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Mi amigo leal, Eusebio

por Editor mdc
Eusebio Leal Splenger

Una ciudad, La Habana. Dos hombres, Eusebio y el Padre Manuel. Una amistad. Dios en el medio. Un amigo recordando a un entrañable amigo. Una reflexión sobre la amistad. Pasen y lean.

“Mi amigo Eusebio Leal Spengler nació el 11 de septiembre de 1942 en La Habana, Cuba. Doctor en Ciencias Históricas y Maestro en Ciencias Arqueológicas, Historiador de la Ciudad y Director del Programa de su Restauración, se ha distinguido de manera particular por conducir las obras de restauración del Casco Histórico de La Habana, declarado por la Unesco en 1982 Patrimonio de la Humanidad. Falleció el 31 de julio de 2020, en la misma ciudad a la que entregó lo mejor de su ser y quehacer: La Habana.”

Fr. Manuel Uña Fernández, O.P.

La entrevista al Padre Manuel

-Padre Manuel, hoy entramos por las puertas de Letrán para hablar de una amistad. Pero primero háblenos de su experiencia aquí, en medio del pueblo cubano, “amistoso” por excelencia

-Llegué a Cuba por primera vez en la década de los 80. Como Provincial visitaba a mis hermanos dominicos y viendo cómo vivían en medio del pueblo se despertó en mí el llamado a venir para quedarme. Era octubre del año 1993, cuando comenzaba el período especial con apagones y otras carencias. Aquí he encontrado el tesoro de la amistad y de la confianza. Llegué con 58 años y termino de cumplir 85. Ahora mismo soy una persona “vulnerable” pero quiero creer que gracias a dos verbos en voz pasiva rejuvenezco y soy feliz: sentirme querido y sentir que se confía en mí.

Dos realidades que he podido experimentar  sin distinción de ideologías o creencias, y que han hecho nacer en mí la flor de la gratitud. No puedo olvidar a tantos que he encontrado en el camino, con los que he podido hablar y sobre todo, escuchar. Con la escucha, las distancias y diferencias se acortan y brota el afecto, la estima y como fruto la confianza. Esto yo bien lo sé sin tener que haber ido a ninguna clase teórica.

Habana
En la Habana Vieja. Con camisa azul en la extrema derecha, Eusebio, el fraile de a su lado, P. Manuel.

-Quien ha encontrado un amigo ha encontrado un tesoro, dice el refrán. Usted ha encontrado muchos y también ha “sido encontrado” por muchos. Tal es el caso de Eusebio Leal Splenger, el historiador de la ciudad de La Habana…

-El Dr. Leal ha sido un amigo auténtico y leal durante quince años y matizo esto porque a veces mis compañeros me dicen: “Padre Manuel, Vd. tiene muchos amigos”. Me callo, sonrío y luego les suelo decir: Yo tengo muchos conocidos y “algunos amigos”. Decía Aristóteles que la amistad es un amor de benevolencia; “quiero al amigo que siento me quiere.” En la amistad no hay que forzar ni violentar nada y en cierto momento se rompen las barreras que podían condicionar, como el estado en el que uno se encuentra, o las creencias que uno profesa.

-¿Cómo nace esta amistad?

-Recuerdo que era noviembre del año 1994 cuando nos vimos por vez primera, en el despacho del Historiador de la Ciudad dentro del Palacio de los Capitanes Generales. En diciembre de ese mismo año me devuelve la visita, acercándose a San Juan de Letrán. Vengo personalmente, me dijo, para dos cosas: Invitarle para que el próximo día 5 de enero vaya a La Habana Vieja, porque ese día es el aniversario de la Fundación de la Universidad “San Gerónimo”.

El acto tiene lugar donde está el monumento a la Campana. Continuó expresando su agradecimiento porque hacía unos años el prior les había donado la campana original perteneciente a esta primera universidad cubana erigida por los frailes dominicos en 1728, pasando así de los jardines de San Juan de Letrán, donde se encontraba “sepultada”, a recuperar su sitio y a alzar su vuelo.

