Diácono y mártir
Hoy, 22 de enero, la Iglesia celebra la memoria de San Vicente de Zaragoza, diácono y mártir.
Vicente nació en el siglo III, en el seno de una familia consular de la ciudad de Huesca. Para recibir formación en la carrera eclesial, se mudó a Zaragoza donde Monseñor Valero, el Obispo local, lo nombró primer diácono. Como diácono, Vicente se destacaba por su virtuosa predicación.
En esos tiempos, el emperador romano Dioclesano comenzó una sangrienta persecución contra los cristianos. En el año 303, se publicó el primer edicto imperial que lo ordenaba y Daciano fue quien se encargó de aplicarlo en la Península Ibérica.
En Zaragoza, Daciano mandó detener al Obispo Valero y a Vicente acusados de predicar la fe cristiana. Ambos fueron trasladados a Valencia para evitar disturbios ya que la comunidad cristiana era menor allí. Frente al primer interrogatorio, Vicente respondió fervorosamente por los dos. Irritado por la respuesta, Daciano condenó a Valero al destierro y ordenó que Vicente fuera colocado en la catasta, para ser desgarrado por uñas de acero.
Durante la tortura, el Juez lo intimaba a Vicente a rechazar su fe cristiana pero, ante la negativa del santo, Daciano dispuso que fuera colocado en un lecho de hierro ardiente. Ningún tormento logró quebrantar la fe de Vicente, quien resistió sin quejarse.
Una antigua tradición, basada en un poema de Prudencio, cuenta que, cuando fue llevado a un oscuro y sucio calabozo, luego de ser torturado, un coro de ángeles apareció para consolar al mártir, iluminando el horrible lugar y cubriéndolo con flores y alegres armonías. La leyenda relata que, ante este espectáculo, hasta el carcelero se conmovió y confesó a Cristo.
Luego, Daciano mandó curar las heridas de Vicente para volver a torturarlo, pero al ser arrojado a la mazmorra, su alma retornó a la casa del Padre. Vicente obtuvo la corona del martirio alrededor del día 22 de enero del año 304.
Tras la muerte del santo, Daciano ordenó que su cuerpo fuera mutilado y arrojado al mar atado a una piedra de molino, pero fue devuelto a la orilla y rescatado por la comunidad cristiana. Tras la paz constantiniana en el año 313, los restos de Vicente recibieron santa sepultura a las afueras de la ciudad de Valencia, donde se estableció una comunidad de monjes hispano-romanos. En tiempos de la invasión musulmana, el cuerpo fue trasladado a la Catedral de Lisboa en Portugal.
En el día que lo celebramos, le pedimos a San Vicente que interceda ante Dios por todos los cristianos que sufren persecuciones a causa de su fe, porque hasta el Cielo no paramos.