«Al pasar vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado a la mesa de recaudación de impuestos, y le dijo: «Sígueme». Él se levantó y lo siguió.» (Marcos 2, 14)
El apóstol Mateo, también llamado Leví, hermano de Santiago, hijo de Alfeo –Cleofás-, vivió en Cafarnaúm, en el lago de Galilea. Era un cobrador de impuestos, específicamente un oficial de aduanas en Cafarnaúm, en el territorio gobernado por Herodes Antipas. Es llamado Leví por los evangelistas San Marcos y San Lucas.
Cuando Jesús lo ve sentado a la mesa de recaudación de impuestos lo llama para que sea uno de los Doce (Mt 9,9ss). El mismo episodio lo narran también los otros Evangelios sinópticos (Mc 2, 14ss, Lc 5, 27ss). El apóstol Mateo está siempre presente en las listas de “los doce”. En hebreo, su nombre significa «don de Dios». El Evangelio de Mateo, lo presenta en la lista de los doce con el apelativo de «el publicano». Debido a su profesión provienen los atributos con los cuales se le representan: una bolsa de dinero o un tablero de contar.
Como se ha señalado, Mateo pertenecía a la clase de servidores públicos, que servían bajo los publicanos y eran concesionarios de los impuestos conforme a la costumbre romana vigente. Como tal se puede afirmar que habría tenido una preparación mayor y se había familiarizado con las lenguas aramea, griega y latina.
Cabe destacar que según lo que él mismo registró en su Evangelio, lo primero que hizo Mateo después de su llamada fue invitar a Jesús a su casa para dar una fiesta. Mateo entonces llenó el lugar con las únicas personas que podrían aceptar ir a su casa, sus compañeros «recaudadores de impuestos y pecadores». El término era más bien un epíteto, no una descripción. Cuando Jesús fue criticado por convivir con ellos, Él respondió, “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos” (Mt 9, 12). Y en una paráfrasis de las palabras de Oseas (Oseas 6,6), Jesús añadió: “Vayan y aprendan qué significa: ‘Yo quiero misericordia y no sacrificios’. Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9, 13).
Basándonos en los elementos que encontramos en el Evangelio, podemos hacer dos reflexiones:
La primera es que Jesús recibe en el grupo de sus íntimos a un hombre que, según la concepción de Israel en aquel tiempo, era considerado un pecador público. En efecto, Mateo no sólo manejaba dinero considerado impuro por provenir de gente ajena al pueblo de Dios, sino que además colaboraba con una autoridad extranjera, odiosamente ávida, cuyos tributos podían ser establecidos arbitrariamente. Por estos motivos, todos los Evangelios hablan en más de una ocasión de «publicanos y pecadores» (Mt 9, 10; Lc 15, 1), de «publicanos y prostitutas» (Mt 21, 31). Además, ven en los publicanos un ejemplo de avaricia como se lee en Mateo 5, 46: «Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen lo mismo los publicanos?» Asimismo, se menciona a uno de ellos, Zaqueo, como «jefe de publicanos, y rico» (Lc 19, 2) mientras que la opinión popular los tenía por «hombres ladrones, injustos, adúlteros» (Lc 18, 11).
Ante estas referencias, salta a la vista un hecho: Jesús no excluye a nadie de su amistad. Es más, precisamente mientras se encuentra sentado a la mesa en la casa de Mateo-Leví, respondiendo a los que se escandalizaban porque frecuentaba compañías poco recomendables, pronuncia una importante declaración: “No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos” … “Porque yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores (Mt 9, 12-13).
La buena nueva del Evangelio consiste precisamente en que Dios ofrece su gracia al pecador. Jesús ilustra esto mismo en otro pasaje, con la famosa parábola del fariseo y el publicano que subieron al templo a orar, donde Jesús llega a poner a un publicano anónimo como ejemplo de humilde confianza en la misericordia divina, mientras el fariseo hacía alarde de su perfección moral, «en cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: «¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!» y Jesús añade, «Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado» (Lucas 18, 13-14).
Por tanto, con la figura de Mateo, los Evangelios nos presentan una auténtica paradoja: quien se encuentra aparentemente más lejos de la santidad puede convertirse incluso en un modelo de acogida de la misericordia de Dios, permitiéndole mostrar sus maravillosos efectos en su existencia.
A este respecto, san Juan Crisóstomo hace un comentario significativo; observa que sólo en la narración de algunas de las llamadas se menciona el trabajo que estaban realizando esas personas. Pedro, Andrés, Santiago y Juan fueron llamados mientras estaban pescando; y Mateo precisamente mientras recaudaba impuestos. Se trata de oficios de poca importancia, como decía Juan Crisóstomo, «pues no hay nada más detestable que el recaudador y nada más común que la pesca». Así pues, la llamada de Jesús llega también a personas que realizan su trabajo ordinario.
La segunda reflexión que surge de la narración evangélica: Mateo responde inmediatamente a la llamada de Jesús: «Él se levantó y lo siguió». Lo conciso de la frase subraya claramente la prontitud de Mateo en la respuesta a la llamada. Esto implicaba para él abandonarlo todo, en especial una fuente de ingresos segura, aunque a menudo injusta y deshonrosa.
Evidentemente Mateo comprendió que la familiaridad con Jesús no le permitía seguir realizando actividades desaprobadas por Dios. En este «levantarse» se puede ver el desapego de una situación de pecado y, al mismo tiempo, la adhesión consciente a una existencia nueva, recta, en comunión con Jesús.
Mateo, evangelista
La tradición de la Iglesia antigua atribuye a san Mateo la paternidad del primer Evangelio. Papías, obispo de Hierápolis, uno de los padres apostólicos, quien vivió en el año 100 d.C., el cual es citado en la Historia Eclesiástica por Eusebio, dice que «Mateo, que antes había predicado a los judíos, cuando decidió irse también a otros pueblos, escribió en arameo, su lengua materna, el Evangelio que anunciaba; de este modo trató de sustituir con un texto escrito lo que perdían con su partida aquellos de los que se separaba»
San Jerónimo, por su parte indica que «Mateo, llamado también Leví, apóstol y publicano, compuso un Evangelio de Cristo al principio publicado en Judea en hebreo por el bien de los de la circuncisión que creyeron, pero este se tradujo después al griego, aunque por lo que al autor es incierto.”
Es posible que Mateo haya escrito originalmente su Evangelio en el idioma arameo que era ampliamente conocido por la gente del norte de Palestina. Más tarde, él pudo haber hecho copias en hebreo y los distribuyó en varios lugares donde él iba. Esto es lo más probable, ya que es evidente que Mateo se dirigió más a los judíos, que a los gentiles. El Evangelio de Mateo está lleno de muchas referencias a las profecías del Antiguo Testamento acerca del Mesías que fueron cumplidas en Jesús.
Aunque no se conservó el Evangelio escrito por Mateo en hebreo o en arameo, poseemos el Evangelio griego que nos ha llegado, en el seguimos escuchando todavía, la voz persuasiva del publicano Mateo que, al convertirse en Apóstol, sigue anunciándonos la misericordia salvadora de Dios.
Como evangelista, San Mateo es representado con un libro o rollo de modo genérico. Pero cada uno de los cuatro evangelistas tiene un símbolo especial, inspirado en la visión de los «Cuatro Vivientes» que nos trae el profeta Ezequiel (Ez. 1, 5ss) y que recoge el Apocalipsis (Ap. 4, 6-11) en el Nuevo Testamento. Por comenzar a narrar la genealogía humana de Jesús, a Mateo le corresponde el «rostro humano» del tercer Viviente (Ap. 4, 7), por ello un hombre alado es el símbolo de su Evangelio. Este simbolismo fue fijado por San Jerónimo.
Viajes misioneros y muerte del apóstol
Después de la ascensión del Señor, San Mateo predicó varios años en Judea y en los países cercanos hasta la dispersión de los apóstoles.
Según varias fuentes apócrifas, que no siempre coinciden en todos los detalles, luego de predicar en Judea unos quince años, salió en viaje misionero. Como la mayoría de los apóstoles, Mateo parece haber evangelizado en varios países. Los escritores antiguos no concuerdan en cuanto al número de países que Mateo evangelizó, pero casi todos mencionan a la Etiopía al sur del Mar Caspio (no la Etiopía en África), algunos a Persia y al reino de los partos, a Macedonia y a Siria.
Hay muchas historias de la muerte de Mateo que no permiten estar seguros de dónde y cómo murió. Algunos dicen que fue decapitado cuando estaba orando al pie del altar después de misa, lo cual le vale otro de los atributos de su iconografía: la espada. Otros sostienen que murió una muerte en paz y se afirma que el Cuerpo de Mateo fue depositado en la Catedral de San Mateo en Salerno, Italia, y que sus reliquias fueron llevadas a otras muchas Iglesias, incluyendo la de Santa María la Mayor, en Roma.
El hecho de haber tenido como invitado al Señor a su mesa, y el trabajo al que se dedicaba cuando fue llamado por el Señor se aluden en la liturgia de su fiesta. En la oración colecta se señala que Dios, «inexpresable misericordia», se dignó «elegir a san Mateo para convertirlo de recaudador de impuestos en un apóstol». En la oración postcomunión se hace referencia al «gozo salvífico que experimentó san Mateo cuando recibió en su casa como comensal al Salvador». Y en el himno de Laudes, «Præclara Qua», rezamos: «Oh Mateo, ¡qué riquezas tan grandes te prepara el Señor, que te llamó cuando estabas (…) apegado a las monedas! / A impulsos de tu amor ardiente te apresuras a recibir al Maestro (…)».
San Mateo es patrono de los banqueros, y su fiesta se celebra el 21 de septiembre.
Oración a San Mateo
Dios, que por la boca de tu bendito Hijo llamaste a Mateo del banco de los tributos, para que, de publicano se convirtiese en apóstol y evangelista, danos gracia para renunciar a toda avaricia y desordenado deseo de riquezas y para seguir al mismo Jesucristo, tu Hijo, que, en unidad del Espíritu Santo, vive y reina contigo eternamente.
Amén
Fuentes: ACI Prensa
Los Apóstoles de Cristo Rey
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