este hecho le mueve a poner en práctica su idea de fundar un grupo de maestros dedicados a la instrucción cristiana de los niños del campo.
Y el 2 de enero de 1817, sólo seis meses después de llegar a la parroquia, el joven Marcelino, de 27 años de edad, logra convertir a los jóvenes campesinos que viven con él en apóstoles de Cristo y de María. Nace en medio de la mayor pobreza, humildad y confianza en Dios, la congregación de Hermanos Maristas, bajo la protección de la Santísima Virgen. Al mismo tiempo que atiende a sus deberes de coadjutor, forma a sus Hermanos, preparándoles para su misión de maestros cristianos, de catequistas y de educadores de los jóvenes. En seguida empieza a abrir escuelas, y pronto la casita de La Valla, ampliada con el trabajo de sus propias manos, queda pequeña. Los ayuntamientos no dejan de pedir que les envíe Hermanos para que trabajen en la instrucción y educación cristianas de los niños de sus municipios.
Marcelino y sus Hermanos participan en la construcción de una nueva casa capaz de acoger a más de cien personas, a la que da el nombre de Nuestra Señora del Hermitage. En 1825 liberado de su cargo de coadjutor de la parroquia se dedica por completo a su congregación.
En 1836, la Iglesia reconoce la Sociedad de María y le confía la misión de trabajar en Oceanía. Marcelino envía a tres de su Hermanos con los primeros misioneros Padres Maristas a las islas del Pacífico. «Ninguna de las diócesis del mundo está excluida de nuestros planes», escribe a un obispo.
Las gestiones para lograr el reconocimiento legal de su congregación le llevan mucho tiempo y le piden mucha energía y espíritu de fe. Pero no deja de repetir: «Cuando se tiene a Dios de nuestra parte y cuando no se cuenta más que con él, nada nos es imposible».
La enfermedad logra vencer su robusta constitución. Agotado por el trabajo, muere a la edad de 51 años el 6 de junio de 1840, dejando a sus Hermanos este precioso mensaje: «Que no haya entre vosotros más que un solo corazón y un mismo espíritu. Que se pueda decir de los Hermanitos de María, como de los primeros cristianos: Mirad cómo se aman».
En el día de su fiesta rogamos a San Marcelino Champagnat que interceda por nosotros ante Dios para que al igual que él podamos tener una fiel convicción a nuestros sueños e ideales y la fortaleza para poder luchar por ellos a pesar de las adversidades, confiando siempre en Dios y Nuestra Santísima Virgen María recordando que hasta el Cielo no paramos.