Mons. Óscar Arnulfo Romero , es el primer santo de El Salvador, un pequeño país ubicado en la América Central de poco más de veinte mil kilómetros cuadrados. Fue asesinado en 1980 cuando ostentaba el cargo de Arzobispo de San Salvador y mientras celebraba Misa en la capilla del Hospital Divina Providencia, un hospital dedicado a brindar cuidados a pacientes con cáncer. A pesar del cargo que detentaba, su humildad y sencillez de corazón lo llevaron a buscar santuario en aquel lugar donde vivió modestamente hasta que una de cientos de miles de balas que se dispararon en el conflicto armado salvadoreño le arrancara la vida.
Fue canonizado el 14 de octubre de 2018 por el Papa Francisco junto a otros seis beatos, entre los cuales destaca el Papa Pablo VI.
San Óscar Romero nació en Ciudad Barrios, en el este de El Salvador, el 15 de agosto de 1917, creció en una familia humilde y desde pequeño se reconoció por ser de corazón sencillo y de gran palabra.
Se cuenta que su deseo de convertirse en sacerdote nació cuando aún era un niño y asistió a una ordenación sacerdotal que le marcó profundamente.
Tras estudiar entre los años 1931 y 1937 en el Seminario Menor de San Miguel de los padres Claretianos y en el Seminario San José de la Montaña con los jesuitas.
En1939 fue enviado a Roma para completar su formación en Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana. Fue ordenado sacerdote el 4 de abril de 1942 y en agosto de 1943 regresó a El Salvador, donde lo nombraron párroco en Anamorós, en el este del país, cabe destacar que Anamorós era y sigue siendo un pueblo con muchas carencias, pero con gente muy amable, servicial y humilde, sin duda fue el Espíritu Santo quien lo llevó a ese lugar a ver de primera mano las grandes necesidades de los salvadoreños
El 25 de abril de 1970 fue nombrado Obispo Auxiliar de San Salvador tras haber sido Obispo de San Miguel, una de las cabeceras departamentales más importantes del país. Fue aquí donde comenzó a ver más de cerca la difícil situación política del país, donde producto de la guerra fría, se cernían como oscuras nubes las perniciosas ideologías que enfrentaban a las izquierdas y derechas en el mundo y que llevarían a la fratricida guerra que le cegó la vida.
Fue nombrado Arzobispo de San Salvador por el Papa Pablo VI el 8 de febrero de 1977. En medio de escuadrones de la muerte, comandos urbanos guerrilleros y la equivocada teología para la liberación nacional, la voz de San Romero denunciaba las grandes injusticias que se cometían de uno y otro bando.
En sus homilías en la catedral y en sus frecuentes visitas al interior, Mons. Óscar Romero no se cansó de denunciar y condenar repetidamente los violentos ataques en contra de los salvadoreños más vulnerables. Esto hizo que fuera blanco de una agobiante campaña en su contra por parte de los sectores poderosos del país, del gobierno y de las organizaciones político-militares de izquierda. Por eso en una de sus homilías con voz portentosa dijo “No me consideren juez o enemigo. Soy simplemente el pastor, el hermano, el amigo de este pueblo”
Un oscuro 24 de marzo de 1980 fue asesinado por un francotirador frente al altar donde celebraba Misa en la capilla Divina Providencia, cumpliéndose así dos profecías que él mismo dio “Mi voz desaparecerá, pero mi palabra que es Cristo quedará en los corazones que lo hayan querido acoger” y la segunda “Si me matan resucitaré en el pueblo salvadoreño”.
Así, el 3 de febrero de 2015 el Papa Francisco reconoció su martirio y fue beatificado el 25 de mayo de ese mismo año por el Cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, en San Salvador, lo que abrió el camino para su santificación.
A pesar de que su muerte ha sido utilizada para fines políticos, su elevación a los altares por parte del papa Francisco demuestra que lo que ha perdurado en el corazón de católicos alrededor del mundo es el mensaje de amor que Mons. Óscar Romero nos dejó: amor a Cristo, amor a la iglesia, pero sobre todo amor a aquellos que sufren.
Es por esto, que su lema episcopal hace eco en todos los corazones de hombres y mujeres de bien. “Sentir con la Iglesia”.