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«La confianza en Dios nos libra del miedo a la muerte»

por Pbro. Tomás Trigo
Dios te quiere

Escuchar aquí el episodio La confianza en Dios nos libra del miedo a la muerte

¿Por qué vamos a tener miedo a la muerte, si somos hijos de Dios?

No parece lógico que un hijo del Dueño de la vida y de la muerte, que nos tiene siempre en su corazón, esté preocupado por este motivo. “¿Cuándo me llegará la muerte? ¿Vendrá pronto? ¿Tal vez esta noche? ¿Tal vez este invierno… o en este vuelo de avión? ¿Qué pasará en ese momento tremendo?”

La muerte “no vendrá”. Vendrán Jesús y María a llevarnos al Cielo. Y vendrán no como ladrones en la noche, sino cuando vean que estamos mejor preparados, porque desean que no tengamos que purificarnos en el Purgatorio. 

Es lógico tener un cierto temor a lo desconocido, y la muerte es desconocida, porque nunca la hemos experimentado. Siempre se mueren los otros. Pero Jesús ha sufrido su muerte por mí, y estará a mi lado, me dará su mano y me llevará, con el corazón palpitante de entusiasmo, al Amor y a la Luz.

Si estuviera en sus manos, ¿cómo “diseñaría” una madre el paso de su hijo de esta vida a la otra? 

No, no moriremos solos. No estaremos solos ni un instante. No nos encontraremos, en ningún momento, desconcertados por el miedo, en una situación “oscura”, en un mundo extraño, en una noche sin luz.

Será un cerrar y abrir de ojos. Y cuando los abramos, veremos el rostro sonriente de nuestra Madre, que está a nuestro lado, que ya estaba a nuestro lado, pero no podíamos verla. Y nos rodeará con sus brazos y nos llenará de besos.

Y veremos cara a cara a un Padre maravilloso, lleno de amor, que nos mira con una sonrisa: veremos su rostro, que es todo ternura, todo cariño, todo amor, y sentiremos una felicidad inmensa. Nos sentiremos en nuestra casa, no en una casa extraña, no en un lugar desconocido, frío y sin calor de hogar. No, el Cielo es una casa maravillosa de una familia muy unida.

Nos encontraremos con las personas que nos han precedido y a las que hemos querido mucho en la tierra. Y hablaremos. Sí, hablaremos. ¿Cómo vamos a perder el don de la palabra? Hablaremos con todos y con cada uno tranquilamente, y recordaremos tantas cosas estupendas, y nos reiremos muchísimo. 

Desde allí, sentados en el regazo de nuestro Padre Dios, contemplaremos a tantos familiares y amigos que tenemos en la tierra. Y nos pondremos a pedir por cada uno: “Señor, ayuda a ese hijo mío, que es tuyo”. “Señor, mira qué bien lo está haciendo mi hermano”. “Señor, dale la luz de la fe a ese amigo”.

¿Por qué tenemos miedo a la muerte?

¿No será que nos imaginamos a Dios muy distinto de cómo es en realidad? Tenemos que rectificar nuestras pobres imaginaciones. 

¿No hemos visto nunca con qué ilusión espera el novio a la novia? Es la ilusión de los enamorados. Con una ilusión mayor esperaremos nosotros el encuentro con Jesús si nos enamoramos de Él.

¿Recordamos con qué amor nos recibía nuestra madre después de unos días de ausencia? Pues Dios es así, pero mucho más. Y abrirá sus brazos para tomarnos en ellos como se toma a un niño pequeño que tuvo un poco de miedo al dar el salto, pero ahora es inmensamente feliz.

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