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¿Llamar “santísima” a la Virgen? ¿No es un calificativo sólo para Dios?

por Pbro Henry Vargas Holguín
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Con reconocer que María sea santísima no le estamos rindiendo el mismo culto que le debemos a Dios.

Todos estamos llamados a darle a María el lugar que ella merece tanto a nivel eclesial como a nivel personal; y al darle a ella su lugar, que dignamente merece, le estamos dando amor, admiración, confianza y culto. Pero no para quitarle algo a Dios ni a su Divino Hijo, sino para todo lo contrario; ella nos ayuda a aumentar todo lo que le debemos y podemos dar a Dios. Ella no es santa: es más que santa, es santísima.

De los atributos de Dios, su triple Santidad es el más difícil de explicar, no sólo porque es su “primer” atributo sino también porque, entre otras cosas, no es compartido ni por María ni por los demás santos. Pero dándole a la Virgen María el apelativo de “santísima” no la estamos igualando a Dios -quien es más que Santísimo, es tres veces santo (Is 6, 3; Ap4, 8)-, ni la estamos endiosando o idolatrando.

Sencillamente le estamos reconociendo el lugar que, en la Historia de la Salvación, Dios mismo le ha dado, el lugar que Él ha querido para ella. La Virgen María es quien, después de Jesucristo, ocupa el primer lugar en dicha historia.

Con reconocer que María sea santísima no le estamos rindiendo el mismo culto que le debemos a Dios. A Dios, por ser el Supremo Señor de todo lo creado, le rendimos un culto de ADORACIÓN, llamado latría. A la Virgen, en cambio, le ofrecemos, por su grandeza, un culto especial de VENERACIÓN llamado hiperdulía.

Al decir que María es santísima estamos reconociendo la mirada predilecta que Dios ha tenido para con ella, reconocemos lo que Dios ha hecho en ella, la misión que Él le ha confiado y ella ha cumplido más que santamente.

Y no sólo esto sino que también reconocemos su fe, su respuesta al proyecto de Dios, su sublime e incondicional obediencia: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38); reconocemos su consecuente santidad, su santidad en mayúsculas.

Si de ciertos hijos de Dios decimos que son santos porque han vivido su vida cristiana de manera más que ejemplar, con mayor razón debemos decirlo de María pues ella es más que santa, es santísima, la madre del Salvador, la madre espiritual de todos los que han llegado a la santidad, imitándola, entre otras cosas, como sublime modelo de amor a Cristo.

María es santísima principalmente por ser la llena de Gracia, la madre de Dios, la madre de la Iglesia, la corredentora, la mediadora, la reina del universo, etc. Realidades marianas que no posee ningún ser humano por más santo que sea.

 

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