San Juan de Letrán
En San Juan de Letrán. Segundo de izquierda a derecha, Padre Manuel. El quinto, Eusebio Leal.

-El historiador de la ciudad y un fraile dominico, ¿no son dos mundos muy distantes?

-Me emociona recordar las palabras que hace algunos años dijo el Dr. Fernández Retamar, Presidente a la sazón de la Casa de las Américas: “Letrán es el lugar donde se han unido dos mundos”. Los mundos se unen cuando en el encuentro surgen “notas” que pueden armonizarse en un “concierto” común. La corriente de amistad que ese día, del que le hablé, comenzamos, no hubo que presionarla. Unos pocos años después, el 21 de enero de 1998, el verbo ABRIR estalló como un grito de esperanza en el aeropuerto José Martí de La Habana. Fue en labios de Juan Pablo II al pronunciar el discurso inaugural de su visita a Cuba, histórica visita.

Como los caminos de la Providencia nos llevan hacia las “coincidencias” por aquellos tiempos los dominicos deseábamos hacer realidad un sueño: abrir en nuestro convento un espacio que posibilitara el encuentro y la reflexión; espacio de puertas abiertas con un criterio incluyente, para recibir a todos sin diferencia de credos, confesiones o ideologías. Uno de los primeros invitados a dictar una conferencia fue él.

Ya habían pasado el Sr. Nuncio Mons. Beniamino Stella, Mons. Jaime Cardenal Ortega, Cintio Vitier, Dagoberto Valdés… En mi memoria se conservan frescas sus palabras al despedirse aquel día: “Esto que he visto sí que es nuevo y qué falta nos estaba haciendo. Deseo que esta casa irradie cultura… y se convierta en un lugar de encuentro y diálogo donde se respete la pluralidad, lo diverso”.

-Para entonces, usted no era “experto” en conocer La Habana…

-No pasaron muchos meses y “Andar La Habana”, el programa televisivo conducido por Eusebio, me había cautivado. Pendiente a la hora de su transmisión para no perdérmelo, decidí ver en persona los monumentos y lugares que estaba ya conociendo “de oídas”. Monumentos y lugares que no parecían ser de “piedra muerta” por la continua metamorfosis que iban sufriendo. Resonaban en mi interior las palabras que un buen cubano me dijera: “Padre Manuel, lo más nuevo de La Habana, es La Habana Vieja”.

Universidad
En La Universidad San Gerónimo 1. Extrema derecha, 1ra fila, el P. Manuel, a su lado, Eusebio.

-Sin duda alguna, hablar de La Habana es hablar de Eusebio…

-También me gusta, y mucho, el término con el que el mismo Dr. Retamar calificara a Eusebio: “Vivificador”, con ocasión de uno de los homenajes que le realizaron en la Biblioteca Nacional de Cuba en el año 2009. El diccionario de María Moliner precisa que vivificar es lo mismo que comunicar vida a algo inerte, que amar, reanimar, renovar. El Dr. Leal devolvió juventud a las piedras, alegría a las viviendas deterioradas, esperanza a las personas desesperanzadas. Nunca podré olvidar la visita de los reyes de España a Cuba, a los que tuve el gusto de saludar, ni a Eusebio golpeado ya por la enfermedad, solo su amor a Cuba podía mantenerlo en pie.

¡Qué digno todo y qué lección tan magistral! Lleno de hombría y cubanía les dirigió unas palabras. Me hizo recordar lo que dice el Dr.  Torres Cuevas al referirse a la cubanidad plena, sentida, consciente y deseada como compendio de esas dos palabras. Así es la “cubanidad con las tres virtudes, dichas teologales, de fe, esperanza y amor”.

