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La fe y la razón: ¿creer o entender?

por Matias Castro Videla
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En septiembre se cumplen 20 años de la publicación de la Carta Encíclica: “Fides et ratio”, que trata sobre las relaciones entre “fe y razón”.

No es un tema original, San Agustín y Santo Tomás, marcaron el camino para lograr una síntesis, pero es San Juan Pablo II quien trae nuevamente el tema para hacernos reflexionar de cara a la posmodernidad, que se ha definido atea en relación a la fe y relativista en relación a la razón.

No pretendemos hacer un comentario a la Encíclica, la misma es suficientemente breve y comprensible para cualquier lector con algo de curiosidad, pero sí nos parece enriquecedor compartir sus primeras palabras:  “La fe y la razón (Fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad.”[1]

Pensemos en cualquier ave, necesita ambas alas para volar, y si careciera de alguna su vuelo sería imposible, todo se chocaría, terminaría lastimada. Lo mismo pasa con el hombre cuando intenta vivir únicamente con la razón o únicamente con la fe. Requiere de ambas “alas” para elevarse hacia la verdad.

En efecto, tanto la fe como la razón son formas de conocimiento, formas del saber, es decir, que las cosas que sabemos, las sabemos por razón o por fe. Una y otra nos muestran un aspecto de la realidad. Pero ¿cómo funcionan?…

Supongamos que nos preguntaran si sabemos que Japón existe por razón o por fe…. O si sabemos por razón o por fe que existe el centro de la tierra… Pues bien, no dudaríamos en decir que lo sabemos por razón. Pero si seguidamente nos preguntaran, ¿pero usted viajó a Japón alguna vez o llegó hasta el centro de la tierra? Claramente, en su mayoría, diríamos que no. A lo que nos podrían replicar, “entonces usted sabe que ambos lugares existen por fe, no por razón”. Usted “cree” que existen porque cree en el testimonio que la da Google, o algún oriental, o un excavador… entonces sus razones se basan en creer en el testimonio de otro.

Esto que acabamos de explicar no es otra cosa que la fe natural, que consiste en creer en el testimonio de otro por la autoridad de quien lo dice, sea un amigo, un buscador de internet, una imagen, etc. Como decíamos… la fe es un modo de conocer, un modo de saber, al igual que la razón, y se basa en creer en el testimonio de otro.

Pero si quien nos da el testimonio, ya no es un semejante, o algún artefacto humano, sino un ser sobrenatural, es decir, es Dios quien manifiesta esa verdad, y entonces conocemos y creemos por la autoridad de su testimonio que nos da a conocer y nos muestra algo que sin su ayuda jamás alcanzaríamos a saber… entonces se trata de conocer por fe sobrenatural. En este sentido y no en el anterior hace referencia la Encíclica al decir que la fe es una de las alas del espíritu humano. Se refiere a la virtud teologal de la fe, no a la fe natural.

Ahora bien, esta capacidad de creer en el testimonio de Dios, que mueve nuestra voluntad para adherirnos firmemente a lo que nos revela, sin poder comprobar con los sentidos o con la razón aquello que nos revela como, por ejemplo, que existe la vida eterna, que puede borrar los pecados del alma, que existen tres Personas Divinas en Dios… esta fe sobrenatural es un regalo que Dios infunde a quien Él quiere y a quien se lo pida.

Entonces, si tenemos fe, no es por mérito personal, sin dudas podemos colaborar para tenerla, pero es un regalo de Dios, y así como hoy la tenemos y por esta fe conocemos y estamos convencidos de todo lo que Dios nos revela, de igual manera podemos perderla, y quedarnos sin fe, y desconocerlo a Dios.

Pero podemos jactarnos o refregarle a los demás lo que tenemos, pero lo hemos recibido como un regalo… ¿qué mérito tendríamos? Si al fin es un regalo, y así como lo tenemos, podríamos no haberlo tenido.

De igual manera, quien tiene fe, no puede enojarse, ni ofenderse con quién no la tiene, ni siquiera puede recriminárselo, sino todo lo contrario, debe pedir a Dios la fe para su hermano, debe enseñarle a pedirla, debe dar testimonio pues así le ayudará a buscarla. Y Dios que no se deja ganar en generosidad, así sea en el último suspiro de vida se la podrá conceder.

Finalmente, solemos encontrarnos con que nos dicen, o nosotros mismos creemos, que la fe es ciega… que como es un conocimiento superior a la razón, entonces podemos prescindir de pensar… y sin quererlo, caemos en un error.
“La fe es a la razón, lo que los anteojos son a la vista”. Así como los anteojos no pueden ver por sí solos, ni tampoco diríamos que los anteojos no ven, o que son ciegos, porque no es una cualidad del anteojo ver, sino mejorar la visión, de la misma manera no podemos decir que la fe es ciega, porque la condición para tener fe, es tener razón. La fe (esos anteojos que Dios nos regala para ver con claridad) nos permite ver de manera correcta la realidad y profunda, pero si cerramos la razón (lo ojos) poco podremos comprender.

Por esto, es necesario entrenar la razón para cultivar la fe. Con la fe y la razón podremos elevarnos para conocer “La Verdad” y así contemplarla para amarla. Como decía San Agustín, “creo para entender y entiendo para creer”.

 

[1] Juan Pablo II (1998), Carta Encíclica “Fides et ratio”

 

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