Virgen y mártir
Santa Águeda nació en las primeras décadas del siglo III, en la ciudad italiana de Catania. Era una joven de gran belleza y pertenecía a una familia siciliana noble y distinguida. A sus 15 años, decidió consagrarse a Dios y el obispo local aceptó su pedido y le impuso un velo rojo como el que llevaban las vírgenes consagradas en su época.
En ese entonces, los cristianos eran perseguidos por órdenes del emperador romano Decio. En una ocasión, mientras llevaba adelante las persecuciones, el preconsul de Catania Quintianus vio a Águeda y quedó deslumbrado por su belleza. El dirigente se propuso enamorarla, pero ella lo rechazó y le hizo saber que se había consagrado a Jesucristo.
Ante la negativa de la santa, Quintianus quedó enfurecido y tramó un plan para convencer a la joven. Para hacerle perder la fe y la pureza, con la ayuda de una tal Afrodisia, la hizo llevar a una casa de mujeres de mala vida que esta regenteaba, pero nada logró hacerle quebrantar el juramento de virginidad y de pureza que le había hecho a Dios. Mientras atravesaba todo peligro, Águeda repetía las palabras del Salmo 16: “Señor Dios: defiéndeme como a las pupilas de tus ojos. A la sombra de tus alas escóndeme de los malvados que me atacan, de los enemigos mortales que asaltan”.
Debido a los constantes rechazos, Quintianus decidió hacer uso del decreto de persecución del emperador Decio. Águeda fue acusada de desprecio y fue llevada al palacio pretoriano. Allí, el dirigente insistió en seducirla, pero como no obtuvo resultados, armó un juicio contra ella.
Poseído por la ira, Quintianus hizo que la joven virgen fuera interrogada y torturada. Águeda resistió los más terribles tormentos en nombre de su fe. Lleno de rabia, el preconsul ordenó azotarla y mandó que le arrancaran los senos. La santa le respondió: “Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?”.
A pesar de las crueles torturas, la joven Águeda, después de una visión donde vio a san Pedro y a un ángel, fue consolada y sanada de sus heridas. Además, esa noche, el apóstol también animó a la santa a sufrir por Cristo.
Al día siguiente, al encontrarla curada, Quintianus le preguntó quién la había curado y ella le respondió: “He sido curada por el poder de Jesucristo”. Enfurecido, el preconsul le reprochó: ¿Cómo te atreves a nombrar a Cristo, si eso está prohibido? Y la joven le contestó: «Yo no puedo dejar de hablar de Aquél a quien más fuertemente amo en mi corazón».
Finalmente, Quintianus ordenó que la quemaran viva, pero un fuerte terremoto evitó la ejecución. Por esto, el dirigente mandó dejar a Águeda en su celda, donde fue echada sobre carbones ardientes. Allí, repitiendo la oración “Oh Señor, Creador mío: gracias porque desde la cuna me has protegido siempre. Gracias porque me has apartado del amor a lo mundano y de lo que es malo y dañoso. Gracias por la paciencia que me has concedido para sufrir. Recibe ahora en tus brazos mi alma”, el día 5 de febrero del año 251, Águeda alcanzó la corona del martirio.
Según cuentan, el volcán Etna hizo erupción un año después de la muerte de la Santa y los pobladores de Catania pidieron su intercesión logrando detener la lava a las puertas de la ciudad. Ese fue su primer milagro conocido. Desde entonces, es patrona de Catania y de toda Sicilia y de los alrededores del volcán e invocada para prevenir los daños del fuego, rayos y volcanes. También se recurre a ella con los males de los pechos, partos difíciles y problemas con la lactancia. Es la patrona de las mujeres con cáncer de mama y se la considera protectora de las mujeres en general.
Según la antigua tradición, los cristianos siempre le han tenido una gran devoción a santa Águeda y muchos han recurrido a su intercesión para obtener el don de lograr dominar el fuego de la propia concupiscencia o inclinación a la sensualidad.
En el día de su fiesta, le rogamos a santa Águeda que interceda ante Dios por todas las mujeres que padecen cáncer de mama, para que atraviesen el tratamiento con una mirada de fe porque hasta el cielo no paramos.