-Es cierto que en su persona se mezclaban lo sublime de la historia, de la arquitectura que recupera raíces y la sencillez del “hombre de a pie”, sin dejar de ser un excelente intelectual. ¿Cómo se armoniza en él todo esto?

-Cuando celebró sus 75 años, alguien dijo refiriéndose a su persona: “Es el orador que escuchándole deleita y recrea. Es un polifacético intelectual y también el hombre de a pie, cercano, que anda la Habana y al que todos desean saludar porque de todos es conocido”.  Fue el hombre autodidacta, amante de la lectura y de la reflexión, capaz de hacerse a sí mismo y abrirse paso por la senda que Dios le regaló en esta vida.

Me emociono al leer sus propias palabras: “Mi voz es la de un guardián del Espíritu, la de un defensor de las piedras y de todo aquello que por momentos parece que cederá al paso inexorable del tiempo. La memoria es el más preciado y excelso privilegio… A los cubanos no se nos pedirá cuentas de porqué se nos quitó, sino de lo que no hicimos” (Argel Calcines, Legado y Memoria, p. 22 y 23).

-¿Cómo lo definiría en pocas palabras?

-Resumir en un solo “trazo” tantos matices es un gran reto… Tomo prestadas las palabras del ya mencionado Dr. Torres Cuevas, cuando le denomina “Constructor de Memoria”: “De ti, Eusebio, aprendí no solo con tu palabra, sino con tu vida y con tu obra que la historia es algo más que letras, palabras y discursos. Es también el lenguaje de las piedras, lo que dice una ciudad viva; la importancia de que en todo discurso haya un mensaje (…) Te recordarán como uno de los hombres más reales y útiles de nuestra época: Fidelidad, honradez, valentía, inteligencia, imaginación son términos que en ti constituyen la esencia misma de lo que eres.

Amor infinito a Cuba no como un pedazo de tierra habitada, sino como una condición humana que a su vez ha sido esencia de nuestra Cuba “cubana”, universal por sus raíces…CONSTRUCTOR DE MEMORIA has llevado en la sangre nuestra cultura y nuestra historia, has hecho que en nuestra Habana, y en toda Cuba, por todos los sentidos penetre cubanía. Ver lo que somos y lo que hemos construido… ¡Cubanidad es eso! Cuidar, rescatar, sentir, amar lo que nos pertenece. Y estar dispuestos a morir por ello, o continuar mientras dure la vida, con el orgullo de ser lo que se es y hacer lo que se debe hacer” (Mario Cremata Ferrán, Nuestro Amigo Eusebio. Edic. Boloña, p. 287-288).

-Hace apenas unos meses celebrábamos los 500 años de fundación de nuestra ciudad, la “Real y Maravillosa”, por muchos llamada La Habana de Eusebio, no por afanes reduccionistas sino en honor a un fragmento de su verdad. Le fue concedido ver ese día…

-Sí, llegó el 16 de noviembre de 2019, día del 500 Aniversario de la Fundación de La Habana y la noche solemne en la que el Capitolio recién restaurado resplandecía lleno de luz. Ese fue uno de sus sueños… En mi memoria conservo fresca la conversación que sostuvimos al día siguiente, en el hospital, donde se encontraba internado y del que salió solo en contadas ocasiones… Es cierto que uno es quien siembra y otro el que recoge…

-Fueron meses en que la enfermedad ya imponía sus límites. También la Pontificia Universidad Lateranense le otorgó el Doctorado Honoris Causa…

Sí, pero no pudo viajar a Roma para que le impusiesen la toga y le diesen el diploma en San Juan de Letrán… En aquel entonces me pidió llamase el Sr. Obispo presidente de la Conferencia Episcopal Cubana para que comunicara a Iberia que no se sentía con fuerzas para tomar el avión. Se la impondría el Sr. Nuncio Giampiero Gloder días más tarde. Me comentó quiénes iban a asistir y que él le había manifestado al Sr. Nuncio su deseo de que yo también estuviera presente. Fue tan gentil que quiso venir él personalmente al convento para decirme, no faltase.

