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Dios te quiere: «Estás siempre tenso, hijo mío»

por Pbro. Tomás Trigo
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Escuchar el episodio Estás siempre tenso, hijo mío:

Nos gusta decir que Dios es un Padre, y nos dirigimos a Él con estas palabras que su Hijo nos ha enseñado: «Padre nuestro». Cuando recitamos el Credo, confesamos: «Creo en Dios Padre Todopoderoso». Pero algunos estamos muy lejos de ser coherentes con esa consoladora verdad de fe. ¿Por qué nos cuesta tanto confiar totalmente en nuestro Padre Dios?

Es como si no acabáramos de creer que de verdad es nuestro Padre, que de verdad es omnipotente y que nosotros somos de verdad sus hijos. No hijos en un sentido metafórico, sino real. Para que nosotros pudiéramos ser hijos de Dios, Cristo murió en una Cruz. Nos ha hecho hijos al precio de su Sangre. Jesús no entregó su vida por una metáfora.

Cualquier padre bueno se quejaría si viese que su hijo pequeño no confía en él. El poeta Charles Péguy (18731914) pone en los labios de Dios unas palabras que expresan su queja por nuestra falta de confianza. Me he tomado la libertad literaria de modificarlas un poco:

«Yo te conozco bien, hijo mío. Soy yo quien te ha hecho…
Yo sé llevarte de la mano. Es mi oficio…
Mira, se te puede pedir mucho corazón, mucha caridad, mucho sacrificio.
Tienes mucha fe y mucha caridad.
Pero lo que no se te puede pedir, ¡vaya por Dios!, es un poco de esperanza.
Un poco de confianza, vaya, un poco de relajación.
Un poco de entrega, un poco de abandono en mis manos.
Un poco de renuncia a tus preocupaciones. Estás siempre tenso, hijo mío». 

Estamos tensos porque nos preocupan muchas cosas: el pasado y el futuro, los problemas que tenemos que resolver en un plazo fijo, los planes que hemos comenzado y que no conseguimos terminar, la salud, la seguridad, el dinero, los hijos, los padres ancianos. Estamos tensos porque pensamos que todo depende de nosotros, y no confiamos en la ayuda de nuestro Padre. 

Es lógico que Dios se queje de nuestra poca confianza. A veces, para lograr que confiemos más, nos hace experimentar de modo especial la ineficacia o la debilidad. No lo hace para amargarnos la vida, sino para que nos abandonemos de verdad en su sabiduría, en su poder y en su amor. 

Señor, creo que Tú conoces el pasado y el futuro, y has diseñado un plan maravilloso para cada uno de tus hijos, para mí. Creo que tienes un poder que no conoce límites y que pones a mi servicio. Creo que sientes por mí un amor más grande y más tierno que el de todas las madres del mundo juntas; un amor que se vuelca en mí, como si fuese tu único hijo. 

Concédeme, Señor, eso que me pides: un poco de entrega a tu voluntad, de abandono en tus manos, de renuncia a mis deseos de controlarlo todo, de entenderlo todo y de llegar a todo. 

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