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La Ascensión del Señor

por Card. Rubén Salazar Gómez
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En este domingo estamos celebrando la fiesta de la ascensión del Señor. En principio, esa fiesta se celebraba el jueves pasado a los 40 días de la pascua, pero por razones prácticas se pasó al domingo séptimo de pascua, que es el que estamos celebrando hoy. 

Las palabras del Señor a los discípulos son sumamente importantes: Él va a dejar este mundo, Él ya no va a estar físicamente, visiblemente con nosotros. Entonces, encomienda a sus apóstoles (y en los apóstoles, a toda la Iglesia a través del tiempo y del espacio), que ellos sigan siendo aquellos que hacen visible su presencia salvadora en medio de la humanidad. Ese es el sentido de la Iglesia: la Iglesia es el sacramento de la salvación.
 
¿En qué sentido? En el sentido de que hace presente al Señor, lo hace visible, lo hace palpable. Es un signo claro de su presencia y, al mismo tiempo, es un instrumento de su salvación. Por eso la tarea que el Señor le encomienda a sus apóstoles es que vayan por todo el mundo, que vayan a toda la creación a proclamar el Evangelio. Y proclamar el Evangelio no es más que señalar a Cristo, que está presente en el mundo por la fuerza de su resurrección.
 
La tarea nuestra, por lo tanto, es la de ser testigos del resucitado. ¿Y cómo vamos a ser testigos del Señor? Viviendo nosotros la salvación que el Señor nos alcanzó con su muerte y con su resurrección. Viviéndola nosotros, experimentándola. Cuando nuestra vida verdaderamente se llene de la presencia salvadora de Cristo, y seamos capaces verdaderamente de amar a Dios y de amar a los demás, y ese amor a los demás se manifieste todos los días de una manera concreta, con la aceptación, con el respeto, con la ayuda, con la solidaridad, con el trabajo por un mundo mejor, con un mundo solidario y en paz, entonces se nos va a creer que verdaderamente Cristo ha resucitado; y que nosotros tenemos toda esa fuerza porque la recibimos del Señor, que está vivo y presente en nuestra existencia.
 
Si a veces el mundo se aleja de Dios, si a veces las personas empiezan a desconfiar de Cristo, no les interesa el mensaje de Cristo, es porque tal vez nuestro testimonio es un testimonio que no da lo que debe dar, es decir, no convence. Y no convence o bien porque pensamos que nuestra relación con Dios se reduzca a devociones y prácticas piadosas; o bien porque sencillamente nuestra vida es una contradicción clara de lo que creemos, no hay coherencia entre fe y vida. Lo que se ha llamado el divorcio entre la fe y la vida, que es un mal que desafortunadamente se fue haciendo casi una epidemia en los últimos años.
 
El Señor nos invita hoy, por lo tanto, a que tomemos conciencia de que tenemos una misión. Si todos estos domingos de Pascua, nosotros hemos ido comprendiendo como el Señor está con nosotros, como el Señor nos ama, como el Señor nos transforma, como el Señor nos vivifica, como el Señor nos da su espíritu, entonces hoy tomemos conciencia que esto no es solamente para beneficio propio solamente…no, sino para llevarlo a los demás; y lo llevamos en la medida en que hagamos efectivo nuestro amor hacia los demás, en la medida en que no seamos indiferentes frente al sufrimiento de los demás, en la medida en que encontremos claramente los caminos de la solidaridad y de la fraternidad para con todos, especialmente con los más pobres y con los más necesitados.
 
Pidamos al Señor que él nos conceda la gracia de ser siempre así. Ustedes han oído como desde el año 2007, cuando los obispos latinoamericanos y del Caribe se reunieron en Aparecida, una ciudad del Brasil, y se produjeron un documento, se habla de discípulos misioneros del Señor. Eso es la esencia del ser cristiano: ser discípulo misionero del Señor. Es decir, entrar en comunión con Él, entrar en amistad profunda con Él, como lo veíamos en los domingos anteriores, y llevarlo a los demás. Proclamarlo, hacer que nuestra vida se haga un testimonio claro de esa presencia salvadora en nosotros.
 
Pidamos al Señor hoy que él nos haga auténticos discípulos misioneros suyos, para que podamos con la fuerza de su amor transformar el mundo.
 
La bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes y permanezca para siempre. Amén

 

 

 

 

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