-De Eusebio se ha dicho mucho, a través del tiempo, a través del mundo. Siempre se le identifica con La Habana, dicen que fue su alma. Pero sabemos que Eusebio no solo fue eso…fue el hombre y el creyente…

-Aquí podemos aplicar la frase de Herbert George Wells: “Es interesante y significativo el que un historiador, sin prejuicio teológico alguno, descubra que no se puede describir el progreso de la humanidad honradamente sin dar un lugar de prominencia a un maestro pobre de Nazaret.” En su ser más hondo estaban sus raíces, lo que había aprendido al lado de su madre querida y cerca de los PP. Carmelitas. 

Estaba marcado por la formación dentro de la Acción Católica, sus encuentros en El Buen Pastor. Con cariño y admiración me hablaba del Sr. Jorge Suárez,  quien nunca disimuló su ser creyente. Recuerdo la confesión que hacía a Argel Calcines en el año 2009: “Soy cristiano por  convicción y lo que queda de mí—además del sentido de la fe—es ese legado cultural en sentido ético y filosófico que identifico con figuras como el P. Félix Varela y otros sacerdotes que contribuyeron a la formación de nuestra identidad.

También hay otros rasgos de mi carácter que debo a mi formación religiosa, y sobre todo, a alguien que fue mi mentor: el Padre Fernando Azcárate y Freire de Andrade, S.J., llamado después a ser obispo de La Habana… Así junto a la piedad carmelitana, sedimentaron en mi fuero interno la disciplina y el rigor jesuíticos gracias a las enseñanzas de este ilustre sacerdote”.  (Argel Calcines, Legado y Memoria. Edic. Boloña, 2009, pg. 23).

-Su última etapa de vida le hizo tomar contacto con la fragilidad humana, el dolor… también con la necesidad de continuar abriéndose al Espíritu…

-¡Cómo lo he necesitado! Fueron sus palabras cuando hablamos en noviembre del año 2019, cuando yo regresaba de España. Ya había recibido el sacramento de la misericordia y la Unción de enfermos. Esa expresión me hizo percibir una vez más la soledad intrínseca del ser humano, que no es otra que la sed de una comunicación que sea camino hacia la Trascendencia. Durante el largo período de su enfermedad lo he visitado con frecuencia, en su domicilio y cada vez que ha sido hospitalizado.

Su corazón se ha ido apagando pero su fe no ha vacilado, al contrario, te diría muy bajito que Jesús de Nazaret fue siempre su verdadera fuerza y energía, solo Él le pudo dar ánimo y una mirada capaz de ver en las “ruinas” la posibilidad de reordenarse y “ponerse en pie”.

-Como fraile y sacerdote, ¿qué le ha podido ofrecer?

-“Siempre cerca” es una frase que suelo repetir, y no como un slogan más. Estoy convencido que la cercanía cuando es respetuosa sana, mitiga el dolor, devuelve la esperanza. A ciertas horas de la vida, comienzan a sobrar palabras, experiencias, cosas. El silencio último lo sentimos “detrás de la puerta” y nos damos cuenta que solo anhelamos una mano que, durante el “paso”, agarre la nuestra.

Una mano que también se convierta en “corazón” y “mirada” para transmitir la Paz de Jesús de Nazaret. Y esto no se hace bien si no es desde la escucha humilde, desde el acompañamiento discreto que no juzga y sí reparte a manos llenas la Misericordia del Padre. Siento que le he podido ofrecer a Eusebio la esencia del Evangelio que él ya atesoraba, sin forzar sus ritmos, el amor de Dios y el perdón del Dios Amor. Él no solo ha sido un fragmento ilustre del “alma de La Habana”, en su empeño por desentrañar y dar futuro a su historia, ha sido el hombre que a sí mismo se define como creyente y pecador, enamorado de esa belleza que donde quiera que esté, siempre es huella del Creador.

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