Patrono de los congresos eucarísticos y asociaciones eucarísticas
Se lo recuerda especialmente cada 17 de mayo. Religioso de la Orden de Frailes Menores.
En Villarreal, de la región de Valencia, España, san Pascual Bailón, religioso de la Orden de los Hermanos Menores, se mostró siempre diligente y benévolo con todos y honró constantemente el misterio de la santísima Eucaristía con ardiente amor. Por ello es patrono de los Congresos Eucarísticos y de las Cofradías del Santísimo Sacramento.
Nació el 24 de mayo de 1540 en Torre Hermosa, Aragón y falleció el 17 de mayo de 1592 en Villarreal. Fue beatificado el 29 de octubre de 1618 por Pablo V y canonizado el 16 de octubre de 1690 por Alejandro VIII.
Vida de San Pascual Bailón
San Pascual nació en Torre Hermosa, en las fronteras de Castilla y Aragón, el día de Pentecostés de 1540, fin de la Pascua. Sus padres fueron campesinos.
El Martirologio Romano nos dice que San Pascual Bailón fue un hombre de vida austera y de maravillosa inocencia. La santa Sede lo proclamó Patrono de los Congresos Eucarísticos y de las Cofradías del Santísimo Sacramento.
Desde los 7 hasta los 24 años fue pastor de ovejas. Después, alrededor de los 28, se consagró como hermano religioso franciscano.
Su más grande amor durante toda la vida fue la Sagrada Eucaristía. Decía el dueño de la finca en la cual trabajaba como pastor, que el mejor regalo que le podía ofrecer al niño Pascual era permitirle asistir algún día entre semana a la Santa Misa. Desde los campos en los que cuidaba las ovejas de su amo, alcanzaba a ver la torre de la iglesia del pueblo y de vez en cuando se arrodillaba a adorar el Santísimo Sacramento, desde esas lejanías. En esos tiempos se acostumbraba dar un toque de campanas cuando el sacerdote elevaba la Hostia en la misa. Cuando el pastorcito Pascual oía la campana, se arrodillaba allá en su campo, mirando hacia el templo y adoraba a Jesucristo presente en la Eucaristía.
Un día otros pastores le oyeron gritar: «¡Ahí viene!, ¡allí está!». Y cayó de rodillas. Después dijo que había visto a Jesús presente en la Santa Hostia.
De niño, siendo pastor, ya hacía mortificaciones. Por ejemplo, solía andar descalzo por caminos llenos de piedras y espinas. Cuando alguna de las ovejas se pasaba al potrero del vecino, utilizaba parte del escaso sueldo que percibía por su trabajo para pagar el pasto que la oveja se había comido. A los 24 años pidió ser admitido como hermano religioso entre los franciscanos. Al principio le negaron la aceptación por su poca instrucción, pues apenas había aprendido a leer. El único libro que leía era el devocionario, el cual llevaba siempre mientras pastoreaba sus ovejas. Disfrutaba de manera especial recitar las oraciones a Jesús Sacramentado y a la Santísima Virgen.
Como religioso franciscano sus oficios fueron siempre los más humildes: portero, cocinero, mandadero, barrendero. No obstante, su gran especialidad fue siempre un amor inmenso a Jesús en la Santa Hostia, en la Eucaristía. Durante el día, cualquier rato que tuviera libre lo empleaba para estarse en la capilla, de rodillas con los brazos en cruz adorando a Jesús Sacramentado. Por las noches pasaba horas y horas delante del Santísimo Sacramento. Cuando los demás se iban a dormir, él se quedaba rezando ante el altar y por la madrugada, varias horas antes de que los demás religiosos llegaran a la capilla para orar, él permaecía allí adorando a Nuestro Señor.
Pascual compuso varias oraciones muy hermosas al Santísimo Sacramento. Al leerlas, el sabio Arzobispo San Luis de Rivera exclamó admirado: «Estas almas sencillas sí que se ganan los mejores puestos en el cielo. Nuestras sabidurías humanas valen poco si se comparan con la sabiduría divina que Dios concede a los humildes».
Sus superiores lo enviaron a Francia a llevar un mensaje. Tenía que atravesar caminos llenos de protestantes. Un día un hereje le preguntó: «¿Dónde está Dios?». Y él respondió: «Dios está en el cielo», y el otro se fue. Pero enseguida el santo fraile se puso a pensar: «¡Oh, me perdí la ocasión de haber muerto mártir por Nuestro Señor! Si le hubiera dicho que Dios está en la Santa Hostia en la Eucaristía me habrían matado y sería mártir. Pero no fui digno de ese honor». Llegado a Francia, descalzo, con una túnica vieja y remendada, lo rodeó un grupo de protestantes y lo desafiaron a que les probara que Jesús sí está en la Eucaristía. Y Pascual, que no había hecho estudios y apenas si sabía leer y escribir, habló tan bien de la presencia de Jesús en la Eucaristía, que los demás no fueron capaces de contestarle. Lo único que hicieron fue apedrearlo.
Hablaba poco, pero cuando se trataba de la Sagrada Eucaristía, entonces sí se sentía inspirado por el Espíritu Santo y hablaba muy hermosamente. Siempre estaba alegre, pero nunca se sentía tan contento como cuando ayudaba en misa o cuando podía estar un rato orando ante el Sagrario del altar.
Pascual murió en la fiesta de Pentecostés de 1592, el 17 de mayo (la Iglesia celebra tres pascuas: Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de Pentecostés. Pascua significa: paso de la esclavitud a la libertad). Y parece que el regalo de Pentecostés que el Espíritu Santo le concedió fue su inmenso y constante amor por Jesús en la Eucaristía.
Cuando estaba moribundo, en aquel día de Pentecostés, oyó una campana y preguntó: «¿De qué se trata?». «Es que están en la elevación en la Santa Misa». «¡Ah que hermoso momento!», y quedó muerto plácidamente.
Durante su funeral, tenían el ataúd descubierto y en el momento de la elevación de la Santa Hostia en la misa, los presentes vieron con admiración que abría y cerraba por dos veces sus ojos. Hasta su cadáver quería adorar a Cristo en la Eucaristía. Los que lo querían ver eran tantos, que tuvieron el cuerpo expuesto a la veneración del público por tres días seguidos.
Fue declarado santo en 